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Hay algo en la memoria de Ana Rosa Díaz Mendi (Logroño, 1957) que le hace recordar el nombre de los pacientes con la misma precisión con la que aprendió a coger vías o gestionar equipos sanitarios. Es una memoria profunda, horadada bajo el uniforme de ... enfermera que ha vestido durante 45 años, tan adentro como solo puede llegar lo que se hace «con pasión». «Nuestra profesión no tiene techo», dice la que fuera coordinadora de la Unidad de Vigilancia Epidemiológica e Intervención (UVEI) durante la pandemia, justo antes de jubilarse. Su carrera culminó con la medalla al Mérito Profesional que le entregó este sábado el Colegio de Enfermería de Cantabria.
–¿Uno puede jubilarse de quien ha sido en 45 años de carrera?
–A mí me está costando desenganchar. Quizá porque mi último trabajo ha sido la Unidad de Vigilancia Epidemiológica, una unidad muy particular en la que hemos trabajado con la pandemia, que ha sido y es terrible.
–Tras la jubilación, le llega el reconocimiento, ¿cómo reaccionó a la noticia del premio?
–Me llamó la presidenta del Colegio de Enfermería, Mariluz Fernández, y los primeros minutos me quedé en silencio. Fue una sorpresa porque, además, sabiendo que es un premio que proponen los compañeros, tiene un valor enorme. Siento una mezcla de orgullo, alegría, satisfacción, pero también de pudor: me pregunto ¿por qué a mí?
–Buena pregunta, ¿por qué a usted?
–De lo único que estoy segura en mi carrera ha sido de mi dedicación. Los resultados o los logros seguramente pueden ser discutibles, pero mi dedicación, no. Mi profesión ha sido mi pasión, y a diferencia de otros compañeros que siempre lo tuvieron claro, al terminar COU yo dudé entre Matemáticas (entonces Ciencias Exactas) y Enfermería, y me dejé guiar por una intuición. Con los años, esa intuición se ha transformado en una certeza absoluta: la enfermería ha sido mi pasión.
–¿Qué momentos han marcado su carrera?
–Mi primer trabajo en el hospital Puerta del Hierro, en Madrid, nada más acabar de estudiar, fue decisivo. Tenía 21 años y tropecé con profesionales de una altura tremenda, habían hecho estancias fuera del país y me introdujeron el gusanillo de la gestión. Cuando volví a Santander también estuve en un puesto de responsabilidad, y lo mismo que en Madrid tres personas me marcaron, en Valdecilla hubo una persona muy especial, que fue Gema Flores. De ella aprendí mucho, sobre todo a que una profesional puede ser rigurosa, brillante y muy trabajadora, y a la vez muy discreta, porque su único objetivo era hacer bien el trabajo, algo que, a veces, en gestión, te encuentras con personas que no es ese su objetivo. Gema me enseñó mucho profesional y personalmente, fue una gran compañera a la que sigo queriendo y admirando. Y mi tercera casa es Sierrallana, donde estuve en la dirección del hospital desde 1999: hicimos muchas cosas novedosas y la enfermería alcanzó un nivel muy alto. Lo que nos hizo avanzar tanto fue estar ocho años y no solo una legislatura (4 años); me cuesta mucho comprender que un gestor, no un político, tenga que estar al albur de los cambios políticos, creo que no es positivo para las organizaciones: no entiendo que un gestor tenga que tener connotaciones políticas en ningún sentido.
–¿Y la Unidad de Vigilancia, su último destino, qué supuso gestionarla en plena pandemia?
–Ha supuesto tantas cosas que no sé ni por dónde empezar. Tengo que agradecer a Luis Mariano López, director de Enfermería de Atención Primaria, que me propusiera crear la Unidad de Vigilancia porque eso me permitió aplicar los conocimientos que he ido adquiriendo a lo largo de mi carrera, es decir, trabajar en lo que sé trabajar, en un momento como la pandemia y con un equipo de coordinación muy especial, porque la unidad funcionó con gente muy formada, con un alto nivel científico técnico y de mucha calidad personal.
–Ahora que la pandemia ha rebajado su presión, ¿qué futuro le espera a la UVEI?
–Me gustaría que la unidad continuara. Entiendo que la pandemia ha disminuido su casuística, pero que haya una unidad de vigilancia epidemiológica e intervención en el seno de la Atención Primaria es algo muy importante. No podemos mantener la unidad dimensionada como cuando la pandemia estaba en alza, pero sí que quedara un pequeño embrión que no tuviera como único objetivo una pandemia de covid sino de hacer vigilancia epidemiológica en el seno de Atención Primaria, con una pequeña unidad que sirviera de referencia además de los centros de salud.
–¿Qué es lo más difícil que ve a día de hoy en la enfermería y qué le gustaría dejar como legado?
–Nuestra profesión ha evolucionado muchísimo, pero nos queda camino. Ha habido aspectos en el pasado que nos han hecho llevar un ritmo muy lento en el desarrollo. Ahora la formación académica de las enfermeras y enfermeros es muy buena, con una buena facultad, pero además está reconocida social y académicamente, y esto ya es un buen punto de partida. Somos un grupo muy numeroso y económicamente tenemos mucho impacto, y aunque tenemos enfermeras con formación académica muy buena, sus especialidades no se ven retribuidas en la realidad. Así que lo que les diría es que trabajaran por consolidar lo que se ha conseguido todos estos años, pero también que no tengan pudor para reclamar su puesto en la sociedad, sobre todo porque con la pandemia la sociedad ha reconocido que, cuando las cosas están feas, las enfermeras sacan su profesionalidad a la luz y la sociedad ha sido capaz de vernos como realmente somos: profesionales científicamente preparados que hacemos una labor enorme, y esto nos favorece. Tenemos que consolidar todo lo que ya tenemos en la mano y avanzar hacia nuevos ámbitos como el escolar: las enfermeras tienen mucho que decir en la educación en salud de nuestros niños, o también en el tema de la geriatría, que es una especialidad más, ¿tenemos enfermeras especialistas en geriatría en residencias? Muchas veces, no. Así que les diría que sigan avanzando, que aprovechen ciertas circunstancias para seguir avanzando porque nuestra profesión no tiene techo.
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