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Familia Bolado Zorrilla. Niño: Saad Mabruk
Es la primera vez que Saad Mabruk sale de los campamentos de refugiados de Tinduf. Tiene ocho años y nunca se había separado de su padre. Están muy unidos. Especialmente desde que falleció su madre hace tres años. Por eso llegó a Cantabria con muchos nervios. Eso sí, seguro que menos que el resto de sus compañeros. Porque iba a territorio familiar. «Hace 19 años vino Lmami, el primo mayor de Saad, y repitió varios veranos. Para nosotros ya es un hijo más. De hecho, para poder ayudar a su familia económicamente, se ha mudado aquí. Trabaja en un hotel en Isla y todo lo que gana se lo manda».
La conexión fue tan grande entre la familia y Lmami que incluso fueron a visitarle a su país. Y conocieron a todo su entorno. Por eso, el padre de Saad estaba tranquilo. «Sabía que iba a estar bien». Y a pesar de eso, la primera noche se le escapó alguna lágrima. «Sacas a un niño de su entorno y es complicado. Por si fuera poco, pensó que vería a su primo mayor de primeras y colapsó. Además, no en tiende el idioma y eso le frustra. A él y a todos».
Pero rápidamente cambió de estado de ánimo. De la tristeza pasó a la sorpresa. «Estuvo un día entero mirando cómo salía agua del grifo. Alucinaba», dice Vicente. Y reflexiona: «Nuestros hijos pasan por esa fase siendo muy pequeños. Ellos tienen que esperar ocho años. Es impactante verlo». Aunque reconoce que las cosas han evolucionado mucho. «El primer verano que vino Lmami no sabía ni lo que era una ventana. No sabía bajar las escaleras, porque nunca lo había hecho».
Tanto Vicente como Merche admiten que colaborar con Alouda en esta causa «es una de las mejores decisiones que han tomado en su vida». Y además fue de pura casualidad. Les hablaron de la ONG y llamaron a la presidenta de entonces para ofrecerse. «Me dijeron que había un niño que no tenía familia de acogida porque por problemas de salud tuvieron que darse de baja. Me citaron ese mismo día a las siete de la tarde. No lo consulté ni con mi mujer. Allí me planté. Y así fue. De ahora para luego».
El balance de la primera semana con Saad es positivo. Tratan de ayudarle en todo lo que pueden y facilitarle las cosas. Pero admiten que él es feliz con poco. «Huye de los casi 60 grados que hace en su casa durante el verano. Aunque apenas podamos hablar, simplemente con jugar al fútbol es feliz», dice Vicente.
Respecto a sus planes para agosto, no tienen pensado nada especial. «Iremos a una casa familiar para que pase tiempo con más niños y participaremos en las actividades con el resto de niños saharauis. Le viene muy bien verles y poder hablar con ellos».
Familia Del Pozo Moral. Niños: Mayhub Azman
Lorena Moral y su marido, Sergio del Pozo, llevaban años dándoles vueltas a la cabeza. Querían colaborar con alguna asociación que trabajase con niños. «Siempre he colaborado con Save The Children. Pero no me quería limitar a pagar diez euros al mes. Quería dar un paso más allá», dice Lorena. Y vaya si lo dio. «Conocí Alouda Cantabria y me enteré de que podríamos acoger a un niño saharaui en verano. Sin dudarlo nos ofrecimos». Y ahora tienen un nuevo habitante en casa que se llama Mayhub Azman y tiene siete años. «Lleva pocos días junto a nosotros pero ya le tenemos mucho cariño».
La llegada de Mayhub a Cantabria fue caótica. «Estaba cansadísimo. Llevaba casi 24 horas viajando. Le enseñamos la casa y nos explicó, mediante señas, que quería irse a dormir. «Al rato le escuchamos llorando. Es comprensible. El hecho de llegar a una casa desconocida, con personas desconocidas y sin poder comunicarnos. Fue frustrante».
Ante esa situación, el niño sacó un folio en el que tenía varios números de teléfono apuntados. Una especie de agenda de emergencia. Y llamó a su padre. «Se quedó mucho más tranquilo. Y se fue a dormir con otra cara», explica Lorena, que reconoce que fueron momentos tensos para todos. «No sabía qué hacer, si dejarle solo, abrazarle... Me daba mucha pena. Le veía y se me encogía el corazón. Solo quería que él estuviese bien y no se sintiese solo».
A pesar de su angustia inicial, Mayhub tuvo tiempo de dar a su familia de acogida los regalos que tenía preparados. «Su padre le dio dinero para que nos comprase unas pulseras. Es un encanto y superagradecido».
Siete días después de su llegada «ya se siente como en casa». Ahora, consigue hablar con su familia sin llorar. «Le veo contento y eso a nosotros nos tranquiliza». Eso sí. Con la limitación lógica del idioma. Así que están todo el día pegados al traductor. Aunque cuentan con una herramienta para tratar de solventar el problema. Y es que Lorena trabaja con menores con discapacidad y utiliza los pictogramas con los que enseña «a sus niños» para ayudar a Mayhub con el español. «Ahora sabe decir dormir, comer... Lo básico. Pero algo es algo. Veremos cómo termina el verano». Lorena y Sergio tienen dos hijas. Luna de cinco años y Dara de dos. Lejos de sentir celos o envidia, le han acogido «como a un hermano más. Están volcadas con él y le dan besos todo el rato. La pequeña está enamorada de él. Todo el rato pendiente. Es muy bonito verlos».
Familia González Fernández. Niño: Mohamed Brahim
La primera noche de Mohamed Brahim en su nueva casa fue un poco aparatosa. Llegó muy cansado del viaje y se fue directo a dormir. Sobre las 03.30 horas de la mañana Deneb González y su hermana, Marina escucharon un ruido que procedía de la habitación del pequeño. Se asustaron bastante y rápidamente fueron a comprobar qué había ocurrido. «La cama en la que duerme es una cama nido y al entrar nos le encontramos en el suelo. Se había caido», cuenta Deneb. Para evitar sustos, sacaron el colchón de debajo y ahí pasó el resto de la velada. «Durmió 17 horas».
A la mañana siguiente, cuando fueron a despertarlo para ir a desayunar, se lo encontraron con la mitad del cuerpo sobre la cama y la otra en el suelo. «En su país están acostumbrados a dormir con una alfombra en el suelo. Nosotras flipamos», dicen las hermanas, que todavía se ríen al recordar el momento.
La familia González Fernández no es la primera vez que participa en el programa Vacaciones en Paz. Hace diez años «se lanzaron a la piscina» y acogieron a Bachir Yhadhi. «Fue muy enriquecedor para todos. Creamos todos un vínculo muy fuerte con él». Tanto, que el joven saharaui repitió varios veranos. Y siempre han mantenido la relación, tanto con él como con su familia. «Comentamos a la asociación que nos gustaría seguir participando en el programa. Pero les pedimos que fuesen familiares de Bachir, que sabíamos que estaban deseando venir».
Y así ha sido. «Por edad le tocaba venir a su prima. Pero la pandemia canceló su visita. Y ahora es el turno de Mohamed». A pesar de que sabía dónde venía y ya había hablado alguna vez con la familia, Moha –así es como le llaman– vivió su particular proceso de adaptación. Nada más llegar «lloró todo lo que pudo y más». Hasta que se agotó. Y se fue a dormir. «Estaba agotado del viaje, se pasó casi un día viajando». A pesar de que solo ha pasado una semana, Marina y Deneb están encantadas de volver a repetir esta experiencia. «Nos llena el corazón. A nivel personal es un enriquecimiento increíble. Empiezas a ver la vida y el mundo a través de los ojos de un niño que no conoce nada. Está descubriendo un mundo nuevo. Y nosotras con él». «¿Planes para este verano? No parar quieto. Por las mañanas acude a 'El veranuco', un campamento de verano en el que, tanto monitores como compañeros, le han acogido con los brazos abiertos. «Apenas habla pero se divierte mucho. Y creemos que pasar tanto tiempo con ellos le puede ayudar a soltarse con el idioma».
Albergue Talledo (Castro Urdiales). Niños discapacitados
Chennebiha, Mohamed, Hamdi, Ahmed, Sufi, Raaf, Salama, Hamdi, Mulay y Chej. Esos son los nombres de los diez niños saharauis con necesidades especiales que han venido a Cantabria a pasar el verano. Se hospedan en el albergue de Talledo, en Castro Urdiales, un espacio cedido por Cruz Roja durante el verano, donde 'Cantabria por el Sáhara' tiene dispuesto un operativo de profesionales voluntarios y personal de apoyo para prestarles la atención que necesitan.
Este proyecto –pionero en la región– surge por una iniciativa de Rosana Beridi. Ella forma parte de la asociación Río de Oro de Italia y trabaja en un centro en Tinduf para personas con necesidades especiales. «Vive y trabaja con los niños que han venido a Cantabria. Conoce en primera persona su situación y su evolución médica», explica Carmen García, de la ONG Cantabria por el Sahara. «Es el alma de todo esto y por la que nos hemos animado a realizar este proyecto».
Las discapacidades de los nuevos inquilinos del albergue de Talledo son principalmente intelectuales. Aunque también los hay con discapacidades físicas. «Epilepsia, parálisis cerebral, algunos van en silla de ruedas... Son totalmente dependientes y necesitan una persona a su cargo», explica García.
«Lo más positivo de esta experiencia es que los jóvenes saharauis podrán ir al médico. Llevan solo una semana aquí y ya hemos notado mejoría en su estado de salud. Han cambiado de entorno y se nota. Estar a 60 grados para cualquier personas es insufrible. Pero para ellos mucho más. Respiran otro aire». Y es que, según explica García, muchos tienen la medicación descompensada desde que comenzó la pandemia. «Es peligroso».
Charo Garitacelaya es una de las voluntarias que trabaja en el albergue junto a los jóvenes saharauis. «Yo nunca había trabajado con niños con discapacidad. La situación me imponía. Pero estar con ellos es un regalo», afirma la monitora voluntaria. «Muchos de ellos no pueden hablar, pero con una sonrisa o una caricia te dan las gracias. Para mí, pasar tiempo con ellos es un regalo».
Su proceso de adaptación no ha sido igual que el del resto de saharauis que han venido a pasar el verano con familias de acogida. De hecho, ha sido más sencillo. «Ellos se encuentran en su entorno porque Rosana los conoce. Es su zona de comfort. Y por eso no se produce ese choque tan fuerte», cuenta Garitacelaya.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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