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En el pecho de Luis Ignacio late un corazón resucitado a más de cien kilómetros del quirófano en el que él aguardaba la operación que ... iba a reemplazar al suyo, «destrozado» por un infarto que sufrió en plena pandemia y parcheado con un marcapasos (DAI). «Me ha rejuvenecido», bromea aún con voz fatigada este cántabro de 66 años que hace justo un mes recibió la ansiada llamada que le abría las puertas a una vida nueva. En fase de recuperación ya en su casa, tras dos semanas en la UCI, de las que no tiene recuerdos, y otras dos hospitalizado para recuperar, a base de sesiones de rehabilitación y fisioterapia, las fuerzas perdidas, su buena evolución es la prueba del éxito de un operativo desplegado por primera vez en Valdecilla, que marca otro hito del que pueden presumir «pocos centros de España».
Es el más difícil todavía de los trasplantes cardiacos: el realizado a partir de un donante fallecido por parada cardiaca (asistolia) –un tipo de intervención que se empezó a realizar en Cantabria hace cuatro años, «en la que fuimos pioneros», como destaca el jefe de Cirugía Cardiovascular, Francisco Gutiérrez–, pero que en esta ocasión tenía una dificultad añadida, porque ese corazón había que extraerlo en una minuciosa y rápida intervención fuera de Valdecilla, en este caso, en un hospital del País Vasco. Desde allí se activó la alerta de la ONT: «¡Había un corazón para mí!», cuenta Luis Ignacio, que para entonces llevaba tres meses de espera, con la «preocupación» de saber que el suyo ya «funcionaba solo al 28%» y que la única alternativa es que llegara a tiempo ese recambio.
Y de hacerlo posible se encargó el equipo de profesionales desplazados a la comunidad vecina: dos cirujanos cardiovasculares, un perfusionista –a cargo de la bomba extracorpórea que permite oxigenar la sangre del cadáver de forma artificial para que ese corazón vuelva a latir–, personal de enfermería y, en este caso, el coordinador de trasplantes, Eduardo Miñambres, que hace hincapié en «la gran complejidad» de la intervención. «Porque realmente hay que hacer el proceso tremendamente rápido, ya que el corazón aguanta muy poco tiempo fuera del cuerpo», subraya. «En 3-5 minutos tenemos que abrir, seccionar los vasos, transfundir y recuperar ese corazón», añade Gutiérrez, que se muestra «orgulloso» del resultado de esta primera experiencia, en la que «juegas en la frontera entre la viabilidad y la inviabilidad». «Utilizar un corazón cuando la muerte es por parada cardiaca es contradictorio en sí mismo. Pero en Valdecilla hemos participado desde el principio en el desarrollo de esta técnica, lo sentimos como algo muy nuestro». Por eso, poder hacerlo fuera de Santander, lo que conlleva doblar el equipo, «es un plus de orgullo», dice el cirujano.
Como señala Miñambres, «la donación en asistolia implica que el corazón sufre una parada por una muerte circulatoria en pacientes con daño neurológico severo. Porque el cerebro falla». Ocurre así en los casos que sobreviven con ventilación mecánica. En el momento en que se les retira ese soporte, su vida se apaga. «Sin embargo, su corazón está sano». Tanto que tras el tiempo preciso para certificar ese fallecimiento (unos 5 minutos) es posible hacer que vuelva a latir bombeándolo con perfusión extracorpórea y que sea apto para otra persona. Este tipo de donación, indica el cardiólogo Manuel Cobo, «supone una oportunidad de mejora para el trasplante cardiaco, porque los donantes jóvenes son escasos. Es una alternativa que nos va a permitir aumentar un 20% los trasplantes y dar solución así a más pacientes en fase terminal».
«Desde que se secciona la arteria del corazón hasta que se transfunde al paciente lo ideal es que no pasen más de dos horas y media», apunta el cirujano cardiovascular. Y aquí, de entrada, ya había como mínimo una de camino, porque el traslado –dada la cercanía– se hizo en ambulancia, tras comprobar que las idas y venidas entre hospitales y aeropuertos no iban a recortar los minutos invertidos en la logística. Por eso, en el mismo momento en el que el equipo movilizado entró al quirófano para extraer el corazón al donante, el futuro receptor ya estaba en Valdecilla preparado para operar.
«Justo el día anterior había preguntado, porque ya estaba nervioso, y me dijeron que no había entrado ningún corazón. Y a las ocho y media de la mañana siguiente me llamaron para estar a las diez en Urgencias», comenta este paciente, tornero de profesión, aunque «jubilado desde los 59 años tras perder el dedo índice de la mano derecha por un tumor. La verdad es que llevo muchos años de mala racha, sin salir de Valdecilla. Para que luego la gente se queje de la sanidad pública. No sabemos lo que tenemos», dice agradecido de esta oportunidad que le brinda el trasplante, sobre todo ahora que nota que «día a día voy mejorando; cuando salí de la UCI no podía ni mover las piernas, era incapaz de abrir el móvil, no tenía fuerzas en las manos». Pero ahora ya aguanta «del tirón» el paseo diario y, por eso, accede a participar en este reportaje junto a parte de los artífices de su trasplante.
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Ana del Castillo
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