El valor de la mujer del mundo rural
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Durante tres días, profesionales de la ganadería, educación o sanidad debatieron sobre su papel en los pueblos, en un evento de El Diario y Reale SegurosMuchas crecieron entre pastos y ganado. Otras, en pueblos tan pequeños, que llegar a la escuela podía suponer hasta tres horas andando. Y todo ello en una sociedad en la que a la mujer apenas se le daban oportunidades o se le permitía mostrar sus ... habilidades. Sin embargo, su valía, fuerza e inteligencia ha sacado adelante a generaciones de familias. El Diario Montañés, con el patrocinio de Reale Seguros y en colaboración con los ayuntamientos de Puente Viesgo, Reinosa y Comillas, les ha querido rendir un homenaje, dando voz a trece de ellas durante tres días en la tercera edición de 'Mujeres Legendarias' con motivo del Día de la Mujer Rural, que se celebra hoy.
La primera de las citas (todas ellas presentadas por la periodista Samira Hidalgo) tuvo lugar en Puente Viesgo. En la presentación del acto, Arancha Escalada, directora de Sostenibilidad de Reale, explicó que el motivo de que su empresa respalde actos como este se debe a que pretenden «apoyar y poner en valor ciertos sectores que están tapados, como el de las mujeres rurales» y resaltó la importancia de que «hagan de amplificador de sus voces».
Sinda Díaz fue una de las invitadas. Según contó, tuvo una infancia feliz en un pueblo, pero cuando creció decidió que «no quería trabajar en casa». «Quería estudiar». Así, entró en 1975 en la Escuela de Enfermería de Valdecilla. Recuerda sus primeros doce años. «En el 78 no había consulta en Puente Viesgo. Iba de puerta en puerta. Y cuando nació mi hijo, le llevaba conmigo en el coche. Trabajaba todos los días y estaba disponible las 24 horas, once meses al año. Pero nunca lo viví como un sacrificio».
Hellen James nació en Inglaterra y recaló en Santander por un curso de verano en la UIMP al que se apuntó para mejorar su español. En la capital se acabó enamorando y se casó en 1973 con un santanderino. Cuando se divorció, en 2004, «al fin» hizo lo que de verdad le gustaba: «Vivir en una casa de campo». Así acabó en Vargas. «Llevo 17 años y estoy feliz, pero una vez jubilada quise hacer algo por el municipio y así empecé a dar clases de conversación de inglés».
La más joven de las participantes en esta primera mesa redonda es Raquel Martínez, integradora y educadora social, quien vivió hasta los seis años «en un pueblecito en el que íbamos a la hierba». «Las puertas siempre estaban abiertas para los vecinos y mis padres tenían ganado. Mi infancia fue un privilegio». Con 35 años, ahora vive en Vargas y trabaja en proyectos sociales en el mundo rural. «Veo que las mujeres jóvenes quieren más formación y las mayores demandan más acompañamiento».
Por su parte, María Jesús García estudió Magisterio y Auxiliar de Enfermería. Ella también quería trabajar fuera de casa pero añade un punto de vista distinto. «Empecé a trabajar con catorce años y tras vivir en Zaragoza, y ya divorciada, me vine a Vargas. Llevo aquí treinta años pero me gusta más la ciudad, es más independiente y puedes ir a pasear sin que nadie sepa a dónde vas».
Matilde Fernández es ganadera jubilada. Recuerda que donde ella se crió «no llegaba ni la carretera». «Iba a la escuela por caminos de piedras y en invierno, empapados. Tardábamos hasta tres o cuatro horas en llegar». Así, agradeció que su padre terminara contratando a un profesor particular. Como en todos los casos de familias muy numerosas, los mayores acaban haciendo de padres. «Mi hermana fue quien me crió a mí y a mi hermana gemela. Recuerdo esa época maravillosa, todos juntos. Echo en falta esas Navidades, todos juntos».
Durante la segunda jornada, que se celebró en Reinosa, Patricia Zotes, diseñadora gráfica, contó cómo, tras vivir en diferentes ciudades, hace 17 años se trasladó a Valdeolea. «Tenía la necesidad de vivir en campo, aunque no mucha gente entendió este cambio de modelo de vida». Su objetivo era «vivir más tranquila y más en contacto con la naturaleza». También resaltó la diversidad de la mujer rural. «No todas nos dedicamos a lo mismo ni tenemos las mismas necesidades».
Beatriz Argüeso fue la primera ganadera ecológica en la región y es la presidenta de la Cooperativa Siete Valles de Montaña. Siguiendo la tradición familiar, apostó por las vacas con 23 años, tras haber estado trabajando en una fábrica de anchoas. Sus vacas se crían en Susilla (Valderredible), donde viven 24 personas, para muchos de los cuales «la vida no es sencilla por el aislamiento». Lamenta que sus «hijos no van a poder ser ganaderos». «No hay monte comunal, ni tierras. También te exigen una vivienda y te dan una ayuda mínima para la inversión que se necesita».
Otra de las invitadas, Olga Ruiz aprendió a hacer pan con su padre. Ahora, ella, junto a sus cinco hermanos, llevan la panadería familiar con la misma receta de antaño y cocido en un horno de leña. Vive donde nació, en Orzales (Campoo de Yuso), junto a setenta vecinos, «pero cada día quedan menos». Sacrificio, trabajo y constancia. «Es algo que tengo marcado a fuego y me siento muy orgullosa», dijo emocionándose. «Mi mayor reto es que mis hijos vean nuestro sacrificio y sepan asumir, desde pequeños, que hay prioridades y que, si un día no se puede hacer el plan que desean, pues no pasa nada. No todo puede ser en el momento que se desea».
Reyes Mantilla, exalcaldesa de Reinosa y actual directora general de Centros Educativos del Gobierno de Cantabria, volvió hace unos años a su pueblo natal, Matamorosa. «Nunca he dejado de estudiar y de aprender. Soy feliz en el mundo de la educación y viviendo aquí, pero hay que dar visibilidad a estas mujeres». «Somos motores de la sociedad. Para muestra, las que están hoy aquí presentes», concluyó.
La última de estas jornadas tuvo lugar el miércoles en Comillas, de donde son las cuatro mujeres que participaron en esa última mesa redonda. May Cuesta no recuerda «haber pasado hambre de pequeña, pero sí muchas carencias». «Me hubiera encantado seguir estudiando. Siempre supe que hubiera sido una buena médico, pero con catorce años tuve que ponerme a trabajar para ayudar en casa, en una fábrica de anchoas. Fue duro, porque nada era para mí, pero era lo que había». Ahora es voluntaria de Protección Civil, «porque yo no sé estar en casa».
Ana María Díaz se quedó huérfana, junto a sus tres hermanos, con trece años. «Y me tuve que poner a trabajar, también en la fábrica de anchoas». Desde que tiene uso de razón se ha «buscado la comida». «Fíjate que con seis años ya me mandan a La Rabia a aguantar las panderetas de pesca, pero pasaba mucho frío e iba siempre llorando. Odio esa zona». Ha tenido múltiples trabajos en su vida, entre ellos, «limpiar los suelos de los palacios de Sobrellano y Gaudí».
Rafaela Mardaras se casó con quince años y vivió en Santander mientras sus cuatros hijos se hacían mayores. Al tener que dejar los estudios tan pronto, se resarció después y estudió el resto de su vida. «Hasta ahora». Hace diez años volvió a Comillas y ahora se dedica a la agricultura ecológica extensiva.
El gran referente de Carolina Entrecanales es su madre, «una mujer rural que tuvo que sacar adelante a seis hijos». Vivió en Ruiloba con sus abuelos maternos, donde fue «muy feliz». «Me iban muy bien los estudios», pero cuando, con trece años, tuvo que cambiar de pueblo «todo cambió y dejé de estudiar». Ahora es la directora de la quesería Granja Cudaña, que es propiedad de su hermano.
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