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Además de recibir el Premio Nacional Leonardo Torres Quevedo, la máxima distinción que España hace a sus investigadores, a Íñigo Losada (Bilbao, 1962) le hace especial ilusión que haya más alumnos de nuevo ingreso en el grado de Ingeniería Civil de la Escuela de ... Caminos de la UC. Han crecido un 27%, y ese tirón ayuda a resituar en el centro a unos profesionales que juegan «un papel fundamental» en ámbitos como el cambio climático, las infraestructuras resilientes o el agua, dice en una de la salas de reunión del Instituto de Hidráulica (IH) de Cantabria, un centro puntero cuya creación promovió hace 15 años.
Losada celebra el empujón de las matrículas como una forma de pertrechar a la sociedad con especialistas capaces de abordar los retos sociales más urgentes, muchos vinculados a la crisis del clima. El IH y él, como su director de Investigación, como referente absoluto en ingeniería oceánica y titular de más de 50 proyectos para la ONU o el Consejo de Europa, seguirán liderando este asunto, ahora también de la mano del Plan de Ciencias Marinas del Gobierno en alianza con varias autonomías. El IH «está en una situación de crecimiento claro y manifiesto» gracias a ese programa y a los proyectos nacionales e internacionales ya comprometidos, «que demandan gran capacidad tecnológica y técnica». Se precisan, por tanto, más especialistas, pero esa captación de talento no resulta fácil, admite Losada, que aprovecha la entrevista para hacer un llamamiento: el IH busca 30 profesionales de aquí a final de año.
–¿A qué proyectos quieren derivar a estos especialistas?
–Hemos sido muy afortunados. Ha habido varias convocatorias en las que hemos conseguido una gran financiación, y, aparte, con fondos de recuperación, con el Gobierno de Cantabria y la Administración General del Estado tenemos un gran proyecto de Ciencias Marinas. Más que un proyecto es un programa a largo plazo que pretende dar un vuelco al IH tal y como lo entendemos ahora en muchos ámbitos de trabajo. Eso requiere recursos humanos. Tenemos recursos financieros, tenemos el conocimiento, pero nos hacen falta todavía más conocimiento y más manos. Es un gran momento para aquellos jóvenes que estén pensando en iniciar una carrera investigadora o aquellos tecnólogos o profesionales que quieran retornar a Cantabria... Ahora existe esa grandísima oportunidad para poder hacerlo.
–El cambio climático amenaza con convertir Cantabria en una región mediterránea. ¿Cuándo?
–Las observaciones y las proyecciones demuestran que esa es la tendencia a largo plazo: incrementos de la temperatura del aire, cambios notables de la precipitación, incremento de la temperatura del mar, aumento del nivel medio del mar... la tendencia que se observa, más lo que se proyecta, es a donde nos lleva.
Tras el verano que hemos tenido, la predicción dice que vamos a tener un otoño bastante seco y empezamos a tener problemas de agua. ¿Esto lo podemos atribuir directamente al cambio climático? Hay estudios de atribución que dan respuesta a algunas de estas cuestiones, pero, al margen de lo que estemos experimentando, la tendencia es esta: estamos hablando de una Cantabria con más calor, más temperatura y menos precipitación; con una distribución de la temperatura distinta; con algunas zonas con temperaturas extremas, sobre todo interiores, como Potes, donde el número de días al año superando temperaturas no confortables va a ir aumentando; con el aumento del nivel medio del mar... Aquí hemos hecho un estudio muy detallado para el Gobierno regional, en el que hemos analizado cuál es el efecto del cambio climático sobre toda la costa de Cantabria. Y vemos incrementos de temperatura que tienen causas importantes sobre los ecosistemas, pero también vemos incrementos importantes en el nivel medio del mar, con erosión e inundación, que tienen afecciones socioeconómicas sobre población, vivienda, industria o infraestructuras críticas.
–La ciencia es clara. ¿Por qué perviven posturas que niegan o retrasan los efectos de esta crisis?
–Empecé a trabajar en este tema hace 20 años y no me gusta hablar de la palabra negacionismo. Siempre digo lo mismo: la ciencia genera datos y el IPCC –siglas en inglés del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático– es claro. Son un conjunto de investigadores que trabajan para la ONU y que sintetizan el estado del conocimiento. Yo he trabajado en dos ciclos del IPCC y a mí nadie me ha dicho nunca qué tengo que escribir. Hemos hecho un análisis crítico del conocimiento científico, sabiendo cuál es el nivel de confianza que tenemos en ese tipo de aseveración y cuál es la incertidumbre. En eso hemos sido absolutamente pulcros.
Que la gente cuestione la física del cambio climático es absolutamente ridículo. Que se cuestione si tenemos más o menos tiempo, si tenemos que actuar ya con más o menos intensidad, eso ya es cuestión de política, una cuestión social. La labor fundamental de la ciencia es poner de manifiesto qué es lo que sabemos y hacia dónde creemos que van las cosas, pero la respuesta es una cuestión de la sociedad. El IPCC genera un resumen para 'tomadores de decisiones' que trata de guiar, con base científica, las políticas, pero no es de obligado cumplimiento. Cada país hace su política climática. Mucha veces la gente no está de acuerdo con esas políticas y ataca al mensajero, a la ciencia, que es la que manda la información.
–¿En qué medida la bahía es un entorno clave para entender los efectos del cambio climático?
–En el programa de Ciencias Marinas vamos a desarrollar un montón de conocimiento, herramientas y capacidades, y se va a aplicar todo en un gran proyecto piloto en la bahía de Santander. Es un gran laboratorio [...] y ahí coinciden los cambios en el clima con una importante exposición debido a que gran parte de la población y del PIBde Cantabria se sitúan alrededor de la bahía, hay ecosistemas importantes, hay usos muy diversos, conflicto en esos usos... Es un gran laboratorio donde podemos mirar cómo el efecto climático puede afectar a un nivel de desarrollo y actividad que a su vez está afectando de forma importante a un ecosistema sumamente valioso como la bahía.
Analizaremos aspectos de cómo el cambio climático va a afectar a las dinámicas generales, a la morfodinámica, [...], pero también a cómo afecta a todo el sistema socioeconómico y a los diferentes ecosistemas que hay alrededor de la bahía. Hay que pensar que hay cambios en la circulación, en el transporte de arena que van a condicionar por completo, por ejemplo, la forma en la que haya que mantener El Puntal o el canal de navegación. Que también los cambios que se vayan a producir en el puerto o en otras actividades van a verse afectadas por el cambio climático. Hay una gran parte de la población alrededor de la bahía que va a verse afectada por el cambio climático. Y hay una gran cantidad de equipamientos urbanos diseñados para condiciones que no son las mismas que ahora. Es una zona especial para nosotros porque tenemos un conocimiento previo que nos va a permitir un mejor entendimiento y ayudar a planificar cómo debe ser la bahía del 2040 al 2050; es decir, cuáles son las medidas que habría que tomar para garantizar un sistema natural y socioeconómico mucho más resiliente a los cambios que nos van a venir por el clima.
–¿Qué tiempos manejan?
–Es un trabajo que en tres años debería estar terminado. La idea es que en 2025 tuviéramos ya la información necesaria para planificar a más largo plazo. Uno de los objetivos es identificar riesgos, pero también formular estrategias de adaptación que se vayan incorporando en las políticas y planificación sectoriales.
–¿Los espigones tienen algún papel en esa bahía del futuro?
–Son un elemento más dentro del sistema de la bahía. [...] Nosotros hemos hecho un trabajo científico, hemos puesto soluciones sobre la mesa y luego la sociedad ha respondido como ha estimado oportuno. El sistema Peligros-Magdalena va a seguir cambiando; antes o después, si no es esta solución, habrá que implementar otra. Vamos a ver grandes transformaciones en la bahía en las próximas décadas. Si vamos a poder controlarlas o entenderlas de manera que las consecuencias sean aceptables, bien; si no, nos tendremos que atener a las consecuencias.
La Ley cántabra de la Ciencia blindará un tramo presupuestario en inversión científica. «El hecho de que las políticas públicas establezcan la investigación como una prioridad, que se refleje directamente en los presupuestos con un porcentaje específico es un gran logro», celebra Losada. Sin embargo, no es tanto una cuestión de cantidad como de «eficiencia», matiza. «Tenemos que utilizar bien los recursos [...]. La investigación es la base fundamental sobre la cual vamos a construir el país del futuro y tratar de resolver la mayor parte de los problemas intergeneracionales que nos esperan». «Espero que seamos capaces de ejecutar ese presupuesto de manera eficiente, generando una investigación de calidad que responda a las necesidades sociales», plantea. Y, a su vez, la necesidad de «desarrollar un poco más» las estrategias que faciliten «la movilización de la financiación privada para investigación».
Más normativas dejan o dejarán huella en el IH, como la reforma laboral o la Ley Orgánica del Sistema Universitario, que, entre otros, buscan estabilizar las plantillas. Atendiendo a su funcionamiento y financiación, la meta del IH ha sido «mantener a los investigadores» más allá de su adscripción a la plantilla o la universidad. «Siempre hemos tratado de mantener al personal a partir de finacianción obtenida con proyectos en el marco de la transferencia. Que ahora puedan tener un marco que permita que hagamos indefinidos y que tengan una visión mucho más clara de su carrera profesional es una gran noticia».
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