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A. S.
Santander
Miércoles, 22 de junio 2022, 07:12
Aeropuerto de Orly. Vuelo París-Santander. Los pasajeros, entre ellos una excursión cántabra que está a punto de provocar una situación rocambolesca, ya han embarcado. ... De pronto suena el tono de notificación del móvil de una auxiliar de vuelo. «Vamos a morir», lee en la pantalla retroiluminada de su iPhone. Metafísicamente resulta una obviedad, pero en la cabina de un avión suena a otra cosa. No solo a morir, sino a morir pronto. Fuera una amenaza o una petición desesperada de auxilio, la azafata avisó a la tripulación y a la Policía. Comenzaba una historia de cuatro horas con el avión retenido y parte de la terminal cerrada. Cuatro largas horas hasta que al fin pudo despegar.
Los aeropuertos no conocen la risa. Lo saben dos docenas de alumnos de posgrado que se han traído de recuerdo a Cantabria una buena historia. De esas que hacen gracia en piel ajena o con perspectiva, pero no tanto en el momento y en carne propia. El grupo regresaba a Santander vía Bilbao tras un viaje de fin de estudios a París. Una vez embarcado, una de las estudiantes mandó un mensaje a través de AirDrop a otra compañera, al parecer una foto con un texto a modo de meme: «Vamos a morir». En aquel momento parecía una buena idea, pero no lo era, porque con lo que no contaba era con que el archivo cayera también en el móvil de la azafata. Pero cayó. Vaya si cayó.
Para quien no lo sepa, el ingenio es una nube efímera que ofrece Apple en sus dispositivos y permite subir archivos a través de la wifi o el propio bluetooth del terminal, ya sean iPhone, iPad o Mac. Por eso conviene restringirlo solo a los contactos, porque si no, ocurre lo que ocurrió: que el mensaje llega a cualquiera que tenga un iPhone en los diez o veinte metros de radio que ofrece la casa de la manzana.
4horas estuvo retenido el vuelo. Los estudiantes regresaron al día siguiente
Así terminó en el móvil de una de las auxiliares. En su cabeza el «Vamos a morir» estalló como un angustioso «Nous allons mourir», e hizo lo que se suele hacer en esos casos: tirar de instinto de supervivencia, para más señas en forma de aviso al comandante y a la Policía.
A los gendarmes del aeropuerto tampoco les hizo gracia el chiste, y por mucho que intentaran deshacer el entuerto, ya era demasiado tarde. Se suspendió el despegue mientras se investigaba el asunto. Todo el pasaje varado en la cabina mientras se sopesaba sellar la terminal entre alguna risa, tal vez incrédula o quizá nerviosa, de unas estudiantes envueltas en una situación que no se vieron venir. Tampoco habían tenido demasiada suerte: si la tripulación hubiera utilizado Android, nada de aquello habría sucedido.
Después de las cuatro horas entre la tensión y el pasmo contenido, mientras todavía había quien no sabía que se había metido en un lío, despegó el avión, pero lo hizo ligero de carga, porque los estudiantes se quedaron en París. No les dejaron volar. Solo a un profesor del centro universitario que nada tuvo que ver con la broma -como casi nadie- se le permitió viajar por motivos personales. El resto, a desembarcar, buscarse un hotel y cruzar los dedos para que al día siguiente les permitieran coger otro vuelo... con cargo a su bolsillo, porque al parecer los seguros no cubren malas interpretaciones de ataques terroristas o suicidas.
El lunes, aún con resaca del episodio, pudieron regresar al fin a Santander con cargos y una historia demasiado buena como para no contársela a cualquiera que la quiera escuchar. Entre risas o no, porque según a quién no le ha parecido tan divertida. El centro pagará a los alumnos la noche de hotel añadida en París y el nuevo billete de vuelta, vía Loiu (Bilbao), para gestionar lo mejor posible el embrollo en el que le han envuelto.
Al día siguiente, el AirDrop navegó en silencio de radio. Además de la moraleja de restringir el AirDrop para que solo accedan los contactos personales, regresaron con un mensaje muy claro. Como ya dijo Charles de Gaulle antes de que pusieran su nombre al otro aeropuerto de París, se acabó el recreo.
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Ana del Castillo
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