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Begoña Moncayo, de 37 años y vecina de Reinosa, recibió el pasado jueves la llamada con la que llevaba soñando las últimas dos décadas. Al otro lado del teléfóno, un agente de la Policía Nacional le informaba de que habían localizado con vida a su ... padre, desaparecido el 17 de abril de 2004 en Bilbao tras acudir al entierro de su mejor amigo.
Durante todo este tiempo, 20 larguísimos años, Begoña ha estado buscando a su progenitor, Antonio, incansablemente. «Cada mes le escribía una carta y la publicaba en Facebook para ver si de algún modo le podía llegar», explica esta campurriana de adopción que trabaja como sociosanitaria en la Fundación Residencia San Francisco.
En aquella llamada telefónica –que difícilmente olvidará: «Me había hecho la prueba de ADN hace poco y creí que me iban a decir que mi padre estaba muerto»–, el policía le facilitó la dirección que llevaba hasta la casa donde residía su padre, en Caparroso, un pueblo de Navarra de 2.000 habitantes.
Tras procesar el mensaje y controlar la emoción, Begoña Moncayo se subió al coche –junto a su madre y la pareja– y se plantó en la puerta que marcaba el punto rojo del GPS. Había llegado a su destino, a reencontrarse con su padre después de tanto tiempo. Pulsó el timbre de la vivienda y una mujer le anunció que había salido a tomar un café y que regresaría pronto. Pero llevaba demasiado tiempo esperando para volver abrazarlo, así que echó a andar. «Entonces le vi de frente y él me reconoció al instante. Gritó '¡Mi hija bonita!', nos abrazamos y nos pusimos a llorar (...)», relata aún con un nudo en la garganta Begoña. «No esperaba ver a mi padre nunca más», dice emocionada. «Estábamos muy nerviosos, no sabíamos qué decirnos después de tanto tiempo, pero no me importó, sólo quería abrazarlo. Le conté que es abuelo de dos niños preciosos y él me pedía perdón. Me decía que sabía que lo encontraría», relata.
Antonio Moncayo, con tres hijos, trabajó más de una década en una fábrica de Luchana (Baracaldo). El divorcio, con la consiguiente ruptura familiar, y la pérdida de su mejor amigo le sumió en una profunda depresión que le hizo desaparecer de la faz de la tierra. Al menos de la capa más visible, la más bonita. Antonio acabó en la calle, durmiendo entre cartones, sin papeles y absolutamente perdido.
La última vez que le vieron, tal y como señalaba el cartel que hace tres años hizo SOS Desaparecidos, fue el 17 de abril de 2004, el día que acudió al funeral de su compañero. «Begoña se puso en contacto con nosotros para contarnos el caso y todas las trabas que estaba encontrándose para dar con el paradero de su padre. Me dijo que su madre y su tía habían puesto una denuncia (porque por aquel entonces ella era menor), que ella le seguía buscando y que no le recogían la prueba de ADN», explica Nerea Cachorro, responsable de SOS Desaparecidos en Cantabria, que trasladó la historia a sus superiores para que el presidente, Joaquín Amills, solicitara al Centro Nacional de Desaparecidos la comprobación del perfil genético. «Estamos todos muy emocionados con la noticia. Él no sabía que lo estaban buscando y Begoña nos iba escribiendo de camino a Navarra, diciéndonos que ya estaba cerca de volver a ver a su padre», recuerda Cachorro.
Cuando un familiar desaparece hay un duelo que pasa por distintas fases, como el dolor, el enfado por sentirse abandonado, la tristeza, la esperanza o la renuncia. Cuando Antonio se esfumó sus hijos eran muy pequeños –«Mis hermanos casi no tienen recuerdos con él», explica Begoña, la hija mayor–, pero ella tenía 17 años y se había quedado sin la figura paterna. «Podía haberme enfadado, porque me abandonó, pero después de conocer por todo por lo que ha pasado soy incapaz de juzgarle».
En su primera conversación tras dos décadas de silencio, el pasado jueves, Antonio contó por encima, sin entrar en detalles dolorosos, que estuvo buscándose la vida con un «compañero de cartones» en Navarra, pero no supo remontar. «Hasta que una familia le recogió hace 15 años. Le encontraron en un banco en muy mal estado. llevaba mucho tiempo sin comer. Ahora vive con ellos y le dan trabajo», dice su hija, que ese mismo día quiso traer a su padre a Cantabria. No pudo ser, pero «la semana que viene» Antonio irá a Reinosa para conocer a sus nietos.
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