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En 1892, se celebró en Santander un mitin de controversia entre el líder socialista, Pablo Iglesias, y el dirigente republicano federalista Antonio María Coll y Puig, cofundador del periódico 'La Voz Montañesa', de la que llegó a ser redactor jefe José Estrañi. Había republicanos «federales» ... o pimargallianos porque también los había «unitarios» o de Castelar. El PSOE no era entonces federalista, ni lo sería claramente hasta 1974, cuando en el Congreso de Suresnes apostó por una República Federal y por «el derecho de autodeterminación de todas las nacionalidades ibéricas», que era como entonces echaban guindas al pavo.
Ahora nos han salido más vecinos federales. Un centenar de intelectuales vascos, alarmados ante la nueva ofensiva identitaria del PNV y Bildu, han suscrito un 'Manifiesto Federalista'. Vienen a defender un «federalismo asimétrico» para gestionar en unidad la diversidad española, y reclaman que, en vez de una imposible reforma soberanista del Estatuto de Guernica como pretenden los nacionalistas, se reforme primero la Constitución Española para habilitar dicho marco federal, en que el autogobierno vasco pueda reacomodarse.
Usted podrá pensar que, si somos aún más «asimétricos» con Vasconia, los cántabros vamos a acabar sintiéndonos esquimales. ¿No será asimetría suficiente el presente régimen foral y la apabullante diferencia de inversiones públicas, e inducidamente privadas, que el hecho diferencial reporta? Otra diferencia más, y quizá haya que cruzar en patera hasta la «hondartza» más próxima. Para Cantabria, por ejemplo, en vez de una nueva vuelta de tuerca es mucho más interesante la independencia del País Vasco, pues el primer gran puerto español del golfo de Vizcaya pasaría a ser Santander, y el Seve Ballesteros el primer gran aeropuerto. Seguro que entonces ya no habría problemas ecológicos para conectar Reinosa con Miranda por autovía y por tren de altas prestaciones, ni para construir una línea de alta velocidad hasta La Coruña.
Lo trágico de los federales españoles reside en sus magníficas intenciones. Pi y Margall era un santo varón, devoto de una patria hispánica en que quería incluir a Portugal. El socialista exiliado Anselmo Carretero era un segoviano de bien. Pero el federalismo nuestro siempre fracasará, porque no se basa en la convergencia, como en Suiza, Alemania, México, Argentina o Estados Unidos, sino en la divergencia, como en Bélgica, Yugoslavia o Canadá, donde se ha usado lo étnico y lo lingüístico como instrumento de diferenciación en castas. La objeción de Ortega y Gasset en el debate constitucional de la Segunda República sigue siendo pertinente y no cancelada: la federación une a la gente que estaba separada, pero separa a la gente que estaba unida. Querer federar-unir a España después de haberla federado-desunido sería rizar el rizo.
Y si nos sobreviene el federalismo después de todo, por hado histórico, ¿qué preparativos hemos hecho en Cantabria ante tales debates y eventualidades? ¿Dónde están nuestros intelectuales y sus manifiestos cívicos? El debate no es Revilla, sino España, y como tardemos en verlo…
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Ana del Castillo
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