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Los vecinos de Santoña tendrían que estar contando las horas para comenzar mañana sus fiestas patronales de la Virgen del Puerto. Este año de pandemia, ya habían asumido que no iba a ver ni procesión marítima, ni marmitada, ni toros, ni fuegos artificiales... Lo que ... no se podían imaginar es que iban a pasar los festejos con los accesos al municipio cerrados a cal y canto y con los bares y restaurante clausurados. El silencio ha vuelto a las calles y a las plazas de un pueblo que se caracteriza por su gran vida social.
El anuncio, poco después de la una de la tarde, de que Santoña volvía a la casilla de la fase dos, en su versión más estricta, sorprendió la población. «Un mazazo», decían algunos vecinos al conocer la decisión. La medida fue recibida con «rabia, tristeza e indignación» pues hay un sentir general de que «esto ya se venía venir y se tenían que haber tomado medidas mucho antes de llegar a esta situación».
A media tarde eran pocas las terrazas de hostelería que aún estaban colocadas. En la plaza del Peralvillo, Ramón Argos apilaba las sillas y mesas del bar Canarias para meterlas en el interior del local al menos durante los próximos 14 días. «Esto es un palo muy grande. Aunque no iba a haber fiestas la gente iba a salir a tomar sus vinos y a realizar sus pequeñas comidas, y eso se acabó». La hostelería local confiaba en que el movimiento en las próximos jornadas iba a ayudar a remontar un desastroso 2020 antes de finiquitar el verano. «Lo que no entendemos es que si el foco viene de las conserveras, se cierre la hostelería y las fábricas sigan abiertas. Nosotros cumplimos todas las medidas sanitarias y no tenemos ningún infectado», defiende Argos.
A su lado está Andrés Echeandía, responsable del bar Don Vino, que asegura que la noticia ha sido una «sorpresa» por lo repentino, pero, «en parte, ya se esperaba esto». A su juicio, en Santoña estos meses «ha habido mucho desmadre a nivel de juventud. Mucho botellón incontrolado y poca o ninguna policía para vigilarlo. Ha estado el pueblo al libre albedrío y la gente de noche ha hecho lo que ha querido».
Hasta la misma hora del anuncio de la vuelta a la fase dos de confinamiento en el pueblo se respiraba plena normalidad. Nadie podía barruntar que, a media tarde, los parques infantiles iban a estar precintados, las instalaciones deportivas y culturales cerradas y que iba a ser misión imposible tomarse una cerveza o salir del municipio por mero ocio. El deseo ahora es que este mal sueño sólo dure la cuarentena anunciada. «Esperemos que en esta ocasión lo hagamos bien y no se alargue».
Javier Ochoa y María Araujo apuraban un aperitivo en una mesa de la plaza de San Antonio. El matrimonio gestiona la Churrería Cantabria, ubicada en este céntrico enclave. Ellos tampoco van a poder trabajar los próximos dos semanas. Desde la posición privilegiada que les da su local de trabajo creen que Santoña ha llegado a esta situación porque no se han respetado las medidas sanitarias. «El alcalde y compañía han hecho la vista gorda en terrazas y demás, donde no se ha guardado la distancia de seguridad entre sillas, ni nada. Según ha ido avanzando el verano han dejado poner más mobiliario, y por querer arreglar dos meses de trabajo han estropeado un año entero». La pareja también ha echado en falta presencia policial por las calles para «controlar que la gente llevase la mascarilla. Ahora vamos a pagar las consecuencias de todo eso. Se tenían que haber tomado medidas mucho antes».
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Otro de los aspectos que sale a relucir en todas las conversaciones es la masiva afluencia de turistas que ha recibido la villa durante los meses de julio y agosto. Los vecinos consideran que la gran cantidad de visitantes que han recibido ha jugado en contra del municipio en cuestión sanitaria. «En la vida ha venido tanta gente», asegura Cristina Herbella. Ella es santoñesa y conservera, y le molesta que todas las miradas estén puestas en su sector. «Nos están echando la culpa a la gente que trabajamos en las fábricas cuando estamos guardando la distancia de seguridad y siguiendo todos los protocolos que nos mandan». Una de las conserveras de Santoña ha tenido que cerrar por un brote, pero «también ha habido aquí mucha gente de turismo y no se han guardado distancias, y eso también influye. La gente de fuera no cumplía las normas y esto se veía venir desde el minuto uno».
Ella también es madre y no logra entender cómo la próxima semana los menores van a empezar al colegio como si nada ocurriera. «Los niños se contagian igual que los mayores y los colegios de Santoña tendrían que estar cerrados como los demás espacios». En su caso, dice, «tengo mucho miedo a llevarles porque uno de mis hijos es asmático».
Y si bien, inicialmente, se anunció que los comercios iban a cerrar, después la Consejería de Sanidad aclaró que podrán seguir activos. Entre los responsables de las tiendas había ayer muchas dudas. Pilar Vinagrero, al frente de Los Pícaros, contactó con Coercán para saber si podía abrir. «Esto ya es la ruina total». En su caso, quiere seguir funcionando pero «si sólo estamos los que vivimos aquí y la mitad confinados, terminaremos por cerrar».
El alcalde, Sergio Abascal, explicó que la noticia la recibió en la mañana de ayer «casi por sorpresa», aunque «en los últimos días desde Sanidad se nos venía informando de que estaba produciéndose un incremento muy importante, estando el foco en el sector conservero, que ha generado una transmisión comunitaria».
El regidor admite que este retroceso es «muy triste», pero cree que «más vale que se apliquen ahora medidas muy restrictivas» que tener que lamentar en unos días «una situación más grave». El socialista defendió que desde el Ayuntamiento se han tomado medidas desde el «primer momento y son las mismas que en cualquier otro municipio, siendo especialmente cuidadosos. La responsabilidad es de todos y no tenemos un policía por cada ciudadano».
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