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Hay carreteras que se empeñan en volver accesible una montaña. «Subid por ahí, aquí abajo no vais a encontrar nada », dice Josefina apoyada en la baranda de su casa de Villasuso de Cieza. Dice nada y se refiere a un bar, a una tienda; algo ... abierto que no sean las ventanas de un puñado de casas que a esas horas de la mañana ventilan sus hogares. Un claxon sacude de repente las piedras. Es Ceferino, el panadero, que tras entregar un par de barras, vuelve a arrancar. «Aquí nada se mueve, sólo esa casa rural», añade Josefina mirando una fachada montañesa con dos coches de alta gama aparcados enfrente. No hay nadie, es cierto, pero en las balconadas las macetas están llenas de flores.
Bajo los enormes viaductos de la Autovía de la Meseta, sucede este municipio como a escondidas. Si uno quiere llegar a Cieza tiene que recorrer esta especie de secreto asfaltado tras dejar atrás los polígonos industriales de Los Corrales de Buelna. Cieza, como tal, sólo existe en Murcia. Aquí, en Cantabria, nombra a un municipio que en verdad es un tridente: Villayuso, Villasuso –los dos de abajo– y Collado, «ahí arriba», en lo alto de un trazado que convierte cada curva en un mirador. Los tres pueblos unidos suman 539 habitantes, pero a su pesar ostentan un hito, el que los sitúa como el municipio con menos trabajadores por pensionistas de la región.
No son los únicos que habitan en desequilibrio. En la comunidad hay 23 ayuntamientos que están por debajo de la media (2,2 afiliados a la seguridad social por cada pensionista), pero en Cieza es donde el desajuste se dispara: hay 43 trabajadores frente a un centenar de jubilados, es decir, que entre los tres pueblos apenas alcanzan un ratio del 0,43%. ¿Qué supone esto? «Que vamos a seguir tirando de la hucha de la pensiones y va a seguir siendo difícil cubrir las pensiones con las cotizaciones sociales», dice el catedrático de Fundamentos de Análisis Económicos de la Universidad de Cantabria, José Villaverde.
La radiografía resulta de cruzar los datos de pensiones en vigor por municipios y las cifras oficiales de afiliados a la Seguridad Social en octubre del pasado año. En Cantabria son 23 de los 105 municipios, pero en España se contabilizan 1.851 municipios, –el 25% del total– en los que la población trabajadora es inferior a la de empadronados que disfrutan de su jubilación. «Pues a ver qué hacen, porque a mí me queda un año para jubilarme y alguien tendrá que pagarme la pensión», dice con retranca Mª Carmen Marcano. Tiene el gesto de una vida sin festivos o puentes, dos hijos, un marido dependiente, y aún así da la bienvenida diciendo que Collado de Cieza es «el pueblo más hermoso del mundo. Aquí es donde primero sale el sol», aunque esa mañana sople el viento como si estuvieran abiertas todas las ventanas del mundo. Aún no ha abierto el bar, «va un poco a demanda», dice. Está arreglando las flores frente a su casa y su empeño mejora el aspecto de la plaza, o lo que en verdad es una carretera donde la parada de autobús sirve de lugar de encuentro y tablón de anuncios, y un parque de juegos evidencia el abandono con dos columpios infantiles desteñidos por el sol. Por dicha carretera pasan tractores y conductores que conocen demasiado bien el trazado, que vuelve accesible ese lugar en el que el Bar Tivín es un punto de encuentro, el lugar donde aún se puede comprar tabaco: «Llevo 37 años trabajando en este negocio que era de mis padres, pero conmigo se acabará para siempre». ¿Nadie retoma las empresas? ¿Es posible crear trabajo en los pueblos?
Dos elementos básicos entran en juego para entender el desequilibrio al que nos enfrentamos, según explica el catedrático de la UC: por un lado el envejecimiento de la población, que hace que el número de jubilados crezca de forma continuada, y la existencia de más de tres millones de parados, que no cotizan o lo hacen con unos mínimos realmente bajos. «Esta situación se agrava en el entorno rural, en cuanto a que la situación en el campo es, a priori, más complicada que en la ciudad debido al desequilibrio poblacional existente entre ambas zonas, y que implica que ambos fenómenos (envejecimiento y paro) sean más agudos».
La versión de este mismo hecho la da a pie de calle Alejandro Marcano: «La juventud en los pueblos no tiene futuro ninguno, si les hablas de ganado, no les interesa nada», dice, pero no circunscribe la problemática al entorno rural sino a una coyuntura estructural: «La juventud hoy en día lo tiene mucho más difícil, lo tienen feo, todo a lo que pueden acceder son contratos basura, hay mucha precariedad». Nació y creció en Collado, y como la mayoría, tenía una ganadería mixta, (trabajo y animales). Él era mecánico en Viérnoles, vivió 20 años en Torrelavega, y ahora regresó. «En la actualidad apenas hay ganaderos mixtos, y en todo el municipio habrá menos de diez ganaderos».
La ratio de Cantabria es 2,53 trabajadores por cada jubilado, ligeramente superior a la media española (2,2%, una cifra aún alejada de los 2,71 empleos que había en diciembre de 2007 por cada pensionista), sin embargo, para el catedrático de la UC no es algo a tener en cuenta: «Esto es una cuestión nacional y no regional», dice. Según las cifras consultadas para elaborar este reportaje (octubre 2018), entre julio y septiembre de ese año el número de ocupados cántabros ascendió a 246.800. La problemática por tanto hunde sus raíces no sólo en el acuciante problema del despoblamiento de las zonas rurales, sino en esta peligrosa ecuación que supone la destrucción de empleo y el envejecimiento de la población.
La situación de Cieza se refleja en el estado de su lavadero, un vestigio patrimonial «que da pena verlo por cómo está de descuidado y que no tiene agua», lamenta otra vecina, Carmen Marcano, viuda desde hace más de 30 años y hermana de Alejandro. ¿Todos sois Marcano de apellido? Y sonríen, porque es así, casi todos en el pueblo llevan ese apellido: «El exconsejero es de aquí», dicen. Y cuando uno entra en el Mesón la Casona, entiende que el apellido Marcano también ha deambulado por los estadios de Primera: ahí está la camiseta de Iván Marcano, firmada para su tía Nori, una embajadora de la comida cántabra en un restaurante que sirve una media de 40 comidas diarias en lo alto de un monte. «He trabajado más de 50 años y ahora es mi hijo Damián quien lo dirige». El restaurante da trabajo a cuatro personas, es la tercera generación, e invita a preguntarse si la vocación de continuidad es posible en los pueblos.
«Aquí los fines de semana viene mucha gente, tenemos la calzada romana, mucho ciclista, senderista y los cazadores. «Nos piden a los vecinos que les demos agua, porque la fuente está seca desde hace más de un año», dice Carmen. «El restaurante atrae a muchísima gente a diario, pero por mucha gente que venga, dice MªCarmen, aquí faltan muchas cosas para los que vivimos a diario», como si con cada dedo apuntara a alguien: «Tenemos transporte escolar a las 8 de la mañana que nos lleva a Corrales, pero no vuelve hasta las 14.30 horas», dice. «¿Y cuándo no hay colegio, cómo nos movemos los que no tenemos coche?». La pregunta llama la atención, sobre todo ante el hecho de que apenas a cuatro kilómetros está Corrales, ahí abajo, tan lejos y tan cerca, al otro lado de la montaña que una carretera vuelve accesible, y sin embargo, cada vez más inhabitable.
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