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En la vida hay decisiones que se toman más o menos a la ligera. Sin embargo hay otras que requieren pensarlo mejor por el impacto que puedan tener a nivel económico y, por ende, personal. Cualquiera que, tras darle mil vueltas, decide finalmente lanzarse a la aventura de ponerse al frente de un negocio, seguro que lo último en lo que piensa es que el primer aniversario lo va a celebrar abierto, pero con una mampara en el mostrador y un descenso en el número de clientes debido a un virus que ha provocado tal crisis sanitaria que ha obligado a decretar una cuarentena. Pedro Miguel Herrera nunca creyó que «iba a acabar aquí», dice. Con 'aquí' se refiere al estanco de la avenida en la calle Calvo Sotelo en el que empezó el año pasado. «Una pequeña locura» que en mayo cumplirá los primeros doce meses.
El golpe económico es evidente, al igual que en la mayoría de los negocios. «A nivel profesional esto es un desastre», resume. Y más para quien acaba de arrancar. Pero, al menos, esta situación le deja los gestos de todas esas personas que se acercan al salir de trabajar y le dan las gracias «por seguir abierto por la tarde». El estanquero lo tiene claro, es momento de «conservar el humor y no venirse abajo». Esto pasará.
Si algo marca las salidas permitidas estos días y las colas en los establecimientos que están abiertos, es la distancia. Esos metros de espacio que hacen que la espera parezca más larga de lo que en realidad es. Igual que el aforo máximo permitido en los locales. El día a día ha cambiado, eso es indiscutible, y sobre todo para quienes salen a trabajar y tienen un puesto de cara al público. Dado que su contacto con la gente es mayor, también lo es el riesgo de contagio, por eso Pedro Miguel Herrera extrema las precauciones cuando vuelve a casa. «Intento aislarme en una habitación y evitar el contacto con mi familia» porque él es el único que continúa trabajando y el miedo se multiplica dado que comparte casa con su abuela, la más vulnerable. Por descontado también ha aumentado la limpieza del estanco. «Al medio día y antes de cerrar desinfecto todo con lejía y alcohol, incluido el datáfono».
La actividad del negocio y el número de visitas diarias al estanco se ha visto mermado, al igual que ha ocurrido en la mayoría de los comercios porque el coronavirus no perdona a la economía. El local de Miguel Herrera está situado en una «zona de paseo o céntrico», algo que le perjudica más aún, señala, porque salir a dar una vuelta está prohibido y la gente hace las compras en los establecimientos cercanos a sus hogares, y eso es lo que puede generar diferencias en las cifras entre unos y otros.
El balance de las cuentas y la intensidad de la crisis sanitaria puede intuirse con echar un vistazo a la clientela. Entre risas y resignación el estanquero reconocía que esta entrevista podía alargarse hasta una hora sin que pase ni una persona. Es decir, en números, «ahora pasan unas 30 ó 40 personas cuando antes serían 250». Algo que, en resumen, «es un palo para la facturación», un bache que «no va a durar toda la vida» y del que la economía se repondrá, dice optimista. Aunque ahora haga falta el apoyo de la familia para hacer frente al golpe.
«Hay una cosa que sí está bien estos días», dice. ¿El qué? «Que aprendes a valorar otras cosas». Por ejemplo, cuenta Miguel Herrera que él se ha dado cuenta de que para muchas de las personas que se acercan a su negocio, muchas de ellas mayores, «este es el único contacto que tienen con alguien, y aunque sólo sean dos palabras las que intercambias, te lo agradecen y también te das ánimos. '¡Venga, que ya queda menos!', te dicen. Al menos con esto te sientes bien». Hay necesidad de hablar, sobre todo quienes viven solos y están más aislados.
Ahora Miguel cierra el estanco antes, sobre las 20.00 horas. Lo cierto es que podría incluso no abrir por las tardes. Pero estos días algunas personas que, como él, continúan trabajando le han dado las gracias por no bajar la persiana pronto. «Sé que hay gente que lo agradece porque no puede venir antes», señala, y a él no le cuesta. Aprovecha para recoger y para mantenerse informado. «Agradezco el trabajo que hacéis estos días», dice refiriéndose a los periodistas, «y el poder leer las noticias», responde.
Más que nunca son días de arrimar el hombro y de que cada uno aporte su grano de arena, y para él «si arranco una sonrisa, ya está el día hecho». Porque hay clientes con los que la conversación va incluso más allá y comparten con él sus preocupaciones y le cuentan si tienen «un familiar ingresado». Utilizan esos dos o tres minutos que dure la compra para desahogarse. Una experiencia «que me llevo de esta crisis».
En resumen: «En lo económico esto es una ruina, pero ganas en la parte humana, que es gratificante». Eso es justo lo que quedará cuando todo pase. Resulta que los vecinos también comparten con él algunas de las reflexiones que afloran durante la cuarentena y la que más se repite es que, quizá, cuando la normalidad vuelva la calle, «aprendamos a valorar todas esas cosas a las que, como antes eran cotidianas, no les dábamos importancia».
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