Una ventana a la UCI
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Pesan los muertos, las ausencias, la enfermedad, pero hemos llegado hasta aquí y seguimos adelanteCasi un mes de reclusión domiciliaria. ¿Qué tal van? Cada uno como puede, supongo. ¡Somos tan distintos! Pero todos estamos en las mismas. Cada vez pesan más los muertos, las ausencias, la enfermedad, la falta de libertad, la distancia, la incertidumbre, las certezas, el aburrimiento, la tristeza, el cansancio, los kilos... Pero hemos llegado hasta aquí y seguimos adelante. Aprendemos. Resurgimos. Y nos ayudamos. Compartimos alegrías reales en espacios virtuales.
Reportajes como el último de Ana Rosa García que nos traslada al epicentro de la batalla contra el abominable bicho de las fiebres nos reconfortan con nuestra suerte. Nos ponemos en el pellejo de esos pacientes que llegan asustados a la UCI, rodeados de media docena de hombres y mujeres vestidos como astronautas que saben lo que hacen, pero a los que apenas pueden ver los ojos. Y en la piel de los médicos, enfermeros y auxiliares que se mueven dentro de esos agobiantes trajes, que comparten el dolor de los que se van y la emoción de los que regresan, que son mayoría.
Hoy quiero detenerme en las fotografías que ilustran ese reportaje del domingo y en concreto en la que ocupa la portada. Es una imagen que duele porque la realidad que revela es dolorosa. Pero ese es el lugar en el que todos pensábamos cuando aplaudíamos, el sitio en el que nos habría gustado estar para ayudar, si hubiéramos sabido, o para acompañar, si hubiéramos podido. Es el núcleo de la emergencia sanitaria que todos tratábamos de imaginar y que ahora hemos podido ver. A través de esa instantánea, hemos asomado a la UCI, en este caso la de Valdecilla. Hemos vislumbrado a los enfermos intubados. Hemos visto a los profesionales encapsulados en esos equipos con los que salvan vidas y con los que se protegen del contagio. Hoy les aplaudiré no sólo por su trabajo, sino porque nos lo han mostrado. Esa foto tal vez resulte dura, pero a mí me transmite dignidad, esperanza, lucha y eficacia. Y me despierta empatía.
Es este mes de estado de alarma les hemos contado muchas cosas. Rafa Torre ha rescatado de la estadística a doce de los 110 pacientes que han muerto por la epidemia en Cantabria. Nuestro conversor de números a personas sigue en marcha. Pondremos rostro a todos los que podamos. No todos los fallecidos son víctimas del bicho, pero a todos les arrebata la despedida. Tiene la pésima costumbre de asistir a los funerales y nadie quiere celebrarlos en su compañía.
Por fortuna les hemos podido narrar historias mucho más agradables, como el regreso de Prudencio con su familia después de haber pasado cinco días en coma y diez conectado a un respirador. El hombre de 47 años que lloró «como un chiquillo» el día que el personal de la UCI de Valdecilla lo despidió con aplausos compartió sus emociones con la periodista Ángela Casado, igual que Ramón, que, a sus 82 años y con mascarilla, cantó su adiós a las enfermeras en forma de habanera.
En estas cartas hemos destapado también interioridades de nuestro trabajo. Siguen invitados al patio vecinal de El Diario aunque nos pillen con estos pelos. En las videoconferencias casi todos exhibimos larguras desacostumbradas. Para Javier Cotera no es un problema, porque siempre ha sabido recogerse la melena. Miguel de las Cuevas no es hombre de coletas y ya no sabe cómo lidiar con esa mata de león. En casa nadie se ha atrevido a ayudarlo con las tijeras del pescado. Que no hay tanta solidaridad como se dice. Está tentado de «tirar a derecho» con la máquina de afeitar a ver qué pasa. Iñigo Noriega busca en el mercado online un aparato fiable para autorraparse. Le corre cierta prisa. Le pasa lo que a David Vázquez Mata, que si se descuidan tienden al 'look' Pájaro Loco.
Marc González nunca ha sido de mucho peine, así que el caos en él parece estilo. El aspecto de Alberto Santamaría sólo lo intuimos, porque siempre se conecta a contraluz y aparece en penumbra en la pantalla. Cada vez que Sánchez anuncia una prórroga, maldice el farol que se tiró de no rasurarse hasta el final del confinamiento. Eso por entrar al trapo con Fernández-Cueto. A mí se me ha ido un poco la mano con el corte de flequillo, pero nada que no arreglen unos días más de cuarentena.
Cuando acabe todo esto, las peluquerías van a tener listas de espera más largas que para una resonancia en Valdecilla. Quizá también abran las 24 horas para dar salida a tanto desastre capilar. Alguno hasta preferirá acudir de madrugada para que no lo vean de esa guisa por la calle. La mascarilla ayuda. Se me había ocurrido sacar unos pantallazos furtivos de las videoconferencias y enseñarles a ustedes las greñas que luce el personal, pero no quiero colmar el vaso con esa gruesa gota. Ya hay compañeros que apagan la cámara si ven que estoy conectada. Dejen que disimule una temporada y ya les contaré.
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