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Es una sombrilla natural. Ideal para pasear en los días más cálidos del verano. Una gozada para los sentidos. Caminar bajo el paraguas de alisos, fresnos, sauces y, de vez en cuando, alguna encina es un placer en julio y agosto. Si, además, el Nansa baja plácido, la estampa se convierte en idílica. La senda fluvial de este río es uno de los principales reclamos turísticos en esta época del año. El trayecto entre Muñorrodero y Cades es el más transitado, especialmente, por familias con niños y excursionistas. Perderse es imposible –está perfectamente delimitado– y está adaptado con pasarelas y barandillas de madera para salvar los desniveles del terreno.
El punto de partida está en Muñorrodero, donde un par de autocaravanas han pasado allí la noche. «Es una pasada, sobre todo para los más pequeños. Mira qué parque tan encantador tienen aquí», relata una pareja madrileña mientras prepara todos los bártulos para comenzar la marcha.
En total, son poco más de trece kilómetros divididos en dos sectores. El primero va hasta la central eléctrica de Trascudia, cerca de Camijanes. La segunda comienza en ese mismo punto y culmina en Cades. El desnivel también ayuda. La ruta es prácticamente llana. Apenas hay 340 metros de ascenso acumulado y 260 de descenso. Uno de los mayores atractivos es poder adentrarse en lo que se denomina un bosque de ribera.
Javier vive justo en la mitad. Allí tiene un chiringuito que lleva un tiempo cerrado. «No lo abro porque la mayor parte del año por aquí no pasa casi nadie», dice. Está jubilado de una empresa eléctrica. Es una de las personas que mejor conoce la senda. En Trascudia se encuentra uno de los principales atractivos. Uno de los arroyos afluentes vierte su agua al Nansa en unas cascadas. Junto a ellas hay un arco de piedra que Javier ha desbrozado para que la imagen sea aún más bonita.
«Hasta mediados de julio la gente que recorre la senda viene, principalmente, de Madrid, País Vasco y del extranjero», explica Alix en la caseta de información turística que hay en Herrerías. «Después, todo se masifica», advierte. El motivo es claro. Muy cerca de allí se encuentra uno de los buques insignia del turismo de la región: la cueva del Soplao. «La gente luego baja aquí, se informa y algunos deciden completarla», añade Alix. Hace dos años estuvo mucho más concurrida, pues el trayecto entre Muñorrodero y Cades coincide con una de las etapas del Camino Lebaniego. Como sucede con el turismo de interior, la presencia de nubes en la costa desplaza a la gente hacia propuestas como esta. «Nos preguntan qué se puede hacer aquí, dónde comer o cómo llegar a otros valles, como el de Liébana», continúa la guía turística.
La segunda parte del camino tampoco desmerece. El objetivo es llegar a Cades a través de senderos muy próximos al río y de dos tramos que hay que hacer junto a la carretera que discurre hacia Puentenansa. Una vez en el punto final es de obligado cumplimiento la visita a la ferrería y al molino. Un conjunto rural del siglo XVIII que constituye uno de los pocos ingenios hidráulicos de este tipo que se pueden ver en funcionamiento. Hay visitas guiadas durante todo el año. Una buena manera de acercarse a lo que antaño era el trabajo de ferrones y molineros.
Además de disfrutar del bosque, la fauna es otro de los reclamos. Nutrias, cangrejos y salmones son los moradores del Nansa. Estos últimos dieron antaño fama al río. «Pues este año sólo han salido cinco», se lamenta Javier, mientras señala otros peces. No son truchas, por mucho que los senderistas se confundan. «Son mules, como los de los puertos pesqueros. Los que se comen todos los desperdicios. Han remontado ocho kilómetros hasta aquí», añade este vecino.
El tiempo estimado para completar la senda por completo es de unas cuatro horas. Eso sí, únicamente la ida por lo que si se deja el coche en Muñorrodero hay que añadir otras cuatro horas de los trece kilómetros de vuelta.
Antes de marchar, Javier nos hace un guiño. Quiere enseñárnoslos pero que no les fotografiemos. En un punto cercano vigila cuatro salmones que hay embalsados. Está esperando a que crezcan más para soltarlos. «Hay que convertir de nuevo el Nansa en un río salmonero», concluye.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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