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SANTANDER.
Lunes, 6 de agosto 2018, 17:23
Poco sabían los residentes del número 13 de la calle Picos de Europa, en Torrelavega, acerca de María Elena Ruiz Sancho y Guillermo Fernández Bueno. El hombre, fugado de la cárcel del Dueso y localizado dos semanas después en Senegal junto a su pareja, ... vivía con discreción en la segunda planta del edificio siempre que disfrutaba de un permiso penitenciario. Propiedad de los padres de ella, la pareja se había asentado allí después de que su progenitor se mudase a Paraguay, años después de separarse de su mujer. Sus nombres todavía pueden leerse en el buzón del portal. La relación de la pareja con sus vecinos puede calificarse de cordial. Era ella, habitualmente, quién entablaba conversaciones cuando se cruzaban con alguien en las escaleras.
Verlos juntos paseando a su perro era una de las estampas más habituales. A veces coincidían con Saúl, propietario de otro can, y se paraban a hablar sobre sus mascotas. Una conversación trivial entre compañeros de escalera que se repite en todas las urbanizaciones. Nada hacía sospechar sobre el pasado de Guillermo. «Yo sólo la conozco a ella, a él nunca lo vi. De todos modos, no compartíamos más que un 'hola y adiós'. Tampoco me la cruzaba con frecuencia», añade una mujer del bloque, que no relacionó la noticia con ellos hasta que no se lo confirmaron otros vecinos. Sólo una persona recuerda a Guillermo tratando con el resto de la comunidad. «Mi hermano jugó contra él en un partido de baloncesto que organizaron en el bloque. Era muy diferente entonces, tenía el pelo corto», rememora una chica que frecuenta el edificio para visitar a sus padres.
-15 de julio Guillermo Fernández comenzaba su permiso penitenciario de una semana. No era el primero que disfrutaba.
-22 de julio El condenado no se presentaba en la cárcel del Dueso. Durante las primeras horas, creyeron que se trata de un retraso.
-25 de julio La Policía Nacional da la voz de alarma a través de las redes sociales y comienza una búsqueda internacional.
-31 de julio Localizan a Guillermo y a su pareja, María Elena, en Senegal, donde trataban de atravesar la frontera con Gambia.
La exclusiva de su 'viaje' la obtuvieron en una peluquería de Pequeñeces de la que María Elena era asidua. Su confianza con las empleadas y las demás clientas era la suficiente como para confesarles que se marchaba de la ciudad. «He estado ahorrando y me voy a recorrer el mundo», les dijo una semana antes de la fuga. Les confesó que iba a cumplir su sueño de toda vida, que no sabía exactamente qué países visitaría y tampoco cuándo volvería. En el local desconocían que mantenía una relación sentimental, y fue cuando vieron en los medios que era pareja de Guillermo Fernández cuando descubrieron que su pasión por los viajes era, en realidad, una huida organizada.
En el edificio de Picos de Europa, quien había congeniado más con María Elena era uno de sus vecinos, jubilado de Sniace que trabajó en la fábrica con su padre. Mirando los buzones, la relacionó con su compañero de trabajo. «Le pregunté y fue muy amable conmigo, charlamos un rato sobre su familia y después nos despedimos». Destaca que era una mujer educada que, después de pasear a su perro y volver al portal, dejaba paso a los demás en el ascensor y subía por la escalera, para evitar situaciones incómodas si a algún residente del edificio le diera miedo estar tan cerca del animal. Su padre había trabajado también en el Ayuntamiento y el Mercado de Ganados. Cuando se jubiló, «se mudó a Paraguay, donde me dijo que la calidad de vida era muy alta con el dinero que ganaba aquí», recuerda el hombre.
No eran habituales en los negocios de alrededor de su vivienda. Para el dueño de la Cristalería Puente, situada en el bajo del edificio, «ella era una vecina más». A él le vio en contadas ocasiones. «Cuando pasaban por aquí nos saludábamos, pero eso era todo. No teníamos más relación», asegura. María Elena visitaba más el bar de la esquina, el Picos de Europa. No porque se dirigiera allí para consumir algo en la barra, sino porque concurría la máquina de tabaco. «Como mucho, me hablaba para pedirme cambio, nada más», afirma el dueño del local.
Fue el pasado 22 de julio cuando el condenado -por doble violación y asesinato- tenía que regresar a la cárcel del Dueso, en Santoña, después de disfrutar de una semana de permiso penitenciario. Desde que comenzó a disponer de días libres, los pasaba junto a su pareja en el piso de Torrelavega. Ningún vecino tenía sospechas acerca de él. Sus ausencias no llamaban la atención, ya que por motivos laborales tampoco era común cruzarse con ella.
A los tres días de ausentarse de la prisión, la Policía Nacional comenzó a difundir su fotografía por redes sociales. En ese momento, algunos vecinos lo relacionaron con el hombre que, en alguna ocasión, habían visto por el rellano, paseando a su perro o cargando objetos en su furgoneta blanca. «No lo relacioné, tiene una cara muy común y no había reparado en sus rasgos», reconoce una señora que supo quién era después de una larga explicación de otra vecina. El último día de julio, los localizaron entre Senegal y Gambia.
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