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Daniel Pedriza
Víctimas protegidas entre costuras

Víctimas protegidas entre costuras

Veriacha y Arad son personas refugiadas: ella dejó Nigeria por una red de trata y él huyó de Irán por su orientación sexual

Marta San Miguel

Santander

Lunes, 16 de agosto 2021, 07:02

Veriacha no dice el nombre del «hombre mayor que hablaba inglés», pero ese extraño al que nombra con una perífrasis la salvó de la explotación sexual de la que era víctima. Nigeriana de 22 años, con 17 abandonó su país. La razón fue esa frase que tiene la consistencia de un chicle: se fue en busca de un futuro mejor, y en esa frase se le quedaron pegados los zapatos a Veriacha, que acabó atrapada en una red de trata donde la mujer que le había pagado el viaje a España, la obligó a prostituirse para devolver hasta el último euro que había costado el pasaje. El trato inicial lógicamente no era ese. El trato inicial era que Veriacha iba a trabajar a una tienda de productos africanos, pero cuando llegó a Málaga, se encontró conviviendo con otras mujeres víctimas de trata que salían a la calle a buscar clientes. Lo cuenta en una sala de Austral, en Maliaño, donde se forma como modista en el taller que la asociación Nueva Vida ha abierto con la empresa textil. La joven Veriacha, quizá precisamente por ese adjetivo que la convertía en menor de edad, no podía salir de aquella casa donde se vio obligada a recibir a sus clientes durante seis meses. Así fue hasta que apareció «el hombre mayor que hablaba inglés» (único idioma que entendía entonces).

«Venía para trabajar en una tienda de productos africanos, pero me encerraron en una casa hasta pagar todo lo que había costado el pasaje»

Veriacha

(Nigeria)22 años

No habla de amor ni de otro vínculo para explicar lo que hizo por ella aquel extraño: «Le pidió a la señora permiso para sacarme a cenar, comprarme ropa, pero ella dijo que no. Al cabo de un tiempo lo volvió a intentar: quería llevarme de paseo, pero no le dejaron. Al final lo consiguió, pero en vez de eso fuimos a la estación de autobús de Málaga, compró dos billetes y viajamos juntos a Bilbao». Una vez allí, el hombre le compró un billete a Francia, le dio dinero y se despidió de ella. «No le he vuelto a ver», dice Veriacha, con los ojos bordeados por un blanco marfil, y los párpados rugosos por la juventud y la distancia genética que marcan las coordenadas de su país con el nuestro. Sólo sonríe cuando en su historia le toca hablar de Santander. Sólo ahí achina esos ojos jóvenes y sin embargo huecos, cuando habla del futuro que le proporciona la Asociación.

Veriacha viajó de Francia a Alemania, allí otra entidad le proporcionó cobijo y alimento, allí se quedó embarazada, pero no logró el asilo que pedía. «En Alemania pidió protección, pero por el Tratado de Berlín, tiene que pedir la protección o el asilo por el país por el que ha entrado», explica Olga Pallaruelo, coordinadora de los centros de Víctimas de Explotación Sexual de Nueva Vida, tanto de adultas como de madres con hijos, y que en este momento atiende en Cantabria a ocho mujeres en esta situación. Por eso solicitó asilo en España. Así fue cómo Veriacha llegó a Madrid, a Cruz Roja, donde estuvo atendida hasta que se acabó el programa y le encontraron una plaza en Cantabria. Su hijo de dos años y cinco meses va a la escuela, y ella, ¿se quiere quedar? «Aquí aprendo un oficio (pasa cinco horas en el taller), aprendo español (dos horas al día a clase), y me quedaré donde tenga un empleo».

Cantabria atendió a 50 personas que pidieron asilo en 2020

Por decisión de Naciones Unidas, desde hace veinte años se celebra cada 20 de junio el Día Mundial de las personas refugiadas para reivindicar el derecho de todas las personas a buscar asilo y encontrar refugio. En Cantabria, la Asociación Nueva Vida atendió en 2020 a 50 personas en esta situación ya que forma parte del Sistema de Acogida y Protección Internacional (SAPI) financiado por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, desde donde acoge y atiende a personas solicitantes y beneficiarias de asilo o protección internacional.

De Turquía a España

En esas mismas mesas donde los hilos y madejas no dejan de funcionar, y las manos que han tocado pasaportes, camastros y puertas para pedir ayuda, tejen ahora prendas bajo el membrete de al marca Austral, con a quien la Asociación estableció un acuerdo el pasado mes de mayo para formar y emplear a personas en riesgo de exclusión social, personas refugiadas o víctimas. Entre esas manos que estos días dan puntadas están las de Arad, un joven de 30 años, nacido en Irán, y que con 23 abandonó su país por su orientación sexual.

Su historia comienza en un país donde ser homosexual está penado con pena de muerte, dice en un español que completa con gestos como pasarse un dedo por la garganta. Arad estudiaba informática en la universidad mientras trabajaba en un parque de atracciones. Al tiempo, hacía el servicio militar porque allí es obligatorio. «Me violaron», desvela, no una vez, muchas: «No podía denunciarlo a la policía, y además, me amenazaban con denunciarme ante el gobierno por mi orientación sexual», dice. Huyó a Turquía donde tenía un amigo, en realidad el hombre del que estaba enamorado.

«Ser homosexual en Irán está penado con la muerte, me amenazaban con denunciarme; hui a Turquía y tras cinco años conseguí asilo en España»

Arad (Irán) | 30 años

Allí encontró trabajo, precisamente en la industria textil, y aprendió a coser, pero esos años fueron los más difíciles: «Lo pasé peor allí que en Irán», sobre todo cuando su pareja consiguió asilo en Canadá. Él lo intentó, pero «cuando llegó a la presidencia Justin Trudeau, negó el asilo a los ciudadanos iraníes», y quedaron entonces para siempre separados. Allí pasó cinco años: «Sufrí depresión, agresiones, hasta que por fin, a través de Naciones Unidas, me concedieron la condición de refugiado». Llegó en 2019 a Bilbao, donde ha vivido hasta hace poco, cuando ha empezado a trabajar empleado en Austral: «Me gano mi propio sueldo», dice, y mira el móvil, como si pudiera tocar a su familia con la que habla cada noche por Whatsapp. «Aquí ya tengo amigos y ellos están bien», dice, y suena a despedida su última frase.

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