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Los trazos del toreo moderno se dibujan de una manera similar. Toreo de escuela, muy técnico, casi típico y tópico y con corte y confección ... similar entre sí. La llegada de los años 90 del siglo pasado acabó, salvo algunas excepciones, y no solo en el toreo, con la picaresca de la calle, el cancherismo dentro y fuera del ruedo y, por ende, con el efecto sorpresa. Sin embargo, el halo romántico del toreo no está perdido, ni mucho menos. Todavía quedan viejos zorros, no tanto por edad y sí por sabiduría, que fueron autodidactas, aprendieron con la experiencia los golpes en tapias y capeas y que ahora valen tanto por lo que cuentan como por lo que callan. Y la Escuela Taurina de Santander tiene la suerte de contar con Víctor Cañas (Sartajada, Toledo, 1970), uno de esos hombres sabios que, enamorado de Cantabria, reparte sapiencia y valores a partes iguales.
La historia de Cañas se inicia en ese triángulo que forman Ávila, Madrid y Toledo en torno al Valle del Tiétar. Una zona tan bonita como agreste, de las que forjan el carácter y donde pocos son los lugares que, en los años 70 y 80, no celebraban festejos taurinos. «En todos los pueblos había una capea el día de la fiesta y, con los años, empezaron a darse festejos más serios». Una imagen icónica, la del toro, que sirvió para que el veneno taurino calara en las venas del manchego. «Ya desde niño pintaba toros y toreros, no sé de dónde me vino la afición», reconoce Cañas. Horas de capea y un aprendizaje autodidacta al escuchar a los profesionales con los que se empezó a reunir primero en Talavera de la Reina y posteriormente en Toledo fueron la base con la que debutó en Getafe como torero de plata en 1990.
Se inició una carrera larga, honesta, profesional y vinculada, sobre todo, a su paisano Eugenio de Mora, aunque en la lista de toreros con los que ha toreado Cañas aparecen otras figuras tras el ocaso de la carrera del toledano. «Él era alumno también de la Escuela de Toledo y durante toda su carrera he estado con él», recuerda. Reconoce que el mundo del toro ha cambiado durante una trayectoria que se frenó en seco el 18 de junio de 2022, cuando toreando a las órdenes de otro paisano, Álvaro Lorenzo, un toro del Conde de Mayalde le retiró tras una cogida a la salida de un par de banderillas: «Era una tarde especial, en mi tierra, con dos paisanos y la cosa vino así».
Toledano de pro, las garras de Cantabria, sus paisajes y su gente habían atrapado a Cañas hace ya varios años, por lo que, tras su retirada, decidió que la región era el mejor sitio para trasladarse. «Yo había comprado y restaurado una casa en Carmona y decidí trasladarme a ella. Siempre me ha gustado el norte», explica. Montaña y naturaleza para un torero que había dejado los ruedos, pero no las inquietudes taurinas y que cuando descubrió que en Santander existía una escuela no dudó en ofrecerse a colaborar. «Hablé con Juan Cantora, que era el que entrenaba con los chavales, me acerqué un día y ya me quedé».
Conocedor de la afición latente que existe en Cantabria, Cañas ve reflejada la problemática de los jóvenes de la región en la que tuvo él en sus comienzos. «Hay muchas ganas de tauromaquia, lo que no hay son profesionales», expone. Por eso se ha volcado con un centro del que ya han salido dos novilleros cántabros sin caballos (Eduardo Rodríguez y Hugo de Juana) y otro, madrileño, que ya sabe lo que es incluso ganar un certamen del prestigio del Memorial Iván Fandiño. Un trabajo sordo, del día a día, y en el que prima, sobre todo, la experiencia del toledano. «Yo me limito a entrenar con ellos, a darles consejos, a contar anécdotas y a intentar corregir. Luego ya dentro de lo que lleve cada uno le puedo ayudar con mis conocimientos».
«Yo entreno con ellos, les doy consejos, les cuento anécdotas y les ayudo a corregir errores»
«Es difícil, porque faltan ganaderías para entrenar, pero hay chicos que pueden llegar a toreros»
Un aprendizaje que incluye ser y actuar como torero dentro y fuera de la plaza y que tiene como telón de fondo, como sueño común tanto para Cañas como para la afición cántabra, el surgimiento de un torero: «Ojalá llegaran a ser matadores de toros, ser figura es casi un milagro. Aquí lo tienen muy difícil para llegar, porque apenas hay ganaderías y festejos, pero pueden llegar».
El idilio entre la Cantabria taurina y Víctor Cañas es mutuo. Un entendimiento que ha calado entre los responsables de la escuela, entre los novilleros que allí se ejercitan y entre una afición ávida de festejos y de ídolos a los que seguir. De momento, la forja de los mismos corre a cargo de un toledano que se enamoró de Cantabria y que ahora ya es uno más en esta tierra.
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