Borrar
La vida en el límite

Ver fotos

Juanjo Santamaría

La vida en el límite

Estampas de verano ·

Los negocios en la 'frontera' entre Cantabria y Vizcaya rebosan actividad pese a la autovía

Rafa Torre Poo

Santander

Domingo, 14 de julio 2019, 07:45

Por la forma en la que Roberto sirve las consumiciones se deduce fácilmente que es un lugar de paso. Cuando le piden «un mediano», sin preguntar, este camarero de Matienzo elabora un café con leche pequeño que sirve en vaso. Algo muy santanderino. En cambio, cuando lo que se escucha al otro lado de la barra colonizada por cientos de pinchos es «un zurito», más típico del País Vasco, tira sin dudar un corto de cerveza. Trabaja en el límite provincial entre Cantabria y Vizcaya, en donde en tan solo trescientos metros de recta se acumulan dos gasolineras –una con bar–, un restaurante-hotel, una tienda de muebles y un club nocturno, ya cerrado, como los que salían en la película 'Airbag'.

La N-634 se despide de Cantabria en este punto de Ontón, aunque todos los negocios llevan el nombre de El Haya, el barrio de la localidad vizcaína de Muskiz. Paralela, prácticamente pegada, discurre la A-8 hacia Bilbao o Santander plagada de vida. En muchos casos, la construcción de una autopista es la puntilla que determina el cierre de negocios tradicionales, de esos en los que si has parado durante años conoces a varias generaciones de un mismo propietario.

Acostumbrados a la monotonía de la velocidad, a los conductores se les hace pesado abandonar la tranquilidad de los dos carriles para regresar a la carretera de toda la vida y frecuentar los bares y tiendas de siempre. Pero este enclave es una excepción. Algo parecido a la aldea gala en la que vivían Astérix y Obélix, que resistía pese al ya por entonces poder de la incipiente globalización –en aquel caso, del Imperio Romano–.

Aquí van unos datos que lo corroboran. En el Hotel Restaurante El Haya elaboran «treinta tortillas diarias de más de ocho especialidades diferentes», cuenta Roberto. «Y todas artesanas, nada de preparados listos para volcar en la sartén», recalca. «A nosotros la autovía nos ha venido bien», apostilla su compañero Javier. Juntos, como una buena pareja de delanteros de fútbol, se distribuyen a los viajeros que, en oleadas, paran con ganas de tomar algo e ir al baño. «También se ha notado muchísimo el boom turístico que ha pegado Bilbao de hace unos años para acá. Antes no iba nadie, pero ahora con el Guggenheim y demás es una locura», recalca.

A solo unos metros, Inés y Carmelo resisten vendiendo sofás, camas, somieres y colchones. «Cuando abrimos en el año 1992 la autovía no existía y esta carretera era infernal. Siempre estaba atascada», cuentan. Ahí crearon su clientela y ahora viven «del boca-oreja». «Viene gente de Muskiz, Kobaron y una pequeña parte de Oriñón y Castro Urdiales». Reconocen que la mayoría de los viajeros que se detienen es por los negocios de hostelería y las gasolineras. «A veces entran también aquí pero para mirar, porque suelen ser paradas cortas para repostar y reponer fuerzas».

Fuera, en la carretera, en una mañana calurosa de julio el trajinar de coches, tráilers y camiones es continuo. De vez en cuando, un solitario ciclista o algún peregrino rompe la monotonía. Un pilar de piedra, además una moderna señal, indican al viajero que está a punto de cambiar de comunidad autónoma. Tallado, desde el lado cántabro, se lee perfectamente 'Vizcaya'. Nada desde el lado vasco. Un mural de azulejos de su patrona, la virgen de Begoña, da la bienvenida.

Sentado en una silla, Edu aprovecha un respiro, para comer un sándwich en forma de triángulo. Pero al gasolinero lo que le llama la atención es el equipo fotográfico de los periodistas. «Me gustaría más dedicarme a hacer fotos, pero ya veis, aquí estoy», dice con cierto tono de resignación mientras echa una ojeada a los objetivos. Apenas puede dar el último mordisco antes de que se acerque otro coche. «En verano, esto es un no parar –dice–. Hay días en los que puedo llenar quinientos depósitos».

Se despide con la mano, mientras continúa con la faena, cuando el periodista le señala con el dedo el último de los negocios que hay en la zona: el club nocturno con sus luces de neón apagadas. «Lo cerraron en septiembre del año pasado. Ya no están de moda, ahora la gente se va a pisos en ciudades y cosas similares», espeta.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Premios Goya

La quiniela de los premios Goya 2025

Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes La vida en el límite