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Vida de perros

Vida de perros

Mesa de redacción ·

Teresa Cobo

Santander

Sábado, 18 de abril 2020, 19:30

Otro fin de semana recluidos en casa. Son ya 35 días con sus 35 noches. Y no sabemos hasta cuándo. El coronamarcador no se detiene: 20.043 muertos en España y 149 en Cantabria. Nos instan a fijarnos en las otras cifras, en las de los enfermos ya curados. Son 534 en la comunidad autónoma. Lo destaca el Gobierno en sus comunicados para que reparemos más en los números buenos que en los malos, cada vez más relegados en sus notas. Pero son los guarismos que dan miedo los que nos recuerdan por qué aguantamos confinados. Y no parece terquedad insistir si en la región ya acumulamos 8.000 multas y 130 detenidos por incumplimientos de las restricciones que impone el estado de alarma.

El arresto domiciliario es difícil de sobrellevar cuando se alarga en el tiempo. Es duro renunciar a la libertad. Y más si no eres capaz de comprender del todo las razones. Eso les ocurre a los más pequeños. El Ministerio de Sanidad estudia cómo abrir la mano con los menores de 14 años. Quizá debamos hacer lo mismo en El Diario con un veterano como Sane y permitirle salidas cortas y controladas. «La gente sigue colgando la ropa en el patio, las películas que echan ya las he visto todas. Me aburro. Ahí fuera hay individuos quemando montes y muchas otras cosas que fotografiar. Me sigo subiendo por las paredes». Si no queremos que acabe como una lámpara, colgado del techo y encendido, quizá haya que protegerlo un poco menos. Quién sabe cómo acertar.

Si a los niños es complicado explicarles por qué no hay calle, a los animales es imposible. Lo he intentado con Blue, pero no entiende nada. Tuerce la cabeza, y sus enormes y redondos ojos verdes miran implorantes. Está quejica, tristón, pedigüeño y más pesado en todos los sentidos. Como muchos críos. Estaba acostumbrado a sus fines de semana en el pueblo, donde corría entre la hierba, trepaba a los árboles, escarbaba en la tierra, metía la pata hasta el sobaco en los agujeros, perseguía lagartijas y mariposas y se echaba al sol de campo. Si esto le pasa a un gato, imaginen cómo se sentirán los perros, menos caseros.

Son muchos los que presumen ahora de querer llevar vida de perro. Padres de Bilbao con hijos confinados han grabado un vídeo bajo el lema «Sólo quiero que me traten como a un perro». Puede ser un eslogan ingenioso para reclamar que los niños salgan tres veces al día a dar un paseo corto. Pero cuidado con lo que se pide. Hay que advertir a los chavales que rompan la pancarta en cuanto acabe la cuarentena. Será muy peligroso para un niño que lo traten como a un perro. Corre el riesgo de que la familia que lo ha mimado lo abandone en cuanto pegue el estirón. Quizá lo deje en medio de la calle, lejos, para asegurarse de que no encuentre el camino de vuelta a casa, o puede que lo entregue en un albergue de acogida. Allí permanecerá angustiado con otros como él, a la espera de que aparezca alguien dispuesto a adoptarlo. Pero si es feúcho o tiene mal carácter y nadie lo elige, puede acabar sacrificado. Fin de su vida de perro.

Esas cosas les pasan a los Toby, los Rocky y las Luna de este mundo. Algunos quedan confinados para siempre, atados en un chamizo o en una cuadra inmunda. No todos forman parte de familias en las que son uno más y en las que estos días es más arduo convivir. No son buenos tiempos para los perros, lo que ocurre es que son malos para todos y para algunos son peores. Los canes están confusos. No entienden por qué sus dueños ahora también llevan bozal, por qué las salidas son tan cortas y por qué les ladran desde los balcones esos vigilantes que las juzgan demasiado largas.

Perezosos en la cama

Aunque parezca lo contrario, no hace tanto que nuestra vida dio un vuelco radical. ¿Recuerdan aquellas mañanas frías y lluviosas en las que asomaban a la ventana y ahí estaba su vecino con el perro en el parque, con un paraguas en la mano y con la bolsa para recoger las cacas en la otra? ¿No? Quizá a esas horas no lo veían porque seguían arrebujados y perezosos en la cama, apurando unos minutos más en duermevela. Pero pueden rescatar de la memoria una escena similar a mediodía o por la noche. ¿Y la vecina que tuvo los arrestos de sacar al perro durante toda una semana con aquel embudo gigante alrededor de la cabeza (la del can) porque tenía que hacer sus necesidades (el can) y había que impedir que se rascara la herida? Muchos de los que ahora dan su reino por un perro silbaron de alivio por no tenerlo en el pasado y escurrirán el bulto cuando recobremos el futuro.

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