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Acaban de cumplirse 25 años de su jura como abogada (aunque no ejerce, sigue pagando la colegiación en Cantabria) y dentro de nada cumplirá los 55. Hace ya mucho que la vida de María José Sáenz de Buruaga (María, en su círculo más cercano) pende ... de los números. Le gustan las matemáticas, así que por ese lado no tiene queja. Aunque las cifras que le han quitado el sueño en su devenir público son muy distintas a las que jalonan su biografía. Primero, porque si sacaba la calculadora como vicepresidenta del Gobierno de Ignacio Diego y consejera de Sanidad era para conseguir los fondos para terminar el Hospital Valdecilla, ya que alardea a menudo de que lo terminó en 16 meses tras 16 años de no haberlo hecho los socialistas.
Después, porque cuando su tándem con Diego se hizo añicos, llegó a la presidencia del PP por solo un puñado de votos. Literalmente. Así que es seguro que justo antes de aquel congreso (hablamos de 2017) había tenido que repasar una y mil veces, uno a uno, los apoyos con que contaba. Logró coger el timón, aunque pagó un precio altísimo, en lo político y en lo personal. Roto el PP por dentro, en las elecciones de 2019 el PRC se subió a una ola a favor y logró un resultado histórico en Cantabria.
Buruaga no cejó con aquel PP dividido que se quedó con solo nueve diputados en el Parlamento pese a fichajes que quisieron ser estrella (caso de Lorenzo Vidal de la Peña) y, en este tiempo, le ha dado de sobra para rumiar cómo voltear esos números que tan poco le favorecían como líder. Con la pandemia, la presidenta popular se centró en salir semanalmente a contabilizar lo que ella veía como dígitos en negativo del bipartito de Revilla-Zuloaga y en rearmarse. Es una mujer muy práctica, de modo que ha vivido todo lo pegada al dato que ha podido. Además, no le agrada meterse en berenjenales ideológicos. En los últimos años, apenas le ha dado una colleja en público al candidato a la Alcaldía de Camargo, Diego Movellán, cuando él resbaló por el machismo más gratuito en Madrid en un par de ocasiones.
Dicen quienes la siguen de cerca que de la moderación de la ganadora de las elecciones hay que culpar al núcleo duro que la rodea (María José González Revuelta, Isabel Urrutia –su equipo más estrecho– y el senador Félix de las Cuevas), que la protege para que no pierda esa pátina de gestora eficaz que se ha construido a costa de exponerse poco y siempre apoyada en algún guarismo. Cabe preguntarse cuánto durará la mesura, porque la popular echa pestes de los comunistas de Podemos, pero nunca se la ha oído alertar de los ultraderechistas de Vox, con quienes ahora podría sumar para formar gobierno.
De hecho, en círculos muy distintos ha sorprendido la virulencia de la campaña que ha desatado en los últimos meses contra Miguel Ángel Revilla, con quien mantiene buen trato a nivel personal pese al castigo verbal implacable al que le somete. Y es que, en anteriores citas electorales, Buruaga se veía obligada a dejar la puerta abierta a un acuerdo con el regionalista, algo que ha descartado en esta ocasión. Lo ha dicho muy firme siempre que ha tenido un micrófono a tiro y su precampaña se puede resumir en el derechazo a la mandíbula del presidente cántabro al ponerle al nivel de Pedro Sánchez en un lenticular que decía 'Son lo mismo'.
Firmeza y exigencia
Esa firmeza le viene de serie y la trasmite tanto en su papel público como en la distancia corta. Ahí se le transparenta que procede de una familia de «convicciones», con un padre marino mercante y una madre trabajadora en casa para sacar adelante a sus dos hijos: la mayor, María José, que acabó estudiando Derecho, y un varón que es ingeniero industrial.
Aunque ella iempre se identifica como suancina, lo cierto es que vivió hasta los 23 años en Santander, donde pasó por el colegio Divina Pastora, por los Capuchinos para el Bachiller y por el Santa Clara para el COU. Durante toda su época de estudiante trabajó a temporadas en un bar de Suances, el Varadero, y antes de empezar a jugar a fondo la baza política, montó un despacho de abogadas con otras socias. Se casó y, al llegar a la treintena tuvo a su hija Araceli, uno de sus 'leitmotivs'. En la actualidad, está casada en segundas nupcias con un conocido fotoperiodista al que mantiene totalmente al margen de su actividad.
Sus cercanos la retratan como una persona muy exigente, a la que cuesta tomar decisiones porque pregunta mucho antes de posicionarse. Ahora, una vez que decide, es de las que no suelta la presa hasta que alcanza el objetivo. Y la ven como «muy familiar y muy difrutona con sus amigos». Ella ha contado que, cuando pase página de este ciclo, aprenderá a cocinar y bailes de salón.
Pero aún está en 'modo ambición': quiere convertirse en la primera presidenta de Cantabria porque está segura de que tiene proyecto y capacidad para desarrollarlo. Se las da de poco sectaria a la hora de formar equipos: el socialista Raúl Pesquera, consejero de Sanidad, trabajó con ella –como director del Observatorio de Salud Pública– cuando ella ocupó esa cartera.
Sáenz de Buruaga ha llegado muy lejos en política para haber entrado en ella casi sin haberse dado cuenta, como suele confesar. En un vídeo que grabó con su hija para El Diario Montañés –y que es una sobresaliente lección de comunicación, donde mezcló lo personal con sus mensajes como candidata–, dijo que nunca imaginó que haría semejante carrera. En esa grabación, la veinteañera le preguntó, en presente: «¿Te da vértigo ser presidenta de Cantabria?» Y ella contestó –también en presente, como si ya lo fuera–: «Es un honor inmenso y me siento preparada».
Y parece que los números, tan esquivos hasta ahora, en esta ocasión le pueden llegar a salir.
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