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Sin mucho esfuerzo se advierte que no hay tanta paradoja en el titular: el retroceso de la pandemia de coronavirus permitió este año la celebración de un día de Todos los Santos casi normal. La mascarilla obligatoria en el recinto de Ciriego, en Santander, ... recordaba lo cerca que aún queda el desastre del covid, pero, por lo demás, la afluencia de público, la circulación incesante de vehículos en los accesos y el trajín de limpieza y adecentamiento de placas, lápidas y panteones fueron los que cabía esperar durante estas fechas.
En este lunes, seis agentes de Policía controlaban el flujo de coches en el exterior, con recorridos marcados por vallas, mientras, dentro, otros ocho vigilantes se ocupaban de que los visitantes atendieran el requisito de ir embozados, pese a tratarse de un espacio abierto, y de no fumar. «Ante la duda, cuanta más precaución mejor», explicaba la directora del cementerio, María Bolado. «A ver si conseguimos que no haya una sexta ola, que aquí lo hemos pasado muy mal con todo esto».
Bolado reconocía su satisfacción por la vuelta a la normalidad, que además de permitir la actividad que es de esperar en una conmemoración tan señalada, ha hecho posible recuperar otras iniciativas como las visitas guiadas para conocer el patrimonio artístico del lugar, que se han reanudado durante los fines de semana con todos los grupos al completo.
Como todos los años, quienes han acudido a recordar a sus familiares y amigos difuntos lo han venido haciendo de forma escalonada durante toda la semana previa, para evitar agobios en unos momentos en que todo el mundo parece huir de las grandes aglomeraciones de gente. El domingo, víspera de la fiesta, pasaron por allí 2.245 personas; hoy al mediodía eran ya 1.400. Son, en cualquier caso, cifras más que asumibles para un camposanto de estas dimensiones, que incluso en esos momentos parece medio vacío.
Por otro lado, quizás parezca arriesgado decir que la fiesta va perdiendo arraigo y brillo con el paso del tiempo, pero esa es al menos la sensación que se percibe en la capital: lo cierto es que ya no hacen falta tantos contenedores para retirar los restos de flores secas, como hace no tanto, ni queda rastro de la docena de sacerdotes que podía llegar a repartirse entre las familias y que dirigían los rezos a pie de tumba. Son muestras del menor uso que los ciudadanos van haciendo del cementerio, tanto a la hora de frecuentarlo como de depositar allí los restos de sus seres queridos.
Ese declive se puede traducir en números: en el año 2015, hubo en Ciriego tantas incineraciones como entierros, 774; de estos últimos, 34 fueron de cenizas. En 2020, fueron más las cremaciones: 850 frente a 781 sepelios, y, de estos, 313 de cenizas.
¿Pueden deberse estos nuevos hábitos a una simple cuestión económica? Es verdad que la incineración resulta más barata, son (sin IVA, como los precios que se dan a continuación) 580 euros. Si se decide dejar las cenizas en un columbario o una huesera, hay que sumar otros 609. En cambio, el coste de los nichos es mayor, y dependiendo de su situación, varía de 1.381 a 2.304 euros. Si se pretende levantar un panteón, el metro cuadrado de suelo sale por 2.992. Reposar bajo tierra por un periodo de diez años cuesta 363.
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Anastasio Calderón, capellán del cementerio, admite que la Iglesia prefiere las inhumaciones por una cuestión de fe: si el cuerpo es un templo habitado por Dios, resulta razonable respetarlo y no entregarlo a las llamas. Pero se consuela con un argumento científico: dice que, según los biólogos, lo que queda después del fuego es lo mismo que el producto de la descomposición, un montón de minerales salitrosos. «De ahí, Dios los transforma en una nueva creación».
La progresiva pérdida de relevancia social de los cementerios se hace evidente para cualquier observador que recorra Ciriego: de los majestuosos mausoleos de finales del XIXy comienzos del XX, se ha pasado, por necesidades de dinero y espacio, y quizás hasta por falta de razón de ser, al nicho utilitario, cuando no a dejar unas cenizas sobre una repisa de casa o a esparcirlas en el mar o en el monte. La piedra labrada y esculpida y el mármol, que a menudo eran reflejo de las corrientes artísticas de cada época, han dejado paso a la uniformidad de placas de granito, con adornos fabricados en serie y unos cuantos tipos de letra para elegir. Ni siquiera entre los modernos panteones, que requieren mayor inversión e interés por parte de sus propietarios, es fácil encontrar elementos que resulten atractivos: algunos, de decoración kitsch, abigarrada y multicolor, y llenos en estos días de flores, se asemejan más bien a templos hindúes.
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