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En el archivo del periódico hay una fotografía de Miguel Ángel Revilla con pantalones vaqueros de campana, camisa blanca con publicidad de Agua de Solares en la manga, pañuelo verde al cuello, mismo bigote, ni rastro de canas y la mirada menos cansada. Agarra con ... fuerza el micrófono mientras habla ante centenares de personas en el Festival de Música Popular de Cantabria. Es junio de 1977 y el PRC todavía no era el PRC. Ni Cantabria era Cantabria. Y entre ese Revilla y el que ayer perdió las elecciones no han pasado solo 46 años. Entre ambos se amontonan seis gobiernos regionalistas, una fuerte crisis del partido a finales de los años 80, enemigos nuevos y enemigos viejos, muchos proyectos conseguidos y otros tantos fallidos. El PRC está cerca de cumplir sus 45 años de historia, pero Mick Jagger, como un concejal de pueblo bautizó a Revilla, debe decidir ahora si sigue al frente de la banda o jubila la guitarra.
El viejo rockero del regionalismo cántabro, el mismo ante cuyo despacho los turistas hacen cola para hacerse un 'selfie', el que se creyó las falsas promesas de Zapatero y 'Pepiño' con el AVE, el que resucitó dos veces el aeropuerto Seve Ballesteros y el que anunció miles de empleos de una mina de zinc que nunca existió, ha llegado a estas urnas con 80 años en el carné de identidad, pero todavía con un puñado de deudas autoimpuestas con Cantabria.
Revilla ambicionaba esa legislatura final en la que poder tachar en rojo los capítulos pendientes de su biografía. Quiere dejar un legado al que aún le falta un proyecto icónico y palpable. Como él mismo ha reconocido muchas veces, quiere ser presidente para hacer el viaje inaugural de ese AVE con Madrid que se ha convertido en el hilo conductor de su carrera política. Mientras que las carreteras fueron las protagonistas de su etapa de coalición con el PP a finales de los 90, el AVE lo ha sido incontestablemente en su matrimonio con el PSOE desde 2003. Pero la rapidez de las obras en marcha ya no depende de él ni de su insistencia en llamar a las puertas de los despachos de La Moncloa. Tiene que disparar a más dianas. «No vamos a consentir que inaugure el Mupac y La Pasiega un PP que no los quería», ha dicho durante la pasada campaña electoral, muy consciente de que no sobran proyectos de esa envergadura como para que se caigan de su patrimonio político mientras espera la llegada del primer tren rápido a la estación de Santander.
La pandemia del covid no solo paralizó a toda la región y supuso un frenazo económico para todos. No solo supuso la muerte prematura de 1.024 cántabros. También hizo añicos el cronograma de Revilla para rentabilizar su primera victoria electoral de hace cuatro años. El PRC estaba más fuerte que nunca y tenía el poder en el Parlamento y en el Consejo de Gobierno para desplegar el monopolio regionalista desde la educación hasta el turismo, pasando por la industria, las obras públicas y el medio rural. El PSOE estaba allí, sentado con ellos en la mesa de decisiones, pero en un entorno controlado y dominado por un Revilla y un PRC en estado de euforia.
Aquel banquero y profesor de economía que lo dejó todo por una idea, por una tierra que solo tenía nombre e identidad en su cabeza, había alcanzado la cima de su larga y muy meritoria carrera política. Había convertido un partido minoritario y anecdótico del Parlamento en la primera fuerza de la región, con representación incluida en el Congreso de los Diputados. Pero llegó el covid y lo dinamitó todo. El Gobierno cántabro, como los del resto del país, fueron desde entonces a contrapié. Con una mirada en los hospitales y otra en las cuentas. Y con los proyectos acumulando tanta lista de espera en los cajones como lo hacían las operaciones quirúrgicas y las consultas en la sanidad pública.
Hasta su sucesión, imposible de esquivar por su edad, ha dejado de ser un tema tabú en el partido pese a que Revilla todavía necesita la política y el PRC aún le necesita a él.
Con 550.000 seguidores en Instagram, más que Pedro Sánchez y Núñez Feijóo juntos, los resultados y la fama fuera de Cantabria le llegaron a Revilla ya en edad legal de jubilación. Quizás por eso, y por las deudas pendientes en su agenda, no se siente preparado para cesar en la actividad política a la que ha dedicado cuatro décadas largas. Puede que nunca llegue a estarlo. «No me voy a jubilar aunque no gobierne», reconoció en la última entrevista publicada por este periódico hace solo tres días.
Pero debajo de ese animal político, de ese perenne traje azul marino con corbata, hay otro Miguel Ángel Revilla que echa de menos al que sale en la foto de su carné de patrón de motor de segunda clase fechado en 1974. Aquel que todos los sábados salía a pescar –su gran afición– acompañado por el hermano de Ramón Sota, aquel mítico jugador de golf cántabro de los años 50 y 60, al que le pagaba un sueldo y el resto de la semana le dejaba usar el barco amarrado en Puertochico para que pescara él. Otro Revilla que quiere tiempo para conocer ciudades del país que, pese a su edad, aún no ha visitado –pisó Toledo y Granada por primera vez hace muy pocos años–.
Resulta muy esclarecedor para explicar el ADN político de Revilla que tenga más claro donde quiere descansar tras su muerte que tras su vida política. Su deseo es que sus cenizas se esparzan en el mirador de la Cruz de Cabezuela y que este acto tenga lugar el día de Santiago, el patrón de Salceda, es decir, el 25 de julio. Para su jubilación, sin embargo, no hay fecha. Habrá que ver si los resultados de ayer la aceleran o si, como todo parece indicar, solo recolocan su figura en el mapa de la política cántabra.
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