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Pablo Zuloaga acababa de irse ayer tarde del Parlamento, después de explorar sus buenas relaciones con Podemos para intentar que sus tres diputados no apoyen la reprobación de la consejera socialista Luis Real que prepara el PP, cuando surgió la noticia de su designación como ... nuevo delegado del Gobierno. No se quedó a recibir las felicitaciones de rigor ni a satisfacer la curiosidad por un nombramiento, ultimado hace pocos días, que generó sorpresa, dudas y valoraciones contrapuestas de júbilo y rechazo, también en las filas socialistas.
La figura del delegado del Gobierno lleva consigo la visibilidad destacada que el protocolo le reserva en todos los actos –desde luego más que al alcalde de Bezana, el cargo que hasta ahora ostentaba Zuloaga– y también la conexión directa y privilegiada con la cúpula de la Administración del Estado. Todo depende del rédito político que cada cual le quiera sacar al puesto. En el historial de delegados de Gobierno hay más políticos veteranos funcionando a medio gas que jóvenes ambiciosos en el intento de labrarse una carrera. También ha sido un cargo sujeto, si no a la neutralidad política, sí a una cierta contención institucional, o sea, muy poco que ver con el contundente discurso partidario que corresponde a quien hoy está al frente del PSOE y va a ser dentro de un año su candidato autonómico.
Está claro que los tiempos y los modos de hacer política están cambiando. De hecho, otros líderes territoriales del PSOE también serán nombrados delegados del Gobierno en diferentes comunidades para apoyar con todos los medios a su alcance el vuelco político que lidera Pedro Sánchez.
Así que a Zuloaga le aguarda un gran despliegue durante los meses que ocupe el cargo, hasta las elecciones a las que concurrirá como cabeza de cartel del PSOE. Por las mañanas, despachar con la Policía y la Guardia Civil, cumplir con la doctrina monclovita, acompañar a los ministros que vengan a la UIMP, hablar en todos los actos y posar en todas las fotos. Por las tardes, intentar arreglar los problemas de los consejeros socialistas en el Gobierno, discutir con Revilla, negociar con Podemos, atacar al PP y a Ciudadanos, y por la noche, poner orden en el partido. Un sobreesfuerzo para ganar presencia política: por el PSOE, por Pedro Sánchez y por sí mismo.
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