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Quienes conocen de cerca a Martín Alonso, sus vecinos y antiguos alumnos de Los Corrales de Buelna, saben que si de algo huye este ... catedrático de Filosofía de Instituto, doctor en Ciencias Políticas y licenciado en Sociología y Psicología, es del protagonismo. «La primera persona es un meteoro gramatical al que hay que presentarse bien protegido», se defiende. Pero su sencillez, discreción y bonhomía le catapultan a una relevancia no pretendida. Estas virtudes son precisamente las que han esgrimido desde el Colectivo de Víctimas del Terrorismo (Covite) para entregarle su XX Premio Internacional «por su sólida e impecable trayectoria intelectual en la que ha analizado minuciosamente los discursos legitimadores de la violencia terrorista», en palabras de su presidenta, Consuelo Ordónez, hermana del político vasco asesinado por ETA en 1995, Gregorio Ordóñez.
Nacido en Ávila en 1951, Alonso se instaló hace varias décadas en el valle de Buelna. Buscaba un lugar del norte tras haber vivido en varias ciudades españolas y extranjeras. Valoró que tuviera estación de ferrocarril –el medio de locomoción en el que le gusta desplazarse, además de la bicicleta–, una biblioteca pública, río y montañas. Así llegó para dar clase de Filosofía y Ética en el antiguo Instituto Javier Orbe Cano –ahora María Telo–. Asegura que su labor como profesor, ya está jubilado, es lo que más le ha llenado «pero no por la definición oficial, que es enseñar, sino por la gran oportunidad de aprender de los alumnos».
Siempre le ha dado una importancia vital a las palabras. De hecho, cuando habla, las emplea con la destreza con la que un cirujano maneja el bisturí. Esa labor, la de estudiar su significado, ha sido una constante en su trayectoria investigadora a la hora analizar el porqué del discurso de quienes amparan y justifican la violencia y el sufrimiento, sea cual sea su procedencia.
Covite le entregó en San Sebastián el pasado día 23 el reconocimiento que también han recibido a lo largo de estos veinte años filósofos como Fernando Savater, escritores como Fernando Aramburu y Raúl Guerra Garrido, periodistas como José María Calleja, profesores como Antonio Beristáin o ciudadanos como Ignacio Echevarría, más conocido como 'el héroe del monopatín'.
«El premio son los efectos especiales de algo, lo que importa es lo que está detrás: las víctimas», afirma. Su aspiración es que no se salgan del foco. «Nunca habrá una verdadera reparación para ellas. Lo que más se acerca son la memoria y el reconocimiento», sentencia. Su discurso de agradecimiento giró, además de en torno a la memoria, alrededor del cauterio, la visibilidad y la pedagogía. «Visibilidad porque es la que combate y desafía la presencia del mal; pedagogía porque son ellas las que nos recuerdan que el mal está siempre al acecho y que, como sociedad, tenemos la obligación de aprender la lección para que no se vuelva a repetir y cauterio porque la proximidad a las víctimas sirve para cauterizar las heridas».
Martín Alonso recibió el premio de Covite en el Palacio de Miramar de San Sebastián, muy cerca del de Aiete donde unos días antes Arnaldo Otegi y Arkaitz Rodríguez, líderes de EH Bildu y Sortu, aprovecharon el décimo aniversario del cese de la violencia de ETA para presentar una declaración en la que admitieron que el «dolor» causado por la banda terrorista «nunca debería haberse producido». Un paso de gigante para el entorno abertzale que, en cambio, no satisfizo a las víctimas. «Fue una escenificación, un decorado, una coreografía, puro marketing, un montaje...», enumera Alonso.
«No había ninguna correspondencia entre lo que estaban diciendo, su lenguaje verbal, y su comunicación no verbal», arguye. «No había en sus rostros, en sus gestos, en sus tonos, ningún elemento de sentimiento verdadero, ningún signo de aflicción», recalca.
Lo que las víctimas piden, en su opinión, es pasar de las palabras a los hechos. «Por ejemplo, que condenen el terrorismo. En el discurso no pronunciaron la palabra condena», subraya. «Un asesino que no se haya arrepentido es una especie de cadáver moral. Es una mala persona que ha quitado vida, que es lo peor que se puede hacer. Mientras no se arrepienta, se mantiene en esa condición porque su identidad consiste en su crimen», analiza. «Cuando denuncia su atroz acción, separa su identidad de su crimen, en ese mismo momento se rehabilita como persona a la vez que rehabilita a la víctima», concluye.
También echó de menos un gesto hacia los presos arrepentidos. «Es uno de los miedos del nacionalismo vasco radical, que se desmarquen. El precio de la legitimidad política para Bildu si lo hiciesen sería enorme. Si se descontrolan, se les caerían los palos del tendajo de su discurso», recalca.
Cuando Martín Alonso habla de víctimas, lo hace de todas: desde las del nazismo a las del franquismo. Incluso las causadas por el Estado. «El GAL y algunos de sus aledaños son el error y el horror más grande que ha cometido la democracia española. Es una mancha enorme, una estrategia perversa que además sirvió para aumentar y justificar en su momento la afiliación de jóvenes a ETA», considera. Aunque también puntualiza. «Las torturas también se han producido en otros lugares, con otras personas, y no debe haber un fenómeno de apropiación. Aun sí, el Estado debería reconocerlas y admitirlas como víctimas», apostilla.
El amplio consenso de los partidos políticos en el arco del Congreso para condenar el terrorismo etarra choca, en cambio, a la hora de hacer lo mismo con la Guerra Civil. «Es una cuestión pendiente para una parte de la opinión pública española y de la derecha. Esos huesos sin identificar son una carencia, un déficit y una asignatura pendiente de gran importancia y gravedad para la democracia», recalca. «Es nefasto que haya una patrimonialización de las víctimas: estas son las mías y estas son las tuyas», asevera.
Lejos de enfrentar, reivindica «la obligación de hablar sano para lo que salimos en los medios, porque no podemos contribuir a exacerbar la polarización actual de la sociedad, debemos construir discursos donde quepamos todos, nadie sobra», sentencia.
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Ana del Castillo
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