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«Cuídame estas balsas, las tienen que ver tus nietos». Vital Alsar (Santander, 1933) baja la cuesta del recinto de La Magdalena agarrado a un andador con frenos. Mira sus tres galeones, la réplica de la balsa con la que cruzó el Océano Pacífico ... en 1970, donde un grupo de turistas andaluces se van turnando para hacerse fotos. Asombra pensar que un hombre que ha pasado cinco meses seguidos en una balsa pueda afirmar que no echa de menos el mar. Ahora «navego por dentro», dice, y apela a un mundo interior forjado entre huracanes, travesías por el Amazonas y olas de 15 metros para afirmar que no tiene miedo a la muerte: «La muerte no existe», dice, y muestra en el móvil una fotografía de una ola que cubre la isla de Mouro en un temporal. La hizo un práctico del Puerto y se la hicieron llegar porque la espuma que cubre el faro tiene la forma de su cara. «Es impresionante», y lo celebra con esa intensidad espiritual con la que vive a pesar de los años. «Estoy cansado, y no quería venir», confiesa, pero «los compromisos» y su hermana hicieron la fuerza necesaria para que el navegante haya vuelto estos días a Santander. Ahora cruza el mar en avión; ya no navega, si no es por dentro de sí mismo. Se queda hasta el día 10. Después, volverá a México donde reside «conquistado» desde hace 52 años.
–El mar es una superficie constante, pero nunca es el mismo, ¿qué le llevaba a salir una y otra vez de expedición?
–He hecho diez expediciones, pero esto es difícil que la gente de tierra lo entienda. Cuando vas a la mar sólo hay silencio. Ahí, el murmullo de las olas es el mantra más armónico de todos los sonidos de la tierra, ¿por qué? Porque venimos del mar, somos peces, las células nacen ahí, del agua sale todo, hasta los árboles. Cuando navegas estás en el centro de un círculo y no ves tierra; miras hacia arriba y tu visión es infinita, miras hacia abajo, y también. Te fundes con todo eso en un silencio inigualable, y a medida que creces, ese silencio se vuelve cada vez más necesario, imprescindible.
–¿Cómo es estar rodeado sólo de agua?
–Cuando estás de guardia y estás tú solo en el timón, ves todas las constelaciones y escuchas esa música del mar contra el casco que nadie puede igualar, ni Beethoven, ni Mozart, ni Grieg, y te va subiendo el espíritu y liberando tu ego. Es muy difícil liberar el ego en tierra, es casi imposible, pero en el mar te desprendes de ello enseguida. Como mucho te dura tres meses, hasta que llega un huracán y pasas cuatro días sin dormir, frío, helado, sin comer. Entonces el ego se va a paseo, y de repente, flotas.
–El miedo nunca le ha limitado para elegir sus expediciones, ¿qué hay más allá de los límites que nos ponemos?
–Más allá sólo está Dios. Es decir, las religiones son buenas hasta cierto punto. Llegado el momento, hay que soltarlas porque, si no, te amarras y te encasillas. Yo lo comparo a los cohetes. El cartucho grande que propulsa la nave sería la religión, es la que te lanza lejos, pero después se suelta y te quedas solo. Eres tú el que tienes que buscar lo que eres y lo que te conviene: no hay que buscar arriba (señala el cielo) sino acá (se señala el pecho). Ahora mismo me duelen las piernas, no puedo caminar, y a veces me pregunto por qué no puedo, pero enseguida mi conciencia me responde: ya has visto el mundo por fuera, ahora encuéntrate por dentro. Y no veas qué mundo tan bello se descubre.
–¿Cuál es el límite de Vital Alsar?
–Ninguno, no tengo límites.
–¿Tampoco ahora?
–Jamás, y tú tampoco, ¿y sabes por qué? Porque somos seres universales. Dios hizo al ser, no al cuerpo, ¡el cuerpo sólo es un vehículo! Todavía no hemos entendido que somos seres de luz y que nuestro cuerpo es sólo un automóvil, pero de carne y de sangre, como un coche tiene aceite, agua, llantas... Es un automóvil para el hombre, y el hombre es un automóvil para el espíritu. Estamos todo el tiempo diciendo 'me voy a morir, me voy a morir', ¡y no te mueres, hombre! La materia no se crea ni se destruye, solamente se transforma. La materia la creó el ego, es algo que hemos inventado nosotros, es una pesadilla nuestra de la que somos esclavos. Una cosa es el ego y otra el ser, y morirme no me voy a morir nunca, por supuesto. Uno no se muere, se transforma. Es como un diamante: tú lo rompes y salen trozos de diamante; los pulverizas, y son polvo de diamante, pero siguen siendo diamantes. ¡Quién ha sido el imbécil que ha inventado eso de la muerte, no existe la muerte! Es una estupidez que nos ha enchufado el ego para dominarnos. Para que la muerte exista hace falta tener miedo. Nos inyectan miedo desde chiquitos, te dicen no hagas esto que te vas a morir, y tratando de proteger, damos a los niños una herencia terrible.
–No temerá a la muerte, pero en el mar habrá sentido miedo...
–Sí. Una vez en un ciclón que duró casi cinco días. En realidad no tuve miedo por mí; sentí miedo por mi mujer y mis hijas. Cuando navego, soy capitán de un barco con una bandera blanca, la de la paz. Ahí, en alta mar, las olas son de quince metros, pero no hay sólo una sino que hay cientos alrededor. Es un ruido infernal. Pero es maravilloso cuando quitas el miedo. En ese ciclón, yo estaba con un cabo amarrado a un tronco en la balsa, pasaba una ola por encima de la cabaña y ¡pum! Era terrorífico el ruido, la violencia. Hasta que me dije, '¿a qué he venido aquí, a tener miedo?' Fíjate lo que es la mente, lo que sucede cuando cambias el chip. Así que me levanté, vi la misma montaña de agua que venía a matarme, y le dije: ¡Qué guapa eres, pero aquí el que manda soy yo! Y en ese momento, la ola ya no amenazaba, la ola se puso preciosa. No veas cómo gocé al cambiar del miedo a la dicha de saber quién eres. Eso es lo que hace falta hacer aquí, en tierra, pero hay tanto ruido que la gente está fuera de sí, no toca base nunca en la tierra, anda brincando sin saber quién es. Ahí (señala el mar) te encuentras. Yo al menos me encontré con Dios, y eso que fui durante catorce años un agnóstico.
–Y en tierra, ¿a qué tiene miedo Vital Alsar?
–A mí mismo, a nada más, a mis errores, a mi impaciencia, a mi estupidez. Pero no tengo miedo a nada, no lo conozco, y me han puesto pistolas en la cabeza en México, allí me han asaltado dos veces.
–¿Cómo está la situación en México? El nuevo presidente, López Obrador, tiene ascendencia cántabra...
–No es de mi simpatía, pero le deseo todo lo mejor. Tienes que calcular y ser honesto contigo mismo. Pero como ya le votó el pueblo, la Presidencia, el Senado, la Diputación es el dueño del país. Sin embargo, me dio esperanza el otro día, cuando vi los cambios que explicó uno de su partido, de 30 cosas que dijo que iba a hacer, ya aceptaba que 28 había que echarlas atrás. Y eso es bueno, es buena señal, porque tiene la decencia de entender que se ha confundido. Rezamos por él.
–Una de las máximas en sus travesías era unir España y América, ¿cree que ahora mismo están más cerca o más lejos?
–Estamos más cerca. El país que más quiere a España es México. Y el que más le crítica también, por algo nos llamamos la 'nueva España'. México no se identificó con España, pero no le quedó más remedio que aceptar que estaba invadido. La gente cree que el pueblo invadido es el que pierde, y es el que gana. Porque el que viene y se queda, no conquista, es quien ha sido conquistado, como yo conquisté a una mexicana, que es la verdadera conquista, la del corazón, no la de las armas. España se quedó y fue conquistada. Trajimos la Marigalante, que era de aquí, con una bandera blanca, con una bandera de paz, a España.
–Las banderas y la política en España últimamente no se llevan...
–El error de la política es romper un país o la unidad. No pertenezco a ningún partido, porque partido me suena a roto. No soy de partidos, soy de enteros. No sólo de España sino del mundo o del universo, ¡cómo me voy a afiliar a un partido con una bandera blanca!
–Su última bandera blanca la recorrió con el Zamná, ¿dónde está ahora el trimarán?
–Hundido a 32 metros de profundidad en un arrecife precioso, frente a Progreso, en Yucatán, para que el mensaje de paz que llevó por el mundo siga intacto. Ahí abajo nadie lo va a estropear, nadie va a romper una tabla, ni a beber o a fumar en él. Vienen miles de submarinistas a verlo, sacan fotografías y está lleno de peces. El mensaje de paz del Zamná se conecta ahora por el mar, llega hasta aquí, a Santander.
–Ha escrito su experiencia en el Zamná, ¿cuándo verá la luz en forma de libro?
–Lo he escrito en mes y medio, también he trabajado en 'La Marigalante dio a luz', un libro precioso, y 'Conjuro del Amazonas', que se van a reeditar, con hechos que había que corregir. Quiero sacarlo en cuanto pueda. El 'Zamná' ya está en marcha, lo voy a publicar en España. Mi parte cuenta cómo se construye un barco de hace dos mil años. Intercalamos frases con fotografías del proceso de construcción del barco. Ese está en ruta, pero lo que quiero encontrar es edición para 'La Marigalante' y el 'Conjuro'.
–¿Escribir le ayuda a navegar de otra manera?
–Estoy escribiendo todos los días. En cuatro años he terminado los tres libros; dos de ellos los he autocorregido, que es lo más difícil, y el 'Zamná' me lo he echado en pocas semanas. Lo que hago es dárselo a amigos para que me digan su opinión.
–Además de escribir, ¿qué planes tiene?
–Amar más a mi mujer y a mis hijas (sonríe). Mi plan es interno, es buscarme; buscarme y afinarme, y doy gracias todos los días de no poder caminar como yo quisiera, porque así no me distraigo.
–¿Físicamente cómo se encuentra?
–Bien, bien, bien. Este brazo un poco mal, las cervicales, la columna. Son averías de vehículo, pero no pasa nada. Son molestas, y molesto a quienes me ayudan, mi hermana, mi mujer, pero también así estoy más cerca de la gente.
–¿Echa de menos el mar?
–No, está ahí abajo, enfrente de casa, y salgo en yate, aunque el yate no me gusta, el golpe no me gusta, suena a falso el agua cuando lo golpea. En cambio la madera es una poesía, me siento mal en un yate.
–Ahora que no puede salir de expedición, ¿se le hace largo el día?
–Como estoy buscando el interior, el exterior me parece ya pequeño. El mar, y todo, es muy bonito, pero se me hace chiquitito. Lo que me gusta ahora es quedarme solo en casa. Abajo está la mar, las montañas; es precioso. Entonces me voy a estudiar metafísica, porque soy metafísico natural después de 47 años buscando el espíritu. Ese estudio me hace sentir una paz increíble y me deja claro qué es la vida y qué no es la vida. Lo tengo clarísimo.
–¿Y qué es la vida, tiene un final?
–La muerte no existe, es un invento del ego. El cuerpo se duerme porque el que lo maneja se va. Es el diamante que te decía antes. Esto se pudre, pero lo otro siempre será un diamante, no cambia. Tengo esa libertad de saber adónde voy, sé por qué estoy aquí, y para qué. Es rarísimo la persona que lo sabe, pero yo estoy en ese camino.
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