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Rocío Simón | Enfermera de Médicos Sin Fronteras
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Rocío Simón | Enfermera de Médicos Sin Fronteras
«He visto palés de comida retenidos a la entrada de Gaza pudriéndose al sol»Rocío Simón (Madrid, 1992) es enfermera y cántabra de corazón; desde que hizo un curso de guía de montaña en Potes, decidió establecerse cerca los ... Picos de Europa para disfrutar de ellos entre misión y misión. Acaba de regresar de Gaza, donde fue enviada por la organización a la que pertenece, Médicos sin Fronteras (MSF). Asegura que no le costó aceptar porque el miedo que sintió ante la propuesta era menor a su satisfacción por poder ayudar a su población, que, recuerda, lleva registradas más de 46.000 víctimas mortales desde que comenzaron los ataques de Israel hace quince meses.
– ¿Cuál fue su primera impresión al llegar a Gaza?
–La destrucción absoluta. De todos los servicios, todas las estructuras básicas para la vida, todas las estructuras de salud, no queda nada en pie. Todos los edificios están reducidos a amasijos de hierros y escombros. Parece ciencia ficción, pero es real. Impresiona mucho.
–¿Cuál fue la primera persona gazatí con la que interactuó?
–El conductor de Médicos Sin Fronteras, que con una prueba irrefutable de humanidad, me preguntó qué de dónde era, le contesto que de España, y me pregunta por las víctimas de la dana porque acababa de suceder la tragedia de la Comunidad Valenciana. ¿Cómo están vuestros vecinos?, insistía. Y es una persona que llevaba meses sufriendo bombardeos indiscriminados, evacuaciones, desplazamientos...
–¿Cómo era el equipo en el que iba?
–Está formado por personal internacional y personal gazatí, pero intentamos no hacer distinción porque al final todos trabajamos juntos. Estamos trabajando dentro de la franja 900 personas de MSF: médicos, enfermeros, farmacéuticos, conductores...
–¿Qué recuerda de su primera asistencia en Gaza?
–En mi primera visita al centro de salud, se me acercaban sobre todo madres desesperadas pidiéndome, por favor, pañales, leche para sus bebés... Te rompe el corazón porque la respuesta que tenemos que dar es que no disponemos de ello. El bloqueo tan fuerte que está haciendo Israel en las fronteras supone que ellos controlan todo lo que entra. Hay muchísimos palés de ayuda humanitaria que se están echando a perder y eso me impactó terriblemente. Los tienen retenidos. Ves latas de comida de conserva tiradas por las cunetas de la calle y palés enteros de comida que la están picoteando las gaviotas o que se están pudriendo al sol porque no permiten la entrada de esa ayuda.
–¿Cuáles eran sus funciones?
–He realizado curas de heridas de todo tipo, causadas por la metralla, curas de amputaciones que están cicatrizando... Nunca en la vida me hubiera imaginado ver esa cantidad de amputados infantiles. Bueno, y en adultos, pero sobre todo te impactan los amputados infantiles que sufren la pérdida de algún miembro.
–¿El miedo estuvo presente durante las seis semanas que estuvo desplazada?
–Es imposible no sentir miedo porque no hay ningún lugar seguro en Gaza y los ataques eran indiscriminados a la población civil y a todo el mundo. Israel ha atacado a trabajadores humanitarios y ha asesinado a ocho compañeros nuestros, de MSF, en todos estos meses, y ha habido 41 ataques que nos han tocado de cerca.
– ¿A qué se agarra uno cuando el miedo acecha?
–Diariamente sientes que el valor añadido que tiene que MSF pueda estar allí dentro es incalculable porque, a pesar de la privación sistemática que existe de la ayuda humanitaria y de la violencia indiscriminada, aún así, la sensación del valor que tiene nuestra acción es continuo en cada centro de salud que apoyamos. Estuve trabajando en tres centros de salud, en la zona central de la Franja, donde atendíamos unas 3.000 consultas cada semana, de adultos y de niños, y entre 700 y 800 curas.
–¿Qué necesidad es la principal en estos momentos?
–En estas condiciones invernales, ahora mismo que las temperaturas han bajado un montón, el frío es lo peor. Es inhumano vivir así, no tener una fuente de calor porque no hay electricidad y tampoco consiguen madera, entonces no pueden ni siquiera calentarse por medio de la combustión. El único calor, la única fuente de calor, es el sol, así que esperan como agua de mayo a que vuelva a amanecer para que salga el sol.
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