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El número 4 de la calle Nicolás Salmerón de Santander se llenó ayer de curiosos. Unos desde abajo, observando el edificio confinado; otros desde las ventanas, contemplando el numeroso público en las aceras. «Se ha montado tal revuelo que estamos asustados y aquí vive ... gente muy mayor que lo está llevando mal», confesó Pilar González, vecina del sexto piso del inmueble que quedó confinado el pasado sábado por alumbrar 14 positivos por coronavirus.
Apostada en el portal, la Policía Nacional hace guardia las 24 horas del día para impedir que ningún residente incumpla un confinamiento que por lo pronto se prolongará hasta el próximo día 7. «No podemos dejar entrar ni salir a nadie. Si acaso pueden dejar unos alimentos, medicinas o cosas de primera necesidad en el descansillo y ellos pueden bajar a recogerlo, pero nada más», acreditan los agentes. De manera que el encierro decretado en este edificio del barrio de Castilla-Hermida es aún más severo que el que se sufrió en marzo y abril en todo el país.
«No podemos pagar todos justos por pecadores. Si hay unos cuantos vecinos que no hacen las cosas bien porque no se ponen mascarillas ni guantes y lo han pillado, no tiene sentido que los demás, que hemos dado negativo en las pruebas que ya nos han hecho, tengamos que estar aguantando esto», protesta Tomás Pérez, que vive en el cuarto.
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A él el encierro lo sorprendió cuando llevaba la compra a su hermana, de 94 años. «Venía del mercado y me tuve que quedar a vivir con ella. Me quedaré hasta que pase todo esto porque ya me contarás qué hace esta mujer sin ayuda. Pues podría morirse tranquilamente y nadie haría nada».
Protesta por las condiciones en que se ha ordenado el encierro, «sin tiempo de reacción para nadie». Y también por el desasosiego que sienten, «que podría haberse evitado». «Estamos desamparados porque si no podemos bajar a hacer la compra y aquí nadie se preocupa, ¿cómo vamos a comer?», protesta.
A lo largo de la mañana de ayer varios familiares y amigos se acercaron al portal para dejar en la entrada varias bolsas con alimentos que los propios vecinos bajaron a recoger previo aviso de la policía. Siempre manteniendo la distancia, y sin contacto alguno con los residentes.
Pero para algunos no es fácil encontrar a alguien que haga este favor. «Hemos llamado a tres marcas de supermercados y ya nos han dicho que no nos lo pueden traer a casa, que no dan ese servicio», cuenta Pilar Fraile, vecina del quinto piso. «Tenemos cosas pero al final son los productos perecederos como la fruta, la leche y el pan los que se van terminando. No sé qué vamos a hacer», explica. Fraile vive con sus dos hermanas y su madre, de 82 años. «Ha habido suerte y no hemos dado positivo en ningún caso, pero aún así tememos por ella».
Las horas pasan muy lentas y la televisión les ayuda a matar el tiempo. «No sabes qué hacer porque si bajas a intentar dar un paseo la policía te manda para arriba otra vez. No se puede entrar ni salir para nada», aclara. Abajo, en las aceras, los vecinos de los inmuebles colindantes comentan la situación, celebran haber dado negativo en las más de 300 pruebas que se han realizado estos días a todos en el barrio y se preguntan cuánto durará todo esto.
Arriba el entretenimiento es otro. Mirar por las ventanas se ha convertido en un pasatiempo más. Algunos lo hacen de forma evidente, otros con suma discreción, entre visillos. Sólo un perro asoma toda la cabeza sin complejos y ladra en uno de los últimos pisos, como si el animal protestara por estar tanto tiempo encerrado, una vez más.
«Lo que ocurre es que acabamos de salir de haber estado tres meses en esta situación y ahora nos encontramos otra vez igual», confiesa Pilar González. «Sólo queda esperar, leer, hablar por teléfono con las vecinas, y procurar moverse por casa porque en mi caso soy mayor y no puedo quedarme quieta».
Ayer una de las residentes, de edad avanzada y que había dado positivo en la prueba de covid-19, fue trasladada en ambulancia por presentar síntomas severos de la enfermedad. «Nos ha asustado un poco porque nos conocemos y las que estamos alrededor pensamos que nos puede pasar algo parecido. Esperemos que no, y que ella se recupere también rápido». «Sólo nos queda esperar y pedir a Dios que esto pase pronto. A ver si puede ser. Entre tanto aguantamos con algo de temor y resignación».
La alcaldesa de Santander, Gema Igual, manifestó ayer que los Servicios Sociales del Ayuntamiento se han puesto en contacto con los vecinos del edificio, y que están «a su disposición» para ayudar «en todo aquello que necesiten». La regidora informó de que el consistorio está para «resolver sus dudas y ayudar en lo posible». Una de las medidas concretas será instalar un contenedor de basura en la puerta del edificio o permitir la entrada de asistentes de personas dependientes.
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