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El anestesista Sergio Maldonado, en el pasillo principal de la Unidad del Dolor de Valdecilla. Roberto Ruiz
Vocación por encima del dolor

Vocación por encima del dolor

Retorno a Valdecilla. ·

Pese a las secuelas del accidente que sufrió en 2020, que le llevó un año al Hospital de Parapléjicos de Toledo, el médico Sergio Maldonado vuelve a dirigir la Unidad del Dolor

Ana Rosa García

Santander

Domingo, 26 de junio 2022, 07:34

El 19 de mayo de 2020 el mundo estaba paralizado y sobrecogido por la pandemia. Ese día, el del Sergio Maldonado, con 44 años y en el momento más dulce de su carrera médica, se hizo pedazos en cuestión de segundos en una cuneta de la carretera N-623, a la salida de Parbayón. La fatalidad se cruzó en su camino aquella mañana cuando se dirigía en moto hacia su casa, en Soto Iruz (Santiurde de Toranzo), tras salir de guardia de Valdecilla. «El vehículo al que estaba adelantando no me vio, se puso a adelantar cuando yo iba en paralelo a él y me sacó de la carretera», relata. El impacto fue brutal.

«Me rompí casi todo. Aplastamiento de siete vértebras, diez costillas, los dos tobillos –uno totalmente destrozado, con pérdida de tendones, ligamentos e incluso hueso–, la muñeca fracturada por tres sitios, el pulmón perforado...». Después de dos años complicados de baja, una docena de intervenciones quirúrgicas y una larga estancia en el Hospital de Parapléjicos de Toledo para recuperarse de las graves secuelas del accidente, ha conseguido lo que parecía una quimera: volver a trabajar. Se acaba de incorporar a su puesto de coordinador de la Unidad del Dolor de Valdecilla. Gran experto en la teoría –es un referente nacional en técnicas intervencionistas de alivio–, aquella caída sobre el asfalto le metió de lleno en la experiencia práctica.

EN LA UCI

«Hubo un momento que me vi parapléjico y pedí morir. Lo último que quería era ser una carga para mi familia»

Durante los primeros días en la UCI, con un «dolor insoportable» y el cuerpo totalmente inerte, confiesa que pidió morir. «Hubo un momento que me vi completamente parapléjico, y lo último que quería era ser una carga para mi familia. Médicamente hablando, mis compañeros me salvaron la vida, tuve varios episodios de paradas cardiacas; todo el mundo se volcó conmigo, fue increíble». Aún se emociona al recordarlo. «Pero las ganas de luchar por vivir», que admite que le faltaron cuando se vio inmóvil e imaginaba su futuro, «me las devolvieron mi mujer y mi hija (ahora tiene 10 años), mis Natalias, si no hubiera sido por ellas... Hay días en los que tiras con todo y otros en los que te arrugas y solo quieres taparte con la almohada, llorar y arrojar la toalla. Ellas me salvaron emocionalmente de aquello».

Los apoyos

«Médicamente, mis compañeros me salvaron la vida; mi mujer y mi hija me devolvieron las ganas de luchar»

Tras el mazazo inicial siguió un año duro de rehabilitación en Toledo, donde Maldonado llegó pensando ya en su «vuelta a Valdecilla». «En la entrevista que tuvo mi mujer con el trabajador social, nada más llegar, le plantearon que en un par de semanas, cuando ya me hubiera adaptado al hospital, me harían la valoración para la incapacidad laboral. 'No, no... Sergio va a volver a trabajar', les respondió». Esa era la meta.

En silla de ruedas

«Lo tuve claro desde el momento que vi que mi cabeza estaba bien y mis manos respondían. No sabía cuánto podría trabajar, pero sí que tenía que volver. No podía quedarme en casa». Y tener que hacerlo en una silla de ruedas no ha sido impedimento, aunque haya tenido que 'pelear' su regreso a la vida laboral con la Seguridad Social y conviva con «un dolor crónico. Por desgracia, ahora soy el médico del dolor con dolor. Ahora vivo la experiencia de mis pacientes, me aplico lo que les explico a ellos: hay que encontrar el equilibrio entre la medicación y el dolor. Y en mi caso, prefiero tomar menos medicación para tener la cabeza fresca, aunque eso implique estar más dolorido». Al final de cada jornada, su cuerpo le recuerda el sobreesfuerzo que hace. «Por mi aplastamiento vertebral, tendría que acostarme cada cuatro horas unos cuarenta minutos, pero no lo hago. Eso sí, cuando llego a casa necesito tumbarme un rato».

Su vuelta al trabajo también ha supuesto reducir las horas de rehabilitación, «porque físicamente no lo soporto. Antes iba tres horas todos los días, ahora solo voy martes y jueves». Más que por valentía o coraje, dice que es su «vocación» la que le da la fuerza. «Sinceramente, he vuelto porque me apasiona lo que hago». Una pasión que comparte con el resto del personal de la Unidad del Dolor, su otra 'familia', de la que destaca «su cariz humano». Maldonado se empezó a especializar en el tratamiento del dolor aún siendo residente, en 2005. Y completó su formación en Estados Unidos y en Bruselas. Encontrar sustituto para su perfil no es fácil, como se ha visto durante su baja, lo que ha hecho que la lista de espera se haya resentido aún más.

«Tras el accidente, yo quería seguir con mi vida, me resistía a los cambios. Pero después de una lesión tan importante, la vida te cambia mucho. Casi que lo que menos ha cambiado es el trabajo, porque puedo seguir desarrollándolo aunque sea en silla de ruedas». Y para las técnicas más complejas, como el implante de estimulación medular, que sólo realizan en Valdecilla él y su compañera Amaya Muñoz (quien llevó el peso de la Unidad durante su ausencia), puede llegar a incorporarse y trabajar apoyado en un taburete. «Lo que no tengo es equilibrio para andar», explica Maldonado, que se describe como «un peleón, al que no se le pone nada por delante».

Aún tiene pendiente otra operación del tobillo izquierdo –la pierna en la que tiene algo de fuerza–, «aunque me quedaría rígido como una bota de esquí», y otra de la muñeca: «Me duele y se me está deformando, pero de momento funciono. Mientras aguante, tiraré, porque la cirugía conlleva riesgo de pérdida de movilidad y eso sí que supondría no poder hacer las técnicas quirúrgicas que hago».

Sabe que tiene por delante la ardua tarea de reducir el atasco de pacientes generado en estos dos años de pandemia, pero lo afronta «ilusionado», aupado por la calurosa bienvenida de sus compañeros del hospital y de sus pacientes. «El primer día entré por Valdecilla Norte, porque me deja ahí el autobús, y tardé casi 40 minutos en llegar a Valdecilla Sur, entre saludo y saludo. Es aquí donde quiero estar. Tengo 46 años, aún me quedan 20 para dar guerra. Ymi trabajo es estimulante. Que una persona a la que no has curado venga y te dé las gracias, porque le has escuchado, le has intentado ayudar con su dolor y ha visto esa buena fe en ti, eso te llena. Esa parte humana es lo que da sentido a mi vuelta».

Filtrar las derivaciones, clave para desatascar las listas de espera

Maldonado vuelve a la Unidad del Dolor, de la que es coordinador desde 2016, a sabiendas del gran atasco en las listas de espera derivado de los años de la pandemia. «Cuando todo lo que se envía es preferente, todo deja de serlo». La clave –dice– es «filtrar bien las derivaciones» y, después, «valorar el grado de dolor físico y emocional en los minutos de consulta para acertar con el tratamiento».

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