Secciones
Servicios
Destacamos
Un ex pelotari vasco me preguntó el otro día, en una ciudad mediterránea, al conocer mi condición de cántabro: «¿Y qué me dices de vuestro presidente?» La pregunta venía con esa entonación que avanza ya un cierto juicio previo de duda o recelo. Así que ... respondí: «Me he puesto por norma no criticar a la reina de Inglaterra mientras mis pies pisen suelo inglés, y no criticar a los presidentes de Cantabria cuando mis pies pisen fuera de la región». Aceptó con una sonrisa este mandamiento, que me obliga a subirme a una banqueta en Hyde Park Corner y a bajarme de ella aquende El Escudo, y se limitó añadir una clave interpretativa, posiblemente: «Solo nos dice lo que queremos oír».
Efectivamente, gran parte de la política se ha hecho siempre diciendo a la gente lo que la gente quería oír. Ahora con los medios de comunicación de masas se llega a muchos, pero la relación entre expectativa y mensaje sigue siendo la misma que en tiempo de Pericles o Isócrates. La gente quería oír a Alcibíades que era oportuna una expedición a Sicilia para aplastar a la coalición espartana, y la entusiasta Atenas aprobó la empresa, que acabó en desastre.
Por eso, como ha explicado alguna vez el exfontanero monclovita y exministro Miguel Sebastián, es muy difícil para un político atajar el sobrecalentamiento de una economía, ya que nadie quiere ser el aguafiestas que manda terminar la verbena cuando todo el mundo se lo está pasando bomba. Gobernar contra el oído solo está al alcance de genios.
Hay, pues, un enorme peligro en esa vocación del oído, en ese querer oír con la oreja lo que uno ya se ha oído a sí mismo, cuando una neurona se asoma al balcón y le pasa recado a su vecina. Si hubiera una ciencia para estudiarlo, podríamos llamarla Acústica Ideológica. Hoy, por tanto, la pugna fundamental gira alrededor de lo políticamente correcto, porque define el sonido que será aceptado, y expulsa a sus márgenes todo lo que chirría como ruido.
Cuando el personal está en onda positiva, el deseo del oído es ser regalado con lo bien que va todo, el paraíso en que vive, la proximidad de la utopía. En cambio, cuando el sentimiento negativo predomina, la expectativa es la anatomía patológica del momento histórico, el diagnóstico de «los males de la patria», género más popular que la zarzuela.
Ese «lo que queremos oír» de mi interlocutor vasco es el contenido correspondiente a la irritada expectativa producida por la recesión de 2008. Sin embargo, la política tiene la palabra no solo como satisfacción de deseos auditivos, sino también como corrección. Queremos oír que los pensionistas no son desgastados por el IPC y lo aplaudimos en el Pacto de Toledo. Pero, ¿queremos oír lo que sería necesario corregir para garantizar la pensión de los jubilados del 'baby boom'? El exministro Solchaga algo dijo en Santander y pronto le llovieron las críticas.
Gobernar a voluntad del oído ha sido siempre un buen camino al mal gobierno. Pues el oído está dispuesto a que dos y dos sumen cinco, si suena bien y se afirma con convicción. Como la política no puede ser científica, se conforma con ser enfática, pero ninguna compañía se seguros se atreve a cubrir ese riesgo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Noticias seleccionadas
Ana del Castillo
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.