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«Esto antes era un pueblo normal, pero habrás oído hablar de él por todas las urbanizaciones que han salido alrededor». Esa fue la primera definición sobre uno de los núcleos de población que más habitantes ha ganado en los últimos veinte años en Cantabria. Mompía ha pasado en solo dos décadas de ser un pueblo con apenas un centenar de vecinos a tener más de un millar.
Es una tónica general en la gran mayoría de los núcleos no urbanos, y nada nueva, aunque la evolución de las dos últimas décadas ha dejado dos variantes: la de núcleos dormitorio, por una parte, y la de pueblos que han conseguido revivir e integrar a sus nuevos habitantes.
El análisis de los flujos de población desde el año 2000 hasta 2022, publicados por el Instituto Nacional de Estadística, pone el foco en cómo estos núcleos, hasta ahora casi despoblados, han ganado habitantes de manera masiva mientras que las grandes ciudades pierden en la carrera de conseguir habitantes: Santander se deja un 7% de la población y Torrelavega, un 9.
Las culpables de este aumento de población en estos municipios tradicionalmente rurales y que se sitúan a apenas una decena de kilómetros de la capital, son las urbanizaciones de casas unifamiliares, a un precio más asequible que en las ciudades y que contrastan, y mucho, con el paisaje de casas tradicionales, pequeños jardines y algunas huertas familiares. Cubas es uno de ellos:
Pero esta nueva forma de vivir, en núcleos más rurales o menos habitados y el desplazamiento diario hacia los centros económicos y laborales tiene poco de sostenible, advierten las voces expertas.
Olga de Cos, profesora de la Universidad de Cantabria, del Departamento de Geografía, Urbanismo y Ordenación del Territorio y miembro del grupo de investigación de Economía de la Salud de IDIVAL. «Lo que está ocurriendo en Cantabria también pasa en otros lugares de España y es un proceso de metropolización: las áreas menos urbanas experimentan unos grandes crecimientos de población en términos relativos», además en detrimento de los núcleos urbanos, en este caso Santander y Torrelavega.
Esto lleva a que cada día, desde pueblos como Mompía, Mortera, Boo, Hoznayo o Cubas se desplacen cientos de personas hasta las dos ciudades principales, Santander y Torrelavega. En Cantabria, además, cuenta con un agravante: «la segunda ciudad en importancia y población está muy cercana a la capital» y esto organiza un corredor muy importante que se sitúa entre Santander y Torrelavega «y esto se nota».
A priori, parecería que revitalizar los núcleos más pequeños puede ser positivo para ellos, pero la realidad se topa con los datos: los usos del suelo en estas zonas son, en casi en exclusiva, para viviendas. Además, como advierte de Cos, se trata de residenciales unifamiliares, de planta grande, con jardines amplios y dentro de urbanizaciones, lo que lleva a que la densidad de población se cada vez más baja y el suelo, un bien fundamental para la vida, se vea cada vez más mermado.
«Ese modelo de hoy en día es insostenible, porque no hay una respuesta desde el punto de vista de los usos del suelo», advierte de Cos. «Este modelo actual es uno de crecimiento disperso, altamente consumidor de suelo, basado en el sistema 'stepping stones' o saltos de piedra, con urbanizaciones idílicas pero que llevan a un modelo de vida muy poco sostenible y complicado de mantener», sostiene de Cos, que advierte además de que «es muy difícil de regular ahora mismo, porque el desarrollo de los usos del suelo depende de cada municipio.
Pueblos vacíos por el día, dormitorios de noche
La pandemia ha puesto de nuevo a los pueblos en el centro, pero en realidad el proceso de éxodo a zonas menos urbanas lleva años. Así lo reflejan los datos, publicados por el ICANE, que revelan que muchos de estos núcleos poblacionales han crecido motivados por otras razones que no ha sido la búsqueda de formas de vida alejadas de las ciudades a raíz del covid-19. Gran parte de estos lugares crecieron mucho antes: en torno a 2009. «Ya en el censo elaborado en la década entre 1991 y 2001, el área de Santander perdió más de 14.000 habitantes» que se mudaron a otros núcleos cercanos dentro del área de influencia de la capital. Aquí ya se observó «un claro proceso de descentralización, esto es, una pérdida de población en los centros urbanos y un crecimiento proporcional de lo que llamamos área periurbana, que son municipios colindantes o próximos». Este proceso se ha repetido en las siguientes dos décadas.
En estas zonas vive gente de noche pero se vacían durante el día porque sus habitantes se desplazan a Santander y Torrelavega para trabajar. En algunos de ellos, según las cifras del INE, se mueve entre el 20 y 30% de la población cada día a zonas urbanas. Por eso, el éxodo de las ciudades a zonas menos urbanas mientras se mantiene la actividad productiva y económica en núcleos grandes no es tan positivo como pudiera parecer.
Esos fueron los años dorados de Mompía, localidad enmarcada en el municipio de Bezana, que durante los 2000 vivió un aumento «espectacular» de su población. Así lo resume su alcalde, Alberto García, que reconoce que el proceso de integración de la población nueva en el propio pueblo «no ha sido fácil, pero se ha conseguido». Al inicio, cuando llegaron los primeros habitantes de fuera del pueblo, «había cierta desafección y Mompía era solo un pueblo dormitorio» pero tras la apuesta del municipio por crear un colegio y espacios comunes, «se ha generado una sociedad bonita y dinámica» donde todo el mundo participa en la vida del pueblo. Lo resume con uno de los momentos clave de toda zona rural, sus fiestas: «ahora toda la población participa de ellas». Reconoce que en otros núcleos del mismo municipio no se ha podido dar este desarrollo, como en San Cibrián o en Maoño, aunque su población ha crecido en torno a un 25% en el mismo periodo en el que en Mompía lo ha hecho en un 500%.
En los primeros años de desarrollo de este pueblo, reconoce García, Mompía se convirtió en un «pueblo dormitorio», uno de esos lugares que se vaciaba durante el día porque sus habitantes acudían a la capital a trabajar, a comprar o a disfrutar del ocio. Ahora, con la apertura de un colegio, un par de cafeterías, un restaurante con hostal y algún gimnasio «la gente hace vida cotidiana aquí». Pero no es algo común en otras zonas.
«Este modelo actual es uno de crecimiento disperso, altamente consumidor de suelo, basado en el sistema 'stepping stones' o saltos de piedras, con urbanizaciones idílicas pero que llevan a un modelo de vida muy poco sostenible y complicado de mantener», apunta Olga de Cos, que advierte además de que «es muy difícil de regular ahora mismo, porque el desarrollo de los usos del suelo en los municipios depende de cada ayuntamiento», en un modelo municipal que no mira en perspectiva regional, por lo que también se dan diferencias grandes entre unos núcleos y otros.
Cómo afecta a la movilidad y a la sostenibilidad
Llega la hora de entrar a trabajar y las principales carreteras de Cantabria se convierten en corredores donde vehículos, que parecen hormigas, se agolpan hasta llegar a las ciudades. El problema ya fue grave en Santander y la solución para aliviar el cúmulo de entradas que se producían desde la zona sur de la ciudad fue la construcción de la turborrotonda de Valdecilla, que gestiona el paso de más de 90.000 vehículos diarios y hasta 5.600 agolpados en los momentos de alta movilidad, a primera hora del día y a mediodía. En solo siete años, el volumen de tráfico en el acceso de la ciudad por este punto creció un 17% y supone el más alto de las ciudades del entorno.
El desarrollo de las conexiones permite que no solo ocurra en los municipios colindantes con la capital, sino que esto se extiende más allá. Es reseñable la línea de crecimiento poblacional que se ha dado en las dos últimas décadas entre Treto y Güemes que, a pesar de estar más alejados de Santander y Torrelavega, la A-8 les permite estar en la capital en apenas 20 minutos: es el mismo tiempo que se emplea en llegar en transporte público desde el centro de Santander hasta el PCTCAN. Y hay datos que provienen de la investigación de Olga de Cos.
En su investigación se señala que este tipo de desarrollo pone en entredicho la movilidad sostenible, ya que la mayoría de los desplazamientos se producen en coche particular. La experta señala que, según los indicadores de áreas urbanas del INE, la movilidad obligada por trabajo en el área urbana de Santander «se realiza en un 54% de los casos en coche, siendo los desplazamientos a pie y en transporte público cercanos al 10% en ambos casos». Se trata en su mayoría de desplazamientos «cortos en tiempo, por término medio unos 18 minutos», dadas las dimensiones del área y la presencia de diversos tramos de autovía (S-10, S-20, S-30 y A-67).
En estas zonas también se produce el siguiente peligro: la densidad de población cae y el suelo disponible va desapareciendo. Olga de Cos es también la autora que ha analizado este fenómeno desde los años 90 en Cantabria. En sus investigaciones, desvela que mientras en 1990 la densidad de la zona periurbana, es decir, Santander y sus alrededores, era de 1.879 habitantes por kilómetro cuadrado, en 2015 bajó a 1.794 cuando «de haberse optado por una contención del proceso y con el volumen de población registrado se debería haber presentado una densidad de 1.930 habitantes por kilómetro cuadrado. «Y el suelo es un elemento fundamental, que va a escasear», advierte la investigadora. Sobre todo porque no se dedica a producir alimentos mediante la ganadería y la agricultura, y esto planteará problemas a futuro.
Este fenómeno de la metropolización no es nuevo, ni tampoco anda libre de ser analizado desde una perspectiva europea y por ello es uno de los focos que pretende atajar la Agenda Urbana europea, que en España «es no vinculante», recuerda de Cos, y que expresa su preocupación por este crecimiento disperso que experimentan los núcleos poblacionales para intentar ralentizar este crecimiento no sostenible y atraer a la población evitando desplazamientos y con construcciones que sean compatibles con un crecimiento medido.
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