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Jueves, 16 de enero 2020, 10:02
Es difícil precisar dónde se inicia la historia antigua de Pesaguero, dada la escasez de hallazgos arqueológicos que permitan avanzar datos fiables al respecto. Éstos prácticamente se reducen a las lascas de cuarcita halladas en la cueva de los Jatos, en Vendejo, y a la ... colección de útiles de la cueva de los Moros, en Caloca, lo que revela que la ocupación de la zona debió de surgir en algún momento indeterminado del Paleolítico. De la etapa siguiente a ésta, época postpaleolítica, son las pinturas esquemático-abstractas de las cuevas de los Moros y Los Pitos, indicios evidentes de la existencia de vida humana en estos parajes. Durante la Edad del Hierro, Pesaguero, al igual que otras zonas de la comarca lebaniega, como es el caso de Cabezón de Liébana, fue lugar de asentamiento de la gens de los concanos, que, según algunas fuentes, pudieron ser el germen de los primeros cántabros. A ellos se enfrentaron los romanos en el transcurso de las Guerras Cántabras. En la época medieval este territorio formó parte del valle de Valdeprado, uno de los de la Merindad de Liébana.
De hecho, la mayoría de las localidades que integran esta zona meridional de la comarca aparecen citadas hacia el año 1000 en la documentación del Cartulario de Piasca, monasterio al que estuvieron íntimamente ligados los habitantes de estos lugares, ya que a éste pertenecían sus heredades e iglesias. Así, las aldeas de Barreda y Dos Amantes se documentan en el año 1041, la de Basieda en 1132, la de Vendejo en 1050 y la de Caloca en 1145. Esta dependencia fue constante durante toda la Alta Edad Media, alcanzando su momento de mayor poder en los siglos XI y XII. A partir de 1122 Santa María de Piasca se incorporó al monasterio de Sahagún, quedando vinculados al cenobio castellano los concejos de Pesaguero, Cueva y Lerones, tal y como constata el Becerro de las Behetrías. La decadencia del poder monacal, en el siglo XIII, favoreció el inicio del proceso de señorialización, mediante el cual algunos linajes locales, y especialmente la Casa de la Vega, reforzaron su jurisdicción.
Por aquel entonces se había generalizado en las aldeas del valle de Valdeprado –al que pertenecían los lugares que hoy constituyen Pesaguero– el dominio señorial del conde don Tello, a quien su padre, el rey Alfonso XI, cedió toda la comarca de Liébana y Campoo en el siglo XIV. Mientras, Pesaguero, Cueva y Lerones seguían vinculados al monasterio de Sahagún. Fue a mediados del siglo XV cuando el territorio quedó bajo el control de la Casa de la Vega y Marquesado de Santillana y, posteriormente, de los Duques del Infantado, que tuvieron un gran poder en la zona hasta comienzos del siglo XIX. La prueba documental de este dominio está recogida en el Catastro de la Ensenada de 1753, al indicarse que cada concejo es del señorío del Infantado, a quien pagaban por dicho motivo los derechos de alcabalas.
Con la creación de los ayuntamientos constitucionales en 1822 se produjo la división del valle de Valdeprado, a partir de la cual surgieron los municipios de Pesaguero y de Perrozo. Sin embargo, este último adoptó en 1835 el apelativo de su capital, Cabezón de Liébana. En un primer momento, el término de Pesaguero formó parte del partido judicial de Potes, aunque posteriormente pasó a depender del de San Vicente de la Barquera, al que permanece adscrito actualmente.
De la presencia romana en este territorio queda una huella en la estela funeraria que se encuentra en el interior del pórtico de la iglesia parroquial de Luriezo. De origen cántabro-romano, presenta una inscripción y tiene 1,35 m de diámetro y 20 cm de grosor. Está tallada en piedra arenisca silícica de las canteras cercanas a Luriezo.
El municipio aparece documentado en la Edad Media, en el Cartulario del Monasterio de Santa María de Piasca y de Santo Toribio: Frama en el año 957, Cabariezo en 945, Perrozo en 957, Buyezo también en 957, Ubriezo en 966, etc.
Fue el ámbito de expansión que rodeaba al monasterio de Santa María de Piasca, que, enclavado en el centro del valle, se había construido a fines del siglo XI. El nombre de Piasca se constata por primera vez en un documento del año 904, que certifica la venta en aquel lugar de un pomar y una tierra.
A finales del siglo XII, en el marco de una crisis de la monarquía, se generalizó, sobre los habitantes de estos lugares, el predominio de los linajes señoriales locales, entre ellos los de Orejón, Bedoya, Ceballos y García Duque, según se atestigua en el Becerro de las Behetrías de 1352. Esta fuente documental refleja, asimismo, la influencia que sobre las aldeas del valle ejerció la donación del señorío de Liébana, efectuada por el rey Alfonso XI de Castilla y León (1311-1350) a su hijo, el conde don Tello. De este modo se produce la independencia de los solariegos de Aniezo, Cabezón, Cambarco, Pembes, Perrozo y Torices a don Tello y posteriormente a su hijo, Juan Téllez.
A partir de finales de la Edad Media y hasta el siglo XIX, el linaje de los Mendoza, duques del Infantado desde 1475, ejerció su poder en la zona. Este control señorial no impedía que cada año los lugareños eligieran a sus regidores, con excepción de los vecinos de Piasca y del valle de Valderrodíes (integrado por Buyezo, Lamedo, Perrozo, San Andrés y Torices), vinculados al monasterio benedictino de Sahagún, cuyo prior nombraba al alcalde ordinario.
Con la llegada del sistema constitucional, que puso fin al régimen señorial, se formó un ayuntamiento independiente en las tierras septentrionales del valle de Valdeprado. El primer municipio que se instituyó, en el año 1822, se denominó Perrozo. En 1835, tomó el nombre de su capital, Cabezón de Liébana. En un principio formó parte del partido judicial de Potes y posteriormente pasó al de San Vicente de la Barquera, en el que permanece.
El primer documento escrito donde se hace referencia a la villa de Potes es del 28 de marzo del año 847, en el que se cita a la «strata publica qui discurrit ad Pautes...». En los orígenes de esta villa aparece singularizada una institución monástica, la iglesia de San Vicente, cuya primera mención documental corresponde al año 947 y sobre la que en 990 se ceden bienes a través del abad Martín de Santo Toribio de Liébana; se manifiesta, por tanto, su dependencia del importante monasterio de Santo Toribio. Ya en el siglo X Liébana se había configurado como un distrito administrativo singular regido por un conde, aun cuando su gobierno territorial a veces es compartido con otras tierras castellanas, como Saldaña, Campoo y Asturias de Santillana.
En el Becerro de Behetrías (1351) aparece ligada ya a la villa de Potes la figura del poderoso personaje don Tello, hijo de Alfonso XI, quien había obtenido por concesión real el señorío de Liébana y aquella merced que en 1371 confirmaba a su hijo y sucesor Juan Téllez de Castilla. De este modo, el predominio de los linajes locales sobre las gentes de Potes pierde protagonismo y la villa queda inmersa en las luchas feudales por la posesión del territorio entre los Manrique y los Mendoza. La disputa es en torno a los derechos de Juan Téllez a través de los descendientes del segundo matrimonio de su mujer, doña Leonor de la Vega, con Íñigo López de Mendoza, segundo marqués de Santillana, y los descendientes del primer matrimonio de ésta: Aldonza de Castañeda y su marido. Con el decreto de Juan II (1444-45), el territorio pasa a manos del Marqués de Santillana, que posteriormente adoptará el título de Duque del Infantado. Ya en 1449 está documentada la entrega de la casa fuerte de Potes a Leonor de la Vega, que había sido secuestrada por el bachiller García Gómez en nombre del rey hasta que se solventasen las disputas señoriales. El linaje de los Mendoza confirmará a Potes como capital de Liébana, que fue administrado desde la gran torre que mandaron construir en el centro de la villa.
Corresponden al año 1468 las más antiguas ordenanzas que se conocen de modo completo sobre Potes. En ellas se trata sobre el aprovechamiento de montes, la protección de viñedos y cultivos y la regulación de las ferias y los mercados, entre otros asuntos. Tanto estas ordenanzas como las de 1619, que desarrollan en 102 capítulos el régimen de gobiernos y administración de la villa, fueron aprobadas por el titular de los Mendoza. A través de ellas se sabe que las reuniones del concejo se hicieron en la iglesia de San Vicente, reuniéndose en la villa, clasificada como «cabeza de jurisdicción que es de todos los lugares de la provincia de Liébana», los concejos de la provincia con sus procuradores y regidores para la celebración de las Juntas Generales.
En el Informe de Floridablanca, de 1785, la villa de Potes aparece todavía como lugar de señorío secular, al frente de la cual figura el correspondiente alcalde mayor designado por el duque del Infantado. Todavía en 1808 la máxima autoridad nombrada por él toma posesión de la villa con el título de «gobernador y justicia ordinaria», pero ello no obsta para que, sobre todo en el último tercio del siglo XVIII, los diputados por la provincia de Liébana asistan a las Juntas de Puente San Miguel, corazón de la embrionaria provincia de Cantabria.
El auge de esta comarca en estos siglos y la gran emigración hacia América favoreció la construcción de bellos edificios religiosos, como la capilla de San Cayetano, el convento de San Raimundo y el antiguo de los Jesuitas; la edificación de casonas como la de la Canal, Bustamante Prellezo, Salceda y Otero, Linares Cagigas, etc.; torres como la de Calseco y la de la familia Osorio, y conjuntos urbanos populares.
Con el advenimiento del régimen constitucional, en 1822, la villa de Potes quedó convertida en cabeza de partido judicial, manteniendo no sólo su singularidad institucional como ayuntamiento propio, sino también la capitalidad de las tierras de los viejos valles que, desde los albores de la época moderna, se denominaban provincia de Liébana. Sin embargo, algo más de treinta años después pasó a formar parte del partido judicial de San Vicente de la Barquera, en el que actualmente permanece.
El casco antiguo de la villa de Potes fue declarado Conjunto Histórico en el año 1983, a pesar de haber sufrido los efectos devastadores del incendio ocasionado durante la Guerra Civil española, por lo que muchas de sus viviendas fueron reconstruidas posteriormente.
El yacimiento de El Habario, situado a la entrada del desfiladero de la Hermida, ha aportado datos sobre la presencia humana en la comarca de Liébana durante el Paleolítico Medio. Asimismo, los trabajos realizados en la cercana cueva del Esquilleu ponen de manifiesto la existencia de comunidades de cazadores en la zona.
Los pueblos de Cillorigo aparecen documentados, según el Cartulario de Santo Toribio de Liébana, desde la Baja Edad Media: San Pedro de Viñón se cita en el año 828, Santiago de Colio en 952, Pumareña en 964, Armaño en 831 y, según el Cartulario de Piasca, Tama data del año 983.
El Monasterio de Santo Toribio ejerció el dominio en estas tierras hasta la Baja Edad Media, cuando entró en decadencia y se generalizó el predominio de los linajes locales, como los Orejón o García Duque, tal y como se constata en el Becerro de las Behetrías (1351). Pero entre todos, el de mayor importancia fue el conde don Tello, hijo de Alfonso XI, que poseía la titularidad señorial sobre los solariegos del valle, concretamente de Aniezo, Armaño, Vejes, Cabañes, Castro, etc.
Por vía hereditara el señorío pasó a manos de Íñigo López de Mendoza y sus descendientes, es decir, el duque del Infantado. Él mismo era el encargado de administrar la justicia en estos pueblos, excepto en Viñón, Castro-Cillorigo y el valle de Bedoya, cuya jurisdicción correspondía al obispo de Palencia.
Una vez extinguido el régimen señorial y con la llegada del régimen constitucional, se formó un ayuntamiento independiente en 1822 denominado Cillorigo; no obstante, en 1835 tomó el nombre compuesto de Castro-Cillorigo. Nuevamente en 1991 cambió la denominación y quedó fijado como Cillorigo de Liébana. En un principio formó parte del partido judicial de Potes, pero posteriormente pasó al de San Vicente de la Barquera, en el que permanece.
Como dato histórico importante, hay que señalar que durante la guerra de la Independencia (1808-1814) el general Porlier fundó en el pueblo de Colio la Academia de Caballería de los Húsares de Cantabria, unidad integrada en la División Cántabra, con la que pusieron en jaque al invasor.
La primera referencia documental data del año 942 en el cartulario de Santo Toribio en el que, a propósito de la venta de una tierra en Armaño, aparece un testigo vecino de Tresviso. En el siglo X ya existía como comunidad diferenciada de los valles circundantes fruto de su aislamiento geográfico, pero formando parte de la Merindad de las Asturias de Santillana.
Durante siglos, sus vecinos se dedicaron al pastoreo y la caza, dado lo pobre y escaso del terreno, así como también a la fabricación de quesos, una actividad complementaria a la ganadería que ya aparece documentada a comienzos del siglo XIV en un inventario del monasterio de Santo Toribio.
Parece probable que en la Edad Moderna se produjera una especialización comercial de quesos lo que le conferiría una cierta popularidad ya que en el Catastro de Ensenada (1753) aparece con el carácter de 'villa de Tresviso', constituido como un lugar de señorío compartido por tres señores: Bernardino Sigler, vecino de Aguilar, Antonio de Colosía, vecino de Merodio, y Gonzalo Junco, del valle de Rivadesella.
La villa formó en 1822 el municipio constitucional de igual nombre junto con el barrio de Urdón. Hasta 1835 formó parte del partido judicial de Puentenansa, si bien a partir de entonces se integró sucesivamente en los de Potes y San Vicente de la Barquera. En la actualidad pertenece a la comarca de Liébana.
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