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Jueves, 16 de enero 2020, 09:52
En el sur de la comarca lebaniega, y en las tierras que llegan hasta el puerto de San Glorio y Peña Prieta, se encuentra uno de los territorios singulares de la vieja Merindad que se denominó desde la Baja Edad Media el Valle de Cereceda, ... en el que se formaron cerca de una veintena de lugares por el asentamiento de pobladores, quizá como consecuencia de la repoblación del territorio que tuvo lugar durante el reinado de Alfonso I, a mediados del siglo VIII.
El proceso histórico de estos lugares discurrió por el mismo camino que el de los restantes valles de la tierra lebaniense, constatándose –a través de las escrituras que han llegado de los Cartularios de Santo Toribio de Liébana y de Santa María de Piasca– una presencia humana y una organización embrionaria con anterioridad al año 1000, tal como se documenta con respecto a donaciones realizadas al Monasterio de tierras y heredades situadas en aldeas que ya por entonces existían: Valmeo (951), Dobres (945), Bárago (952), Campollo (961), Toranzo (961)... En el Becerro de las Behetrías (1351), en el tiempo en el que ya se ha generalizado la decadencia de los señoríos de abadengo, se encuentran vasallos de Santo Toribio, tal como sucede en Enterrías, Vejo y Pollayo.
Pero ya para aquel entonces la concesión real que Alfonso XI hiciera a su hijo don Tello del Señorío de Liébana, Pernía y Campoo, había posibilitado la expansión señorial de este personaje sobre los solariegos de la mayor parte –o la casi totalidad– de estos lugares, excepto Valmeo, que correspondía al obispo de Palencia.
En estas tierras probablemente se hizo patente la tensión entre los Manrique y Mendoza por la titularidad del Señorío de Liebana, que recayó finalmente en el futuro marqués de Santillana, ya que cerca de Dobres se encontraba la torre de Garci González de Orejón, a quien se obligó a hacer testamento con el cuchillo en la garganta. De la indudable presencia de Íñigo López de Mendoza en estos territorios del Valle de Cereceda da noticia la serranilla que comienza con la referencia a la mozuela de Bores...
Consolidado el poder señorial del marqués de Santillana sobre Liébana, y el de sus descendientes, los titulares de la Casa del Infantado, aquellos concejos se constituyeron a lo largo de la época moderna en tierras del señorío secular, tal como aún se constata en el Informe de Floridablanca de 1785, gobernando los concejos los correspondientes regidores pedáneos, excepto Bárago, en donde el obispo de Palencia designaba al alcalde ordinario. El Catastro de Ensenada recoge cómo los pueblos y lugares de este valle de la provincia de Liébana pertenecían al señorío del duque del Infantado.
El viejo nombre de Valle de Cereceda dio paso, con el advenimiento de los ayuntamientos constitucionales en 1822, a la nueva denominación municipal del territorio, que tomó el nombre de Vega de Liébana, por establecerse la capital del municipio precisamente en la Vega, junto a la unión de los ríos Frío y Quiviesa. Como el resto de la comarca, pertenece al partido judicial de San Vicente de la Barquera.
De la presencia romana en este territorio queda una huella en la estela funeraria que se encuentra en el interior del pórtico de la iglesia parroquial de Luriezo. De origen cántabro-romano, presenta una inscripción y tiene 1,35 m de diámetro y 20 cm de grosor. Está tallada en piedra arenisca silícica de las canteras cercanas a Luriezo.
El municipio aparece documentado en la Edad Media, en el Cartulario del Monasterio de Santa María de Piasca y de Santo Toribio: Frama en el año 957, Cabariezo en 945, Perrozo en 957, Buyezo también en 957, Ubriezo en 966, etc.
Fue el ámbito de expansión que rodeaba al monasterio de Santa María de Piasca, que, enclavado en el centro del valle, se había construido a fines del siglo XI. El nombre de Piasca se constata por primera vez en un documento del año 904, que certifica la venta en aquel lugar de un pomar y una tierra.
A finales del siglo XII, en el marco de una crisis de la monarquía, se generalizó, sobre los habitantes de estos lugares, el predominio de los linajes señoriales locales, entre ellos los de Orejón, Bedoya, Ceballos y García Duque, según se atestigua en el Becerro de las Behetrías de 1352. Esta fuente documental refleja, asimismo, la influencia que sobre las aldeas del valle ejerció la donación del señorío de Liébana, efectuada por el rey Alfonso XI de Castilla y León (1311-1350) a su hijo, el conde don Tello. De este modo se produce la independencia de los solariegos de Aniezo, Cabezón, Cambarco, Pembes, Perrozo y Torices a don Tello y posteriormente a su hijo, Juan Téllez.
A partir de finales de la Edad Media y hasta el siglo XIX, el linaje de los Mendoza, duques del Infantado desde 1475, ejerció su poder en la zona. Este control señorial no impedía que cada año los lugareños eligieran a sus regidores, con excepción de los vecinos de Piasca y del valle de Valderrodíes (integrado por Buyezo, Lamedo, Perrozo, San Andrés y Torices), vinculados al monasterio benedictino de Sahagún, cuyo prior nombraba al alcalde ordinario.
Con la llegada del sistema constitucional, que puso fin al régimen señorial, se formó un ayuntamiento independiente en las tierras septentrionales del valle de Valdeprado. El primer municipio que se instituyó, en el año 1822, se denominó Perrozo. En 1835, tomó el nombre de su capital, Cabezón de Liébana. En un principio formó parte del partido judicial de Potes y posteriormente pasó al de San Vicente de la Barquera, en el que permanece.
El primer documento escrito donde se hace referencia a la villa de Potes es del 28 de marzo del año 847, en el que se cita a la «strata publica qui discurrit ad Pautes...». En los orígenes de esta villa aparece singularizada una institución monástica, la iglesia de San Vicente, cuya primera mención documental corresponde al año 947 y sobre la que en 990 se ceden bienes a través del abad Martín de Santo Toribio de Liébana; se manifiesta, por tanto, su dependencia del importante monasterio de Santo Toribio. Ya en el siglo X Liébana se había configurado como un distrito administrativo singular regido por un conde, aun cuando su gobierno territorial a veces es compartido con otras tierras castellanas, como Saldaña, Campoo y Asturias de Santillana.
En el Becerro de Behetrías (1351) aparece ligada ya a la villa de Potes la figura del poderoso personaje don Tello, hijo de Alfonso XI, quien había obtenido por concesión real el señorío de Liébana y aquella merced que en 1371 confirmaba a su hijo y sucesor Juan Téllez de Castilla. De este modo, el predominio de los linajes locales sobre las gentes de Potes pierde protagonismo y la villa queda inmersa en las luchas feudales por la posesión del territorio entre los Manrique y los Mendoza. La disputa es en torno a los derechos de Juan Téllez a través de los descendientes del segundo matrimonio de su mujer, doña Leonor de la Vega, con Íñigo López de Mendoza, segundo marqués de Santillana, y los descendientes del primer matrimonio de ésta: Aldonza de Castañeda y su marido. Con el decreto de Juan II (1444-45), el territorio pasa a manos del Marqués de Santillana, que posteriormente adoptará el título de Duque del Infantado. Ya en 1449 está documentada la entrega de la casa fuerte de Potes a Leonor de la Vega, que había sido secuestrada por el bachiller García Gómez en nombre del rey hasta que se solventasen las disputas señoriales. El linaje de los Mendoza confirmará a Potes como capital de Liébana, que fue administrado desde la gran torre que mandaron construir en el centro de la villa.
Corresponden al año 1468 las más antiguas ordenanzas que se conocen de modo completo sobre Potes. En ellas se trata sobre el aprovechamiento de montes, la protección de viñedos y cultivos y la regulación de las ferias y los mercados, entre otros asuntos. Tanto estas ordenanzas como las de 1619, que desarrollan en 102 capítulos el régimen de gobiernos y administración de la villa, fueron aprobadas por el titular de los Mendoza. A través de ellas se sabe que las reuniones del concejo se hicieron en la iglesia de San Vicente, reuniéndose en la villa, clasificada como «cabeza de jurisdicción que es de todos los lugares de la provincia de Liébana», los concejos de la provincia con sus procuradores y regidores para la celebración de las Juntas Generales.
En el Informe de Floridablanca, de 1785, la villa de Potes aparece todavía como lugar de señorío secular, al frente de la cual figura el correspondiente alcalde mayor designado por el duque del Infantado. Todavía en 1808 la máxima autoridad nombrada por él toma posesión de la villa con el título de «gobernador y justicia ordinaria», pero ello no obsta para que, sobre todo en el último tercio del siglo XVIII, los diputados por la provincia de Liébana asistan a las Juntas de Puente San Miguel, corazón de la embrionaria provincia de Cantabria.
El auge de esta comarca en estos siglos y la gran emigración hacia América favoreció la construcción de bellos edificios religiosos, como la capilla de San Cayetano, el convento de San Raimundo y el antiguo de los Jesuitas; la edificación de casonas como la de la Canal, Bustamante Prellezo, Salceda y Otero, Linares Cagigas, etc.; torres como la de Calseco y la de la familia Osorio, y conjuntos urbanos populares.
Con el advenimiento del régimen constitucional, en 1822, la villa de Potes quedó convertida en cabeza de partido judicial, manteniendo no sólo su singularidad institucional como ayuntamiento propio, sino también la capitalidad de las tierras de los viejos valles que, desde los albores de la época moderna, se denominaban provincia de Liébana. Sin embargo, algo más de treinta años después pasó a formar parte del partido judicial de San Vicente de la Barquera, en el que actualmente permanece.
El casco antiguo de la villa de Potes fue declarado Conjunto Histórico en el año 1983, a pesar de haber sufrido los efectos devastadores del incendio ocasionado durante la Guerra Civil española, por lo que muchas de sus viviendas fueron reconstruidas posteriormente.
El yacimiento de El Habario, situado a la entrada del desfiladero de la Hermida, ha aportado datos sobre la presencia humana en la comarca de Liébana durante el Paleolítico Medio. Asimismo, los trabajos realizados en la cercana cueva del Esquilleu ponen de manifiesto la existencia de comunidades de cazadores en la zona.
Los pueblos de Cillorigo aparecen documentados, según el Cartulario de Santo Toribio de Liébana, desde la Baja Edad Media: San Pedro de Viñón se cita en el año 828, Santiago de Colio en 952, Pumareña en 964, Armaño en 831 y, según el Cartulario de Piasca, Tama data del año 983.
El Monasterio de Santo Toribio ejerció el dominio en estas tierras hasta la Baja Edad Media, cuando entró en decadencia y se generalizó el predominio de los linajes locales, como los Orejón o García Duque, tal y como se constata en el Becerro de las Behetrías (1351). Pero entre todos, el de mayor importancia fue el conde don Tello, hijo de Alfonso XI, que poseía la titularidad señorial sobre los solariegos del valle, concretamente de Aniezo, Armaño, Vejes, Cabañes, Castro, etc.
Por vía hereditara el señorío pasó a manos de Íñigo López de Mendoza y sus descendientes, es decir, el duque del Infantado. Él mismo era el encargado de administrar la justicia en estos pueblos, excepto en Viñón, Castro-Cillorigo y el valle de Bedoya, cuya jurisdicción correspondía al obispo de Palencia.
Una vez extinguido el régimen señorial y con la llegada del régimen constitucional, se formó un ayuntamiento independiente en 1822 denominado Cillorigo; no obstante, en 1835 tomó el nombre compuesto de Castro-Cillorigo. Nuevamente en 1991 cambió la denominación y quedó fijado como Cillorigo de Liébana. En un principio formó parte del partido judicial de Potes, pero posteriormente pasó al de San Vicente de la Barquera, en el que permanece.
Como dato histórico importante, hay que señalar que durante la guerra de la Independencia (1808-1814) el general Porlier fundó en el pueblo de Colio la Academia de Caballería de los Húsares de Cantabria, unidad integrada en la División Cántabra, con la que pusieron en jaque al invasor.
La primera referencia documental data del año 942 en el cartulario de Santo Toribio en el que, a propósito de la venta de una tierra en Armaño, aparece un testigo vecino de Tresviso. En el siglo X ya existía como comunidad diferenciada de los valles circundantes fruto de su aislamiento geográfico, pero formando parte de la Merindad de las Asturias de Santillana.
Durante siglos, sus vecinos se dedicaron al pastoreo y la caza, dado lo pobre y escaso del terreno, así como también a la fabricación de quesos, una actividad complementaria a la ganadería que ya aparece documentada a comienzos del siglo XIV en un inventario del monasterio de Santo Toribio.
Parece probable que en la Edad Moderna se produjera una especialización comercial de quesos lo que le conferiría una cierta popularidad ya que en el Catastro de Ensenada (1753) aparece con el carácter de 'villa de Tresviso', constituido como un lugar de señorío compartido por tres señores: Bernardino Sigler, vecino de Aguilar, Antonio de Colosía, vecino de Merodio, y Gonzalo Junco, del valle de Rivadesella.
La villa formó en 1822 el municipio constitucional de igual nombre junto con el barrio de Urdón. Hasta 1835 formó parte del partido judicial de Puentenansa, si bien a partir de entonces se integró sucesivamente en los de Potes y San Vicente de la Barquera. En la actualidad pertenece a la comarca de Liébana.
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