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Historia

Jueves, 16 de enero 2020, 09:52

Aunque en la comarca del Pisueña no se conocen datos de actividad humana hasta la época medieval es de suponer que en la Edad del Bronce y del Hierro este territorio estuviera habitado, al igual que otros términos próximos. Así, por ejemplo, se han hallado vestigios de ocupación en Puente Viesgo, donde se encuentra el conjunto arqueológico de Monte Castillo, que contiene los elementos más antiguos de la prehistoria de Cantabria, de la misma forma que se han documentado algunas ocupaciones prehistóricas en otras áreas próximas.

En cualquier caso, la historia conocida de Selaya se inicia la Edad Media, cuando el valle formaba parte de la organización administrativa de Carriedo, en el núcleo de la Merindad de las Asturias de Santillana, del cual se tiene noticia con anterioridad al año 1000.

Entre las referencias documentales existentes cabe citar una cédula de fundación concedida en el año 968 para el monasterio de San Martín de Aguilar de Campoo, en la que se manifiesta que el conde Fernán González gozaba de posesiones en este territorio enclavado entre los ríos Pas y Miera.

A partir del siglo XII el campesinado fue tomando dependencia de monasterios y, más tarde, de la nobleza. Los pequeños propietarios entregaron sus tierras a los señores a cambio de protección, pasando a ser colonos de las mismas. Con el paso del tiempo dicha dependencia creció y se convirtió en hereditaria, generando una serie de tributos que favorecieron a ciertas familias en la zona, entre las que destacaron los Castañeda y los De la Vega, linajes que dejaron constancia de sus disputas sobre el valle de Carriedo y el de Toranzo.

A lo largo del siglo XIII puede que fuera la Casa de Lara –de la que se cree que desciende la De la Vega–, la que ejerciera poderío sobre los habitantes del término de Selaya. Este planteamiento se desprende del contenido del Apeo del Infante Don Fernando, fechado en el año 1404, en el que se menciona una casa-fortaleza mandada edificar en este lugar por Manrique Lara y una dehesa plantada de robles propiedad también de éste.

La tradicional condición de realengo del territorio, habitado por gentes de behetría, provocó múltiples pleitos. Durante la época de Fernando III (1217-1252) el linaje de los Castañeda ya dominaba varios valles, entre ellos el de Toranzo y parte del de Carriedo. Con el tiempo, la dependencia pasó a la familia De la Vega.

Tras la muerte del último señor de la Casa de Castañeda, el señorío le fue concedido a don Tello, descendiente de Alfonso XI de Castilla y conde de Vizcaya y Aguilar. Su hijo, Juan Téllez, que heredó los condados de Aguilar de Campoo, Castañeda y las merindades de Liébana, Pernía y Campoo de Suso, así como los castillos de Vispieres y Peñamellera, había contraído matrimonio con Leonor de la Vega, cuya hija, Aldonza Téllez de Castilla (Aldonza de Castañeda), se convirtió en única heredera al perecer sus padres y hermano. De esta forma, su marido, Garci Fernández Manrique, acabó convirtiéndose en señor de Aguilar de Campoo, más tarde marquesado, y a partir de 1429, debido a la concesión de un privilegio otorgado por Juan II, el primer conde de Castañeda.

Sin embargo, con el segundo matrimonio de Leonor de la Vega, con Diego Hurtado de Mendoza, almirante y alcalde mayor de la Merindad de las Asturias de Santillana, había proseguido la expansión de este linaje, situándose al frente del mismo el hijo de ambos, Íñigo López de Mendoza. A partir de entonces se sucedieron las disputas con su hermanastra Aldonza y el marido de ésta por ampliar su poder. Dicho conflicto concluyó con la victoria de Íñigo López de Mendoza, a quien, en 1444, el Rey Juan II de Castilla concedió la villa de Santillana y sus dominios, entre los que se encontraba el valle de Carriedo, y un año más tarde, le fue otorgado el título de I marqués de Santillana (1445-1458). Treinta años después, en 1475, los Reyes Católicos, nombraron a su heredero, Diego Hurtado de Mendoza, I duque del Infantado. De esta forma fue como la Casa de la Vega obtuvo definitivamente el señorío del territorio en el que se incluía el valle carredano, a pesar de la oposición, en ocasiones violenta, de sus gentes, quienes lucharon por recuperar su condición de tierra de realengo, realizando esta demanda ante la Real Chancillería de Valladolid.

Se ponía en marcha así el conocido pleito de Carriedo, que finalmente se resolvió de forma favorable para los locales, que obtuvieron la reversión del valle a la Corona en 1503, aunque, debido a las apelaciones presentadas por el marqués de Santillana, la sentencia no se hizo efectiva hasta el 1 de junio de 1546. Desde entonces pasaron a formar parte de la provincia de los Nueve Valles, que en el siglo XVIII dio lugar a la formación de la provincia de Cantabria.

Cuando se establecieron los ayuntamientos, durante el Trienio Constitucional (1820-1823), surgió el municipio de Selaya en los límites que mantiene hoy en día, siendo éste uno de los cuatro términos municipales en los que se dividió el valle de Carriedo, junto a Villacarriedo, Saro y Villafufre. En 1822 fue adscrito al partido judicial de Ontaneda, partido que en 1835 cambió la capitalidad a Villacarriedo, hasta hace tres décadas, cuando se incorporó al de Santander. Desde 1992 su referencia judicial es Medio Cudeyo.

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