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Historia

Jueves, 16 de enero 2020, 11:51

La presencia humana y con ella el comienzo de la historia más antigua de la ciudad de Santander se remonta a la época prehistórica, como ponen de manifiesto los restos de diferentes objetos de piedra (útiles, lascas, raspadores...) localizados en las zonas altas, como en la Virgen del Mar, Cabo Mayor, Monte, etc., aunque no se conoce con precisión la cronología de su llegada. Además, en torno a la Bahía se localiza una de las concentraciones más notables de yacimientos al aire libre y cavidades con evidencias del Paleolítico cantábrico. Los indicios del Mesolítico son más abundantes, aunque poco explícitos. De hecho, en varias zonas de la costa de Santander se documentó la presencia de un útil característico de este periodo: el pico asturiense.

En general, esta etapa prehistórica puede que sea la más desconocida y sobre la que constan menos pruebas palpables de su transcurrir. Más confirmadas son las referencias de las huellas que dejaron los romanos a su paso por la villa. De hecho, a partir de éstas se tiene conocimiento de que la villa fue lugar de desembarco de las legiones romanas en la conquista de Cantabria, por lo que fue denominada Portus Victoriae o Puerto de la Victoria. El fundamento a esta aseveración no sólo se encuentra en la interpretación de los datos geográficos, sino también en el hallazgo de restos arqueológicos romanos tanto en el área correspondiente a la propia ciudad como en su entorno más inmediato. De esta forma, en la península de La Magdalena se localizaron vestigios de la existencia de una villa romana, como un Hermes de bronce, restos de mosaicos, terra sigillata, un sextercio de bronce de Trajano, etc. Asimismo, se han hallado objetos de esta época también en la zona de San Martín, en el emplazamiento de la cripta de la catedral y en la ría de Astillero, y se han encontrado restos de antiguas minas romanas en Peña Cabarga.

Aquella población amenazada por las invasiones de los pueblos bárbaros, y entre ellos el conocido saqueo de los Hérulos y de los Bárdulos –citado por Hidacio en su Cronicón del siglo V–, tuvo que fortificar la villa desde el siglo IV para protegerse. A partir de entonces se abre un vacío documental en la historia de Santander hasta la aparición de la primera referencia escrita, que data del año 1068, en el Cartulario de San Salvador del Moral. En ella se recoge el privilegio atribuido al rey Sancho II de Castilla mediante el cual se concede al Obispado de Oca los derechos de pasto, madera, etc. sobre varios puertos, entre los que se cita el de San Emeterio (Portus Sancti Emetherii), siendo éste el origen etimológico del nombre de Santander. Más tarde, el 11 de julio de 1187, el rey Alfonso VIII de Castilla le otorgó el fuero a la villa, sometiéndola al señorío de los abades de San Emeterio. De esta forma, por primera vez se reconocía la personalidad jurídica de las instituciones del concejo y se confirmaba una serie de privilegios tendentes a favorecer su integración social y su potencialidad económica. Este poder adquirido por la villa costera fue prolongación del Fuero de Sahagún de 1152, y como tal contemplaba los preceptos fundamentales de aquél, entre los que cabe destacar la confirmación del señorío del abad sobre el pueblo, la igualdad de los vecinos, la exención del servicio militar, la libertad del comercio, así como otra serie de privilegios de carácter administrativo, penal y fiscal.

Todas estas ventajas posibilitaron el poblamiento y el desarrollo mercantil de Santander, que se vería, además, favorecido poco después por otra serie de medidas concedidas por los reyes de Castilla, como fue la exención de portazgo otorgada por Alfonso X en 1255 y la concesión de otras ventajas fiscales para el comercio por Alfonso XI en 1317.

En las últimas décadas del siglo XIII el comercio exterior con los puertos franceses, ingleses y de Flandes había sido enormemente activo, favoreciendo esta actividad mercantil la Hermandad de las Marismas, constituida en 1296 por los principales concejos del Cantábrico: Santander, Laredo, Castro Urdiales, Vitoria, Bermeo, Guetaria, San Sebastián y Fuenterrabía. En estos momentos se llegaba a un florecimiento económico sobresaliente, que dio lugar también a un gran desarrollo demográfico, pues la villa se aproximaba entonces a la cifra de los dos mil habitantes. La población santanderina se vio azotada por dos incendios que hicieron precisa la protección real y que tuvo su repercusión en la reducción de las cargas fiscales, según se desprende de una carta remitida por el infante don Pedro al concejo el 24 de noviembre de 1311.

Para entonces, las naves cántabras gozaban de gran fama y respeto por las hazañas bélicas en las que habían tomado parte. Esta circunstancia propició la firma de un tratado de paz con Eduardo III de Inglaterra en 1351 y una tregua en 1375. Precisamente, convenios internacionales como éstos favorecieron la actividad comercial de las naos santanderinas en los puertos ingleses.

Los privilegios con los que contaba la villa para entonces fueron confirmados durante el largo reinado de Alfonso XI. En este periodo tiene su origen el Becerro de las Behetrías o Libro de las Merindades de Castilla, en el cual Santander aparece como lugar de realengo, aunque reservándose el abad los derechos económicos. Este régimen de abadengo desaparecerá definitivamente con el desarrollo de la Puebla Nueva, a mediados del siglo XIII.

A partir de entonces, Santander, que había surgido como un pequeño asiento de población en la península existente entre la bahía y la ribera, quedaba constituida en dos núcleos urbanos, aparecidos como consecuencia del asentamiento primitivo en la villa, primero, y de la expansión de la Baja Edad Media, después. Inicialmente se constituyó la Puebla Vieja y lo hizo en la parte alta de la villa y en torno a tres elementos: la abadía de los Cuerpos Santos, en cuyo interior se construyó el Hospital del Santo Espíritu o albergue de pobres; el castillo del Rey, construido por Alfonso VIII sobre las antiguas ruinas de una fortificación romana; y el puerto, su sustento económico. La Puebla Vieja se articulaba en torno a la rúa Mayor, su calle principal, paralela a la cual discurriría la rúa Menor, uniéndose a la Puebla Nueva por medio de un puente de varios ojos –de ahí el nombre de la calle del Puente– que pasaba por encima de un canal y llegaba a las Atarazanas.

Para establecer el momento de la creación de la Puebla Nueva se parte de una escritura de 1252 referida a una casa situada en la calle Arcillero, junto a la ría en su brazo derecho. Este nuevo tejido urbano fue fruto del asentamiento progresivo en la villa de los artesanos y mercaderes. De tal forma que si en la primera dominaba la presencia institucional de la abadía o iglesia de los Cuerpos Santos, en la segunda el motor dominante era el mundo de la artesanía y el comercio, que fueron configurando una trama compuesta por calles dispuestas con una estructura medieval en torno a un centro neurálgico que, en este caso, era la céntrica Plaza Vieja, hoy desaparecida, a la que se accedía a través de la calle del Puente y en la que tenían lugar los actos más importantes (fiestas, representaciones teatrales, corridas de toros...). A partir de ella se disponían las calles más destacadas, tales como Santa Clara, denominada así por el monasterio de esta orden religiosa establecido en ella, y las transversales de San Francisco, de la Sal –cuyo nombre se debía al alfolí o depósito de la sal allí situado– y del Palacio, en la que estaba ubicado el depósito de trigo, un edificio público de gran importancia en la vida cotidiana de los ciudadanos de la villa. Otras calles de este núcleo eran las de Tablero y Arcillero, Medio y Arrabal.

El auge económico de la villa se mantuvo en los años siguientes, llegando a su etapa de máximo esplendor a mediados del siglo XV. Previamente, en 1335, el rey Alfonso XI había confirmado las ventajas fiscales otorgadas por el infante don Pedro veinte años atrás. Además, el cambio de dinastía en la Corona de Castilla no perjudicó para nada a Santander, que recibió de Enrique II la exención de servicio militar, en 1396, y confirmó los fueros y demás privilegios concedidos a la villa. Con medidas como las citadas se fue afianzando el progreso económico, basándose en la actividad mercantil, que se concretaría fundamentalmente en el comercio de sacas de lana burgalesa en barcos de Vizcaya, Guipúzcoa y de los propios armadores de la villa santanderina con destino al puerto de Flandes, así como en el comercio exterior de trigo, madera y hierro por la Cornisa Cantábrica y Andalucía. Además, la pesca constituía otro factor clave en la vida económica y social. De hecho, en el siglo XIV los pescadores crearon su Cofradía bajo la advocación de San Martín de la Mar.

A lo largo del siglo XV se puso en evidencia la tensión existente entre la Puebla Vieja y la Nueva a la hora de determinar su participación en el Gobierno municipal, un conflicto que hubo de resolver en 1431 una sentencia del adelantado mayor de León, Pedro Manrique, mediante la cual establecía que gobernasen la villa dos alcaldes, seis regidores, dos fieles y un procurador, elegidos entre los vecinos de las dos zonas diferenciadas de Santander. Como ocurrió en la mayor parte de las ciudades castellanas, dichos oficios recayeron en los miembros de los linajes más destacados y de mayor antigüedad, tales como Calderón, Arce, Pámanes, Calleja, Escalante y Sánchez. La determinación del sistema y momento de elección fue regulado por los Reyes Católicos, que fijaron una periodicidad anual, siendo el 1 de enero la fecha establecida, y el convento de San Francisco como lugar de celebración.

Otro hecho determinante en la historia de la villa fue la donación perpetua realizada por el rey Enrique IV al segundo marqués de Santillana en 1466, que no fue aceptada tras oponerse el pueblo, protagonizando una resistencia armada y una lucha abierta que forzó la revocación de dicha entrega tan sólo un año después. Esta circunstancia propició que se concediera a Santander aquel 8 de mayo de 1467 el título de villa noble y leal.

En la segunda mitad del siglo XV el desarrollo económico había alcanzado su nivel máximo y la población santanderina se calculaba que la integraban entre seis mil y siete mil habitantes. Sin embargo, en los últimos años de este siglo la vida de la villa dio un giro radical. La llegada de la peste en la primavera de 1497, tras el desembarco de la Armada procedente de Flandes que trasladaba a la princesa Margarita de Austria para contraer matrimonio con el príncipe Juan, heredero de los Reyes Católicos, desencadenó una terrible crisis demográfica y la ruina de la mayor parte de las actividades económicas. Como consecuencia de este duro revés, el de mayor magnitud en la historia de la villa, Santander perdió prácticamente a tres cuartas partes de sus vecinos. Además, a lo largo de la época moderna siguió sufriendo el azote de otras epidemias de esta enfermedad, como las documentadas entre los años 1517 y 1518, entre 1529 y 1531, y la gran peste de 1596, cuyo contagio también vino a bordo de un navío de Flandes, de nombre 'Rodamundo'. El inventario realizado en 1533 proporciona una serie de datos sobre las consecuencias de la peste y permite hacerse una idea de las dimensiones de la tragedia. En él consta que de las 641 viviendas existentes fueron destruidas 187 y otras 267 quedaron deshabitadas, conservándose con vecinos tan solo las 187 restantes.

No obstante, en los últimos años del siglo XV y a lo largo del XVI también tuvieron lugar otra serie de hechos que influyeron positivamente en el desarrollo industrial y comercial de la villa, como por ejemplo la creación del Consulado de Burgos, en 1494, que supuso un elemento de transformación de la actividad económica y un organismo fundamental en el comercio de lana a otros países. Además, en 1524 se concedió a la villa el privilegio de un mercado franco semanal y en 1542 las sisas para la construcción de un muelle y un contramuelle. Precisamente, el nuevo puerto fue la gran obra de la Edad Moderna.

Otros factores positivos que alentaron la vida económica fueron la solicitud de creación de un obispado en Santander, en 1567, y la declaración en 1570 por parte de Felipe II de la villa como Base Naval del Cantábrico, con la creación de grandes flotas y el impulso de la construcción naval. Gracias a todo esto en este siglo XVI se alcanzó un crecimiento desconocido hasta entonces, pero este proceso sufrió una inflexión al final del reinado de Felipe II. A partir de entonces decayó el poderío naval y se entró en una etapa de decadencia en la que la peste fue de nuevo triste protagonista, pues se siguió cobrando muchas vidas y continuó provocando una emigración constante.

En vista de este panorama no sorprende que el siglo XVII estuviera marcado en sus comienzos por la miseria y la ruina, teniendo que esperar al ecuador de esta centuria para hallar algún atisbo de recuperación. La villa logró levantar cabeza a lo largo del siglo XVIII. Fue entonces cuando adquirió de nuevo su condición preeminente y la capitalidad del territorio. Eran tiempos de desarrollo, auge económico y expansión urbana. Una de las decisiones que influyó en este despegue fue la del ministro José Patiño de acometer el proyecto de desviación del comercio de las lanas hacia el puerto de Santander, como consecuencia de la cual se permitió que se aprobara la construcción del camino de las lanas que enlazaba Burgos con la villa santanderina, siendo el primer tramo el que llegaba hasta Reinosa, que fue abierto el 15 de noviembre de 1753.

A esta mejora de las comunicaciones con la meseta castellana le sucedieron otros dos acontecimientos favorables para destacar en este periodo, como son la creación por el Papa Benedicto XIV de la Diócesis de la Montaña con sede en Santander, en 1754, y la concesión del título de ciudad otorgado por el rey Fernando VI en 1755.

Todo ello contribuyó a la transformación decisiva de la ciudad, que veía cómo se incrementaba notablemente su población y asistía al desarrollo de la burguesía mercantil y del sector terciario. Los daños ocasionados por un incendio acontecido en 1763, que arrasó la calle de la Mar y provocó el desmoronamiento de parte del muelle, fueron aprovechados para acometer las obras de ampliación del puerto y de la ciudad. Santander inició una gran transformación urbanística a partir del proyecto de ensanche del ingeniero Francisco Llovet, en 1765, que después continuarían Fernando de Ulloa y Juan de Escofet, con el descubrimiento de un nuevo canal en la bahía que iba a ser fundamental en el desarrollo de la ciudad, aunque tampoco estuvo su propuesta exenta de problemas. Para finales de este siglo Santander vivía una época de gran vitalidad comercial. Sin duda, a ello contribuyó también la liberalización del comercio exterior con las colonias americanas, en 1778, y la creación del Consulado de Mar y Tierra de Santander, en 1783, que supuso la emancipación de la secular dependencia del Consulado de Burgos. A partir de entonces los intercambios con América se dispararon, siendo San Cristóbal de La Habana, Montevideo, Buenos Aires, Cartagena y, sobre todo, Veracruz los principales puertos de destino. Pero, además, se consolidaron tres rutas de carácter nacional: la de las lanas por el camino de Reinosa, la de las harinas (1804), entre Santander y Palencia, y la de los vinos (1830), que enlazaba con Logroño. Por todo esto, Santander se convirtió en el principal puerto de exportación de Castilla, siendo éste el motor fundamental de la ciudad y el que determinó su desarrollo urbanístico.

En este periodo que abarca desde finales del siglo XVIII a principios del XIX, Santander experimentó un proceso de expansión debido a su paulatina transformación de villa pesquera a ciudad comercial. Aunque en un principio el desarrollo se produjo en el interior de las murallas –vestigio de la época medieval–, empezaron a surgir indicios de actividad económica fuera de ellas, lo que finalmente llevó a proceder a su derribo para facilitar el crecimiento urbano. El progreso continuó durante las primeras décadas del siglo XIX, a pesar de la crisis económica sufrida como consecuencia de las guerras coloniales, la invasión napoleónica, las epidemias, etc. Santander pasó a especializarse en actividades comerciales y de forma paralela comenzó un cierto desarrollo industrial, con la implantación de fábricas de harina, cerveza, azúcar..., que a su vez dieron lugar a la construcción de barrios obreros. También a mediados del siglo XIX surgieron importantes entidades financieras, como el Banco de Santander (1857) y la Sociedad Anónima del Crédito Cantábrico y la Unión Mercantil (1861). La ciudad, por otra parte, recibía las visitas de viajeros extranjeros y personalidades relevantes del mundo de la política y la cultura. Tres iniciativas puestas en marcha por aquel entonces influyeron en el cambio de fisonomía de Santander. La primera de ellas fue el desarrollo, hacia el año 1845, del balneario de El Sardinero y, con ello, de la apertura de diferentes alternativas de negocios, como la de los carruajes (1847), que emprendieron la línea de comunicación con el centro de la ciudad y que más tarde darían paso a las locomotoras (1873), naciendo así el tranvía urbano a El Sardinero. Además, con la finalidad de englobar en la trama urbana espacios marginales, se emprendieron diversas obras, como la construcción del Paseo de la Concepción, un acceso fácil con el área residencial de El Sardinero.

Las otras iniciativas fueron la llegada del ferrocarril de Santander-Alar del Rey, inaugurado en 1866, y la concesión obtenida por el ingeniero belga Pablo Emilio Wissocq, en 1853, que consistía en el relleno de grandes marismas del sureste de la bahía para la instalación de almacenes portuarios y de las vías y estaciones de ferrocarril. De esta forma, la ciudad y el puerto se disocian, centrándose las actividades portuarias en el interior de la bahía y extendiéndose la zona residencial y comercial hacia El Sardinero. Para finales del siglo XIX, que estuvo marcado en el último tercio por las consecuencias de la guerra iniciada en 1868 en Cuba y de la última guerra carlista, Santander contaba con una población cercana a los 45.000 habitantes. En 1875, con la prohibición de las exportaciones de trigo y harina al extranjero, se inició una nueva crisis, agudizada por la quiebra del comercio con las colonias americanas.

Coincidiendo con este periodo de decadencia tuvo lugar la mayor tragedia de carácter civil ocurrida en Santander en este siglo: la explosión del Cabo Machichaco, el 3 de noviembre de 1893. Aquel barco, construido en 1882 en Newcastle, se encontraba atracado en el muelle número 2 de Maliaño, frente a la actual calle de Calderón de la Barca, cuando el estallido de una bombona de vidrio con ácido sulfúrico provocó un incendio en la cubierta que después se propagó por las bodegas de proa. Más de 500 personas perdieron la vida como consecuencia de la explosión que se produjo a continuación tras alcanzar el fuego a la mercancía de dinamita que transportaba el buque. Los heridos superaron la cifra de los dos mil y los daños materiales fueron cuantiosos a causa de los incendios que el suceso desencadenó. Meses más tarde, el 20 de marzo de 1894, otra detonación producida durante los intentos de rescate de los restos del vapor hundido en la bahía ocasionó otras veinte víctimas mortales.

A pesar de esta serie de circunstancias negativas, se apreciaron en la ciudad algunos síntomas de recuperación gracias a las aportaciones económicas de los indianos, que permitieron la creación, por ejemplo, de varias instituciones bancarias, como Monte de Piedad (1898) –hoy Caja Cantabria– y el Banco Mercantil (1907), y compañías navieras, como es el caso de Navegación Montañesa. Iniciativas como éstas renovaron la imagen arquitectónica de Santander.

Además, se observa un cierto asentamiento de barriadas obreras en la periferia y el crecimiento de zonas de mayor calidad, como El Sardinero, cuyo desarrollo turístico estuvo motivado por tratarse del lugar elegido como sede principal del veraneo de la monarquía. Isabel II y Amadeo de Saboya habían visitado en diversas ocasiones la ciudad, al igual que lo hiciera el rey Alfonso XII en 1881, invitado por el marqués de Comillas. En 1904 el presidente del consejo de ministros, Antonio Maura, concedió a los santanderinos el usufructo de la península de La Magdalena, terrenos que la ciudad ofreció al rey cuatro años más tarde para la construcción del palacio. El hecho de que Alfonso XIII y Victoria Eugenia fijaran aquí su residencia desde 1913 fue, sin duda, un acicate para la promoción turística de la zona, a la que contribuyó también el trabajo de la sociedad El Sardinero, fundada en 1901 y encargada de dar a conocer las excelencias del lugar no sólo por España sino también por el extranjero. Surgieron entonces edificios de gran atracción turística (Hotel Real, Hipódromo, Club de Tenis...), que favorecieron el desarrollo de la ciudad en esta zona.

Durante el periodo republicano se produjeron en Santander numerosas transformaciones llevadas a cabo por sus alcaldes con la intención de dar una nueva imagen a la ciudad. Además, en 1932 se creó la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), entonces denominada Universidad de Verano de Santander, dotando a El Sardinero de una gran atracción para el mundo intelectual.

Concluida la Guerra Civil (1936-1939), la ciudad emprendió su recuperación, aunque poco después otro funesto acontecimiento ocuparía una nueva página en su crónica negra. Se trata del devastador incendio declarado en la madrugada del 15 al 16 de febrero de 1941 en un edificio de la calle Cádiz, que destruyó la mayor parte del casco antiguo de la ciudad, dejando un balance de más de 400 edificios desaparecidos, 10.000 damnificados y unas pérdidas materiales cifradas oficialmente en 85 millones de pesetas.

Como consecuencia quedaron libres 115.421 metros cuadrados de suelo urbano situados en la zona más céntrica de la ciudad, a partir de los cuales se inició una absoluta remodelación del área dando paso a un moderno centro urbano de orientación comercial y de residencia acomodada. De forma paralela se produjo el progresivo crecimiento de barrios periféricos (La Albericia, Campogiro, Peñacastillo...), a los que se desplazaron las familias modestas desalojadas de las antiguas casas del centro que fueron pasto de las llamas. La labor de reconstrucción estaba prácticamente finalizada hacia 1954.

Este mismo año el Ayuntamiento aprobó el Plan Comarcal de Santander, que llevó consigo la redacción de los Planes de Polígonos establecidos en el Plan General. De esta forma el término municipal se dividió en 22 polígonos, incluyendo las cuatro aldeas de San Román de la Llanilla, Monte, Cueto y Peñacastillo. Surgieron entonces las zonas diferenciadas de Cazoña, Menéndez y Pelayo, la Gándara, La Albericia, el Faro, etc. Durante las décadas de los cincuenta y sesenta la ciudad experimentó un crecimiento espectacular, favorecido por el proceso de industrialización y el éxodo rural que desencadenó la crisis agraria. En este periodo se inauguró el aeropuerto de Parayas (1953) y se desarrolló el área próxima a General Dávila y del barrio Castilla-Hermida, densamente pobladas por clases trabajadoras. En la década de los setenta prosiguió el desarrollo económico, político y social y se dio una expansión del espacio industrial, concentrándose la mayor parte de las empresas no sólo en las áreas específicas de la ciudad, como el polígono de Raos, sino también en las de municipios cercanos como Camargo o Astillero.

Se llegaba así a los años ochenta, momento en el que tiene lugar uno de los hechos más significativos y transcendentales para la vida política de la ciudad: la aprobación definitiva por el Congreso de los Diputados de la Ley Orgánica del Estatuto de Autonomía de Cantabria (1981), mediante el cual desaparecía la antigua provincia de Santander para dar paso a la Comunidad Autónoma de Cantabria, en la que quedó integrada la Diputación Provincial santanderina, constituida por primera vez en 1820 y hasta entonces dependiente de Castilla la Vieja; se estableció Santander como su capital. Las primeras elecciones regionales se celebraron el 8 de mayo de 1983.

La década de los ochenta, además, estuvo marcada por interesantes procesos urbanísticos desencadenados por los cambios económicos que provocó la crisis de la industria. A partir de entonces el sector terciario comienza a ganar terreno y peso ocupando el hueco dejado por la caída industrial. Fruto de esta progresiva sustitución son los centros comerciales y de ocio localizados en la periferia de la ciudad sobre espacios que antaño ocupaban algunas fábricas. A este crecimiento de los márgenes contribuyeron también varios proyectos en materia de transporte, como la construcción del túnel de Tetuán, la autovía de Bezana-El Sardinero o la prolongación de la Avenida de Los Castros, que, a su vez, revitalizaron las zonas rurales de Cueto, Monte, San Román y Peñacastillo, quedando integradas en el perímetro urbano hacia mediados de los años noventa.

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