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josE a. pérez ledo
Jueves, 3 de febrero 2022
Desde esa altura, Bilbao parecía una mancha de aceite que reflejase el arcoíris. Cada paraguas lumínico, una tilde ácida y diminuta, rosa, verde, amarilla, azul. ¿Cuánto llevaba sin dejar de llover? Ya no lo recordaba.
Aitor conducía entre el enjambre de spinners, vehículos a propulsión al alcance de muy pocos bolsillos. Solo allí, sobre los tejados del Ensanche, podían verse tantos. Harto del tráfico, encendió la sirena y enfiló hacia Deusto.
Por la ventanilla empapada entrevió el perfil del Guggenheim. Unos años atrás, se sustituyeron todas las placas de titanio por pantallas de video que vomitaban anuncios día y noche. Refrescos, aplicaciones de citas, prótesis robóticas… Habían convertido aquel edificio en una valla publicitaria de 24.000 metros cuadrados, tan brillante que, decían, podía verse desde las colonias marcianas.
- Central -dijo Aitor a la radio-, aquí agente 64. Permiso para aterrizar en el tigre.
El aparato emitió varios chasquidos de estática antes de comunicar una respuesta.
- Permiso concedido. Lo apagaremos durante la aproximación.
En su día, ese tigre fue corpóreo, una enorme escultura de hormigón. Ahora era solo una proyección tridimensional que se paseaba amenazante sobre los peatones recordándoles que la Ertz velaba por su seguridad desde las más de 990.000 cámaras de vigilancia repartidas por Bilbao, una por ciudadano.
Cuando el spinner patrulla de Aitor estaba a punto de aterrizar, el tigre lumínico se desvaneció con un parpadeo. La comisaria Jone Youssef le esperaba bajo la lluvia, los brazos cruzados y la gabardina ondeando al viento.
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- Comisaria… -saludó él en cuanto puso un pie fuera del coche-. ¿Qué tenemos?
Youssef le indicó que le siguiera al interior del edificio.
- Varón, 34 años. Dice ser vecino de Santutxu.
- ¿Santutxu? -preguntó Aitor extrañado. Habría jurado que era la primera vez que oía ese nombre.
- Es como se llamaba antes el Vector 7.
- No tiene sentido. Ahí no vive nadie desde la fuga de 2022.
Youssef se encogió de hombros.
- Por eso estás aquí.
Se detuvieron en la cuarta planta. El espacio, diáfano, estaba repleto de plásticos de obra, polvo y goteras. Al otro lado de las ventanas, el Palacio Euskalduna anunciaba la actuación de esa noche con una ciclópea imagen flotante de una bailarina que teñía la estancia de una luz azulada.
Sentado en una mesa había un hombre de unos treinta años custodiado por dos agentes de la Ertz. Aitor las conocía de los tiempos de Arkaute. Las saludó con un golpe de cabeza.
- Luka -dijo la comisaria Youssef llamando la atención del hombre-. Este agente ha venido a hablar contigo.
El tipo contempló inmóvil a Aitor mientras este desplegaba el test Voight-Kampff sobre la mesa. No dijo una palabra.
- Le voy a hacer unas cuantas preguntas -intervino Aitor- y mediré sus parámetros fisiológicos. No nos llevará mucho tiempo.
Tampoco a eso replicó. Las agentes de la Ertz, a la espalda del sospechoso, estaban visiblemente tensas.
- Bien -empezó Aitor sin apartar la vista del pequeño monitor que mostraba, ampliadas, las pupilas del tal Luka-. Dígame, ¿de qué parte de… Santutxu es usted?
- Fika. De la calle Fika.
Su pupila no se dilató ni tampoco se contrajo. Ninguna respuesta emocional en absoluto, ninguna alteración.
- Es un barrio bonito -valoró Aitor.
- ¿Esto es parte del test?
- No, era solo por charlar. Está usted paseando por el Campo Volantín cuando…
- ¿Esto ya es el test?
- Sí. Está usted paseando por el Campo Volantín cuando escucha un violento golpe. Se gira y ve el aerotranvía detenido.
- ¿En qué dirección va?
- Es igual. Digamos que a San Mamés.
- No me gusta el fútbol. Ni siquiera el Real-Athletic.
- No importa. Es hipotético. Mira hacia abajo y ve que el aerotranvía ha atropellado a un cachorro. ¿Qué siente?
- ¿Que qué siento? Yo le diré lo que siento.
Pasó a toda velocidad y, de no ser por la rápida intervención de las agentes de la Ertz, Aitor no hubiese vivido para contarlo. Estaba examinando las pupilas de Luka en la pantalla cuando este se puso en pie de un salto y se abalanzó hacia él. No llegó a tocarle porque las agentes desenfundaron sin titubear y le alcanzaron dos veces por la espalda. El tipo no gritó ni gimió. Simplemente… se apagó.
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- Un replicante -constató la comisaria Youssef señalando el líquido denso y blancuzco que manaba del cuerpo.
Aitor, con la respiración todavía acelerada, contempló aquel organismo sintético, indistinguible de un auténtico hombre. Indistinguible de sí mismo y del millón de ciudadanos que, como él, se hacinaban en aquella ciudad. Bilbao. Donde siempre llovía.
José A. Pérez Ledo es guionista, novelista y director de televisión. Es autor de la serie 'Caminantes', el cómic 'Los enciclopedistas' y las ficciones sonoras 'El gran apagón' y 'Guerra 3'.
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