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MIKEL CASAL
Depresión, más que un estado de ánimo
Ciencia | Salud

Depresión, más que un estado de ánimo

El psiquiatra suizo residente en EE UU Adolf Meyer fue quien dio nombre al trastorno y abrió la puerta a un tratamiento farmacológico. Cada año hay 700.000 suicidios, muchos motivados por este mal

mauricio-josé schwarz

Sábado, 25 de diciembre 2021

Lo que hoy conocemos como depresión fue descrito por primera vez por Hipócrates en el siglo V adC., como una verdadera enfermedad. Escribió en sus 'Aforismos': «Si el miedo y la tristeza duran mucho tiempo, tal estado es la melancolía». Su explicación se basaba en su teoría de los cuatro humores, atribuyéndole el trastorno a un exceso de bilis negra frente a los otros tres (bilis amarilla, sangre y flema). Aristóteles, por su parte, describió dos tipos de melancolía, la natural y la patológica. La natural era, según él, consustancial a los sabios y artistas.

Durante los siguientes 2.000 años, al menos en Europa, la teoría de los humores dominó la visión de la salud y enfermedad, incluida la melancolía, aunque este enfoque convivía con la idea de que sus raíces se hallaban en influencias demoníacas y actos de brujería, con lo que los tratamientos podían incluir palizas para ahuyentar a los demonios, ayunos prolongados, sangrías o quemaduras, además, claro, de encontrar a la bruja responsable del mal y deshacerse de ella.

Fue ya en el siglo XIX cuando el psiquiatra alemán Emil Kraepelin empezó a llamar a algunas formas de melancolía 'estados depresivos' y los clasificó en dos grandes grupos, con nombres que hoy se utilizan de manera diferente. El primero era la depresión maníaca, que se consideraba producto de un acontecimiento externo como la muerte de un ser querido o un fracaso financiero, y que pasaría con el tiempo o al resolverse sus causas externas. El segundo era la 'dementia praecox', una depresión sin causas externas detectables que Kraepelin consideró producida por la psique del individuo y lo hacía alejarse de la realidad como lo hace la esquizofrenia en su definición actual. Sigmund Freud también ofreció sus propias especulaciones enmarcadas dentro de sus hipótesis, pero sin ninguna validación científica o experimental.

Fue Adolf Meyer, psiquiatra suizo que trabajó en los Estados Unidos, quien le dio a este trastorno su nombre actual, depresión, y propuso que además de los factores mentales, debería haber componentes biológicos en el surgimiento de la depresión, lo que abrió la puerta al tratamiento farmacológico como una parte útil en el abordaje de la depresión.

Porque la depresión es una afección real, no solo un 'bajón', un estado de ánimo negativo o un acceso de tristeza explicable y compartible. Los sentimientos de tristeza, pérdida de interés en actividades que antes se disfrutaban, problemas de apetito y sueño, sentimientos de culpa o de inutilidad como individuo, dificultad para concentrarse y las ideas suicidas son amenazas reales que pueden afectar intensa y negativamente la vida familiar y laboral y ser un verdadero peligro de muerte.

Más de 700.000 personas se suicidan cada año, y una gran cantidad de estos fallecimientos se deben a estados depresivos. Por ello mismo, en el mundo industrializado el suicidio es la cuarta principal causa de muerte de personas de entre 15 y 29 años de edad, lo que lo convierte en un tema fundamental de salud pública junto con otros aspectos de la salud mental que en el pasado no eran preocupación principal de los sistemas sanitarios.

Según la Organización Mundial de la Salud, se estima que la depresión afecta al 3,8% de la población mundial, lo que incluye a un 5% de los adultos y casi un 6% de los mayores de 60 años. Esto quiere decir que aproximadamente 280 millones de personas hoy en día viven en un estado depresivo.

Y este estado es tratable. El problema es que más de tres cuartas partes de las personas que sufren de depresión no tienen acceso a tratamiento por vivir en países de ingresos bajos y medios, mientras que otros carecen de un tratamiento adecuado por falta de profesionales cualificados, diagnósticos incorrectos y el estigma social que sigue acompañando a las afecciones mentales.

Tratamiento y enfoque

Ya a principios del siglo XVI, el médico y alquimista del Renacimiento Aureolus Theophrastus Bombastus von Hohenheim, llamado Paracelso, utilizaba un elíxir derivado de la amapola Papaver somniforum, que llamaba 'láudano' y ayudaba en casos de melancolía. Cuando a medidados del siglo XVIII se identificó al opio como la sustancia activa de la planta, Kraepelin introdujo la tintura de esta sustancia como tratamiento de la melancolía. La asombrosa efectividad de este enfoque permitió que la mitad de los pacientes hospitalizados por depresión fueran dados de alta después de un tratamiento de tres semanas.

Esto era un gran avance ya que antes de ello se llegó a pensar que la melancolía no tenía, ni merecía siquiera, un tratamiento, pues era un defecto del alma o de la psique, de algún modo culpa de la propia víctima por su debilidad o indisposición a tomarse las cosas con mejor humor.

En la segunda mitad del siglo XX se da una verdadera explosión de fármacos antidepresivos, el succinato de dinitrilo, la reserpina y, en la década de 1960, antipsicóticos como la clorpromazina, la tioridazina y la levomepromazina fueron los tratamientos preferentes, con diversos grados de éxito.

Hoy día, el tratamiento incluye tratamientos psicológicos validados experimentalmente, como la activación conductual, la terapia conductual-cognitiva y la psicoterapia interpersonal, que pueden complementarse con medicamentos diversos como los inhibidores de la recaptacion de serotonina, que actúan directamente en la transmisión de impulsos nerviosos entre las neuronas de nuestro sistema nervioso, o antidepresivos tricíclicos, medicamentos que, como toda sustancia, tienen sin embargo posibles efectos secundarios. De hecho, la OMS advierte que los medicamentos no son la primera línea de tratamiento para una depresión leve o para adolescentes, donde su aplicación debe ser en extremo cuidadosa, y no se deben usar en niños, que también pueden padecer depresión.

Pero dado lo mucho que aún no sabemos sobre los procesos de los estados depresivos, un elemento de importancia especial es la prevención a través de programas como los que se ofrecen en escuelas para dar a niños y adolescentes herramientas para afrontar positivamente los obstáculos en su vida e incluso el fomento de actividades físicas entre adultos mayores, que se ha demostrado que combaten al viejo monstruo de la melancolía y el desencanto patológicos.

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