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Guillermo Balbona
Domingo, 24 de enero 2016, 08:35
El «largo aprendizaje del lenguaje del cine» vertebrará hoy el discurso del director, guionista y escritor cántabro Manuel Gutiérrez Aragón en su ingreso en la Real Academia Española (RAE). El director de La mitad del cielo y el escritor de La vida ante de marzo confluyen ahora en una nueva tribuna académica con una tarea clara: el diccionario, la proyección internacional de la Academia, la unidad del idioma. Gutiérrez Aragón (Torrelavega, 1942), que mantiene intacta su pasión por el cine, subraya estos días que lo importante era que alguien de la comunidad audiovisual estuviera en la casa madre de la RAE.
Ayer el consejero de Cultura del Gobierno cántabro, Ramón Ruiz, felicitó al autor torrelaveguense,con motivo de su ingreso en RAE. El consejero se mostró convencido de la «importante aportación» que el cineasta hará en los trabajos que realiza la Academia, fruto de una «experiencia cimentada en una labor creativa impecable, tanto en el cine como en la literatura». Para Cantabria «hoy es un día grande, ya que uno de nuestros grandes creadores entra a formar parte de la historia de esta señera institución», sostuvo Ramón Ruiz.
El cineasta de Maravillas y Camada negra, Premio Nacional, Medalla de Oro de la Academia de Cine de España y Premio Herralde 2009 con su primera novela, entre otras muchas distinciones y reconocimientos, Académico de Bellas Artes desde 2001, subraya que su elección adquiere significado y textura desde el momento en que el mundo del cine estará representado en la RAE, como ya lo estuvo antes con Fernando Fernán Gómez y con José Luis Borau. En busca de la escritura fílmica es el epígrafe elegido para ratificar, desde la reflexión y la creación, su llegada a la Academia. «El largo aprendizaje del lenguaje del cine, mucho más convencional que el escrito, y un proceso que no termina nunca» es el eje de su puesta de largo académica. «Cuando uno cree que ha aprendido ese lenguaje, llegan las series de televisión y es otra cosa distinta», precisa.
Un texto, que inaugura su nueva etapa, en el que cabrá una evocación: su época de «aprendiz» en la Escuela Oficial de Cinematografía. «Fue una experiencia irrepetible. El cine siempre ha tenido una gran presencia social y la Escuela de los años sesenta y setenta era un lugar en el que todo el mundo quería entrar. Para estudiar Dirección podía haber 200 aspirantes e ingresaban seis o siete. Me costó muchísimo aprender la técnica del cine», admite.
Ahora deberá combatir con la fijación de términos, con el vocabulario especializado, con los anglicismos, mientras el creador que ha transitado entre los cauces de la imagen y la palabra transmitirá la huella de su experiencia. En una entrevista con este periódico apuntó recientemente que «el relato cinematográfico seguirá su propio camino, que cada vez es más diversificado. El relato literario es más permanente. La historia de la novela no ha hecho más que empezar».
La RAE cuenta con 46 sillas académicas, letras mayúsculas y minúsculas que se vinculan a un nombre, una trayectoria y la responsabilidad de dar «lustre» a la lengua española. En el territorio de la sexta letra del alfabeto, la F, se engarza el abecedario audiovisual y literario de Manuel Gutiérrez Aragón. Fue elegido el 16 de abril de 2015 y desde hoy se sentará sobre la letra mayúscula que hasta 2013 ocupó el escritor y economista José Luis Sampedro.
Lo suyo es inventar. Y da igual cómo: director de cine pero también de teatro, hacedor de mundos literarios pero también de escenas paradigmáticas en las que la realidad supera cualquier toque de fantasía. Todo en la palabra de Gutiérrez Aragón rezuma fantasía porque es ahí donde la realidad admite todas las cuestiones a las que el escritor expone la naturaleza humana. Sin embargo, en su trayectoria también se ha enfrentado a la realidad en sí misma bailando con el documental el jazz prohibido de Cuba (Música para vivir, 2010) o en su último libro A los actores (2015), una obra que parte del ensayo y tira de memoria para montar un anecdotario del cine.
Es una de sus películas menos revisitadas. Cuenta la historia de un joven que se acaba convirtiendo en oso y el argumento, una fábula que se entronca en el universo imaginario del director, lleva también su firma como guionista. Se estrenó en 1984 producida por Elías Querejeta, con quien el cántabro trabajó en la elaboración del texto. Entre los paisajes que aparecen en el largometraje, parte pertenecen al valle del Saja, y como es habitual en su filmografía, la naturaleza (en este caso un bosque) vuelve a ser un personaje más de la trama.
Entró por la puerta grande en el cine ya que su primer largometraje, Habla, mudita (1974) le valió el Premio de la Crítica del Festival de Cine de Berlín. Desde entonces, su carrera le ha llevado por los principales festivales del mundo: en Cannes y Nueva York, Demonios en el jardín (1982) consiguió el premio a la Mejor Película, además del Gran Premio del Festival de San Sebastián; en Venecia, El caballero don Quijote (2002), también el de Mejor Película. En Chicago, Maravillas (1991) se llevó el Hugo de Plata y La mitad del cielo (1986) la Concha de Oro en Donosti.
Su último libro, A los actores, es el fruto de su coherencia como cineasta y su querencia como director. De Fernando Fernán Gómez a Ángela Molina, de José Coronado a Ana Belén, de Eduardo Noriega a Alfredo Landa, unos fetiches, otros no, la mayoría amigos. «El primer conocimiento de una película es un conocimiento carnal, la cara y el cuerpo del actor o la actriz...». El cineasta reivindica esa carnalidad «frente a la mera consideración del cine como lenguaje».
Contar historias es el territorio común que une al joven que dio sus primeros pasos en el periodismo, que escribió guiones, que realizó películas y que escribe novelas y ensayos (ya son cuatro libros, amén de su faceta de articulista). Se estrenó en la literatura con La vida antes de marzo Sin embargo quizás el universo de la ficción que lo habita ya comenzó cuando de pequeño contaba historias a sus hermanos. Lo confesó a este periódico en una entrevista con motivo de una de sus últimas ficciones: «La vida hay que inventarla, la que se nos ofrece sin más es demasiado estrecha y corta».
Esta figura tendrá un peso específico en su discurso de hoy domingo. Películas, series, documentales y los guiones, la imagen y la palabra, han abonado su trayectoria. Lo mediático del filme no deja ver, a veces, la estructura interior que desarrollan los participantes en una producción audiovisual, subraya. En busca de la escritura fílmica reflexiona sobre un lenguaje, el del cine, será una declaración de amor tanto por el cine como por la literatura y sus interrelaciones.
No hubo afectación ni pose ni impostura. El cineasta cántabro, como ha precisado a menudo, renunció a la dirección antes de que una industria árida y destructiva, agotadora, acabara con su cine. En el Palacio de La Magdalena hace ocho años se despidió dejando un paisaje entre visillos, el de la Vega de Pas, por si algún día el gusanillo y las circunstancias permiten un rodaje postergado. Atrás quedaba su último filme, Todos estamos invitados.
La cámara en su sitio. Gutiérrez Aragón siempre ha considerado clave estar arropado por un equipo fiel donde los profesionales superan con su labor la etiqueta de mero ejercicio técnico. Luis Cuadrado y Teo Escamilla han sido parte fundamental de ese concepto para adquirir una condición de cineastas. Otro de esos nombres es José Luis Alcaine. El director suele decir a menudo: «Si te sabes rodear de buenos profesionales, es todo más fácil».
Para la generación del franquismo, «el erotismo y la políticas las aprendimos en el cine, que hizo natural los besos, las huelgas, el adulterio». Las palabras de Gutiérrez Aragón no sólo defienden el cine como un elemento de cambio social: sus películas cuentan lo que sucedía detrás de lo que pasaba en esa España gris y agazapada en el miedo. Claves para entender su retrato son Las largas vacaciones del 36 (de la que sólo es guionista), Camada negra (1977) y Sonámbulos (1978), Demonios en el jardín (1982) y La mitad del cielo (1986).
Lo hizo, y mucho, en algunos de sus rodajes como en su ópera prima Habla mudita. Y lo eligió como parte de su tercera novela: Cuando el frío llegue al corazón, con Sócrates de cómplice, con el Fedón de Platón como columna referencial, y con Cantabria como cartografía emocional. En ocasiones cierta crítica ha acusado al cineasta de La mitad del cielo de ser un realizador frío. Pero al tiempo es uno de los creadores que, más allá, de su textura, mantiene la veneración por el significado ritual del cine y la cómplice relación entre creador, pantalla y espectador: «La película de hora y media vista en una sala es un invento maravilloso, único».
Su trayectoria no solo se sustenta en la creación narrativa y audiovisual sino que ha pasado por instituciones como la Sociedad General de Autores y Editores. En 1993 fue elegido presidente de la SGAE, cargo que ocupó hasta 2001. Después ocuparía la presidencia de la Fundación Autor a la vez que desempeñaba el cargo homónimo en la Federación Europea de Realizadores Audiovisuales. Además, pertenece a la Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Furtivos, la película de José Luis Borau de 1974, supuso una de las primeras incursiones de Gutiérrez Aragón como guionista. Ambos realizadores unieron sus manos para escribir este texto sobre la relación de una madre y su hijo con una mujer. Se rodó en Navarra y Segovia en vez de en los bosques de Cantabria porque era más barato. La cinta iba a ser su segundo largometraje, después de Habla mudita, pero acabó «vendiendo» el guión a Borau. Se estrenó en 1975 y fue premiada con la Concha de Oro en San Sebastián.
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Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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