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Guillermo Balbona
Jueves, 10 de marzo 2016, 21:38
Cuando hace cerca de treinta años una iniciativa modesta trataba de encauzar un espacio para el arte en Miengo nacía, casi sin pretenderlo, una apuesta clara y diáfana por una alternativa cultural fundamentada en tres pilares: Desestacionalizar, descentralizar y dar voz a la periferia. Curiosamente Robayera, en su crecimiento y proyección como un referente artístico, expositivo y punto de encuentro público, adquirió y asumió otra dimensión.
Cada vez que un centro o corazón cultural se incorpora a un programa mayor, casi oficial e integrado en una estructura, cabe preguntarse por la verdadera identidad de una periferia cultural, por la posibilidad de crear en los márgenes, por los territorios, muchas veces invisibles, donde puedan fraguarse nuevas formas y vueltas de tuerca al lenguaje, o propuestas desde la diferencia.
Quizás ya envejecido, manipulado o desvirtuado el concepto de contracultura, el objetivo prioritario en un presente donde el pensamiento está obligado a caminar sobre las cenizas de la crisis, a preguntarse sobre la existencia de un discurso alternativo, una cultura periférica o una sucesión de señales que propongan, fabriquen y construyan otros contenidos alternativos a una agenda oficial y, sobre todo, institucional.
El riesgo de etiquetar esa periferia de la cultura no debe impedir incentivar la necesidad de hacer visible y de dejar aflorar voces, movimientos innovadores, un laboratorio cultural, creativo y de pensamiento que sirva para propiciar otro relato: el de una comunicación cultural ajena al hipnotismo y la atmósfera narcotizada de cierta cultura asentada pero conformista, conservadora, anclada en la superficialidad.
Se busca alternativa a la banalidad. En Filosofía accidental, un ensayo sobre el hombre y lo absoluto, del pensador, articulista y escritor José María Ridao subraya con lucidez un fenómeno presente derivado y desprendido de esa cultura de lo absoluto: «La denuncia de la banalidad se ha convertido en la banalidad de moda. Todo el mundo comparece en los medios de comunicación para denunciarla y, por tanto, incurrir en ella, pero nadie asume la tarea profunda y comprometida de explicar cuál es la alternativa a esa banalidad que estamos viviendo».
La oferta y la programación cultural que este verano se anuncia en Cantabria, muchas veces fundida o interrelacionada con lo académico, prevé citas en la que los grandes nombres o los referentes de una cultura de calidad son indiscutibles, aunque surgidos desde un centralismo institucional, oficial e ideológico.
El Concurso Internacional de Piano, el Festival Internacional, la programación de exposiciones de Sol LeWit, Antonio López, o la Escuela de Altamira, por no hablar de otros nombres en el ámbito musical o de la escena que pasarán por escenarios y espacios de Cantabria durante los próximos meses acreditan un paisaje con escasos resquicios para la minorías.
En el paisaje cultural surgido tras la candidatura de Santander 2016 afloraron ventanas urbanas, espacios antes casi sumergidos y asociaciones y colectivos con la calle como protagonista. En estos tiempos caben otros terrenos abonados por la participación popular y la crítica: al Norte del Norte - blog de Cultura Alternativa en Cantabria; el espacio Eureka convertido en un lugar de referencia de cultura y creatividad experimental; las librerías con ecosistemas culturales propios y, por supuesto, la proliferación de blogs y espacios en la red en los que la música, el cine, la creación literaria han abierto nuevos cauces de pensamiento crítico.
Crisis de identidad
En numerosos sectores parece existir una crisis de identidad cultural. Hay nuevos creadores pero también en muchos casos son asumidos de manera acelerada por los discursos dominantes, por la dictadura del éxito, por ese
peligroso magma de una cultura comercial encadenada al deslumbramiento de la rentabilidad inmediata. La cuestión es vislumbrar si tras las comunidades tradicionalmente marginadas van surgiendo expresiones artísticas y literarias que discurren de una manera no convencional y están configurando un nuevo mapa. Desde la poesía al hip hop, desde la danza hasta un renovado concepto del grafiti, gente muy joven canaliza sus inquietudes y da respuesta a la necesidad de dotar de nuevas formas y diferentes contenidos a la cultura del país, ajenos a los tópicos que promueve el mercado.
El desdén que sufre la cultura, la respuesta en forma de propuestas audaces y la vocación de esa programación alternativa, transgresora y diferente asoma en foros y debates pero, como la citada reflexión de Ridao, apenas se plasma en algo consistente.
Las propuestas ciudadanas, sociales y lúdicas buscan el equilibrio entre la programación de calidad y los gustos del público, aunque el desafío radica en hallar ese lugar especial en el que dar cobijo al ciudadano bajo el concepto de la cultura como universo, incluida esa que a veces exenta del centralismo y lo convencional.
El reciente Congreso nacional de Periodismo Culural, celebrado en La Magdalena esta primavera, hizo hincapié en ocasiones en esa problemática comunicativa a la hora de dar mayor o menor visibilidad a ciertos sectores culturales con vocación minoritaria. También dejó aflorar la denuncia sobre las dificultades que presentan las secciones y espacios culturales cuando tratan de sortear el marketing, el mainstream, la tendencia dominante que acaban por confundir promoción e información.
Hay una colisión casi permanente entre industria cultural, creación y política cultural en cuyas fronteras y orillas nacen y mueren proyectos e iniciativas, plataformas y propuestas que no llegan nunca a gozar de la suficiente transparencia ni de la justa valoración.
Entre las grandes y reveladoras preguntas destaca por qué se decide que cierta cultura es centro y alguna otra es periferia. Otras cuestiones aluden a la propia marginalidad a la que se ven abocadas muchas culturas del Estado, cuya diversidad también merece atención y respeto, pero que suele estar subordinada o solapada por una dominante mirada centralista.
El axioma refiere que la cultura es una forma de estar en el mundo y ello conlleva una apuesta por potenciar, divulgar, mostrar y preservar su diversidad como un objetivo vital. Otro aspecto que demanda este presente inquietante y cargado de incertidumbres radica en buscar los territorios culturales que aporten claridad, que apuesten por garantizar la pluralidad bajo el ruido. Fijar la mirada, provocar la reflexión, eludir en la medida de lo posible el canon y no quedar sometidos por la sociedad del espectáculo que denunció Mario Vargas Llosa. El Nobel como antes G. Lipovetsky y J. Serroy, de otro modo habla de una sociedad desorientada donde se sostiene la entronización de una cultura global que ha dejado de ser elitista, erudita y excluyente y se ha convertido en una genuina «cultura de masas». Vargas Llosa llamó la atención sobre esta civilización del espectáculo de la que hoy formamos parte: «un mundo de entretenimiento en el que la diversión tiene la primacía, un mundo en el que se banaliza la cultura y en el que el periodismo difunde antes que información chisme y escándalo de manera irresponsable».
Frente a esa cultura que acapara el escaparate permanente la reflexión debe propiciar formas, tendencias, lenguajes de una nueva creatividad. Voces emergentes que revelen esa otra cultura que no puede enseñarse, fruto de un autoaprendizaje que conduzca a la independencia.
Predomina la oferta orientada más hacia el espectáculo que hacia el contenido. Y, por ende, son escasas las veces en que asoma en forma de publicaciones modestas y espacios que ofrecen una programación sin el culto a la cifra y a la audiencia. Las nuevas tecnologías y las redes, en apariencia, por su inabarcable modus vivendi parecen vehículos menos atorados, más fluidos a la hora de perseguir la diversificación de públicos y ser plataforma de esas nuevas culturas.
Las conexiones entre las dimensiones culturales no son son ni simples pero debe existir una conciencia de que existen. Y ello con objeto de estimular continuamente el intercambio de ideas, la dinámica de esas nuevas ventanas y su presencia activa como factores críticos imprescindibles contra la superficialidad y la dictadura de lo aparente.
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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