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Marta San Miguel
Jueves, 10 de marzo 2016, 21:38
Hay películas españolas malas. Malísimas. Como también hay libros escritos por autores españoles que más les valdría firmar con seudónimo. Hay canciones en este país cuya letra rima con cateta; y teatro, claro, infame o cutre, que en vez de tomates merecía recibir toneladas de ketchup. Pero no es esta una cualidad solo de los españoles. Que se lo digan a los italianos, a los ingleses o a los norteamericanos, adalides éstos de la gran industria cinematográfica que de cien películas que exportan desde su emporio en Los Ángeles una decena pasa el aro de la calidad que se presupone para ser llamado cine.
Entonces, ¿por qué allí el respeto, el apoyo y la difusión de la creación audiovisual goza de un respaldo popular que aquí es inversamente proporcional? ¿Por qué la cuota de cine francés afianza al público galo y lo ata en torno a su propia producción? «Incluso Italia, Portugal o Irlanda ayudan con mecenazgos o desgravaciones fiscales para impulsar su cine», dice el cineasta Manuel Gutiérrez Aragón.
Esto es solo el principio de una larga polémica que esta semana ha tenido un nuevo episodio con el cine español como epicentro. A pesar de las cifras de la producción nacional (en 2012 recaudó 120 millones de euros, 40 millones más que en 2008), el apoyo institucional es más frío que nunca: la partida presupuestaria baja un 12 por ciento para el próximo año, y lo destinado no llega para cubrir la deuda acumulada de los ejercicios anteriores.
Este nuevo episodio constata una reticencia a inyectar dinero en la creación en un momento en que la actualidad ha colocado una soga en torno a la cultura que se debate entre la rentabilidad económica o cumplir a cualquier precio con su función social.
¿Debe ser la cultura rentable o, como sucede en educación o en sanidad, es un sector cuya inversión reporta beneficios que no se pueden cuantificar sino solo atesorar como pilares básicos sobre los que construir el futuro?
Sin apoyo, «imposible»
«La cultura es rentable porque se guarda para toda la vida, es así, el que aprende o lee novelas o va al cine está más preparado para la vida», dice Gutiérrez Aragón, quien reconoce que no podría haber hecho ninguna de sus películas sin apoyo público. «Habría sido imposible». Financiar el coste de un rodaje, la programación estable de un museo o un espacio escénico es un esfuerzo tremendo que ahora las arcas públicas no se permiten, o no al menos como se hacía antes, cuando en tiempos de vacas obesas todo eran parabienes, cuando se pagaban cifras estratosféricas por el concierto de una figura internacional en una pequeña localidad y las entradas, además, eran gratis; o cuando se repartían a espuertas subvenciones para giras o rodajes que no se hacían o, si se hacían, era mejor no mirar.
No es nuevo que la cultura también fue presa de esa España del pelotazo, pero más allá de la herencia recibida, la subvención como herramienta de promoción de la industria de la creación sigue ahí y es vital para su mantenimiento. «Es un estímulo para el sostenimiento de la labor en el mundo cultural», dice el director general de Cultura del Gobierno cántabro, Joaquín Solanas, y no hay más rentabilidad que el efecto que ese mundo provoca.
«La cultura aumenta nuestras posibilidades como sociedad, se me ocurren pocas rentabilidades más altas que ésa», dice el responsable de la Fundación Santander Creativa, Marcos Díez, una institución cuyo presupuesto se destina en su mayor parte a financiar proyectos de agentes culturales locales. «La cultura, cuando hablamos de gasto público y no de empresa privada, no tiene que buscar una rentabilidad directa desde un punto de vista económico sino una inversión que genera un retorno indirecto, que no siempre es fácil de medir, pero que es fundamental para la prosperidad de una sociedad con más habilidades y herramientas para la vida personal y profesional».
Calidad no es cantidad
La creatividad, a la que se está echando mano cada vez con más avidez como recurso para salir de esta crisis, está precisamente en la cultura y todas sus manifestaciones, desde las más comerciales a las minoritarias, las de grandes instituciones y las de los pequeños espacios que sustentan, en regiones como Cantabria, el tejido cultural. Pero todos adolecen de lo mismo.
Mientras en el presente año el Museo del Prado ha visto reducida en un 30 por ciento la aportación del Estado (casi 17 millones de euros menos que en el 2007), el Reina Sofía ha sobrevivido con un 25 por cierto menos de presupuesto. Mientras el primero verá ampliada su partida para 2014 en un millón de euros, y el segundo ha conseguido salir airoso programando la exposición más vista de la historia del museo con Dalí y captando patrocinios privados, el mundo del cine ha protagonizado esta semana la polémica mediática al vincular el ministro de Hacienda Cristóbal Montoro la caída de las ayudas a la «baja» calidad del cine español. «El apoyo con dinero público a la cultura permite que ésta se libere del criterio de la rentabilidad económica, al que puede estar más atado, cuando la iniciativa es puramente privada y se busca un lícito beneficio », explica Marcos Díez. Es ahí donde surge la necesidad de la subvención, que« no debe atenerse a criterios mercantiles, o incluso a la demanda ciudadana. Es lo que permite que se apoyen artes minoritarias que difícilmente encontrarían un hueco en el mercado y cuyo arrinconamiento empobrecería la sociedad en la que vivimos», afirma.
Esta es la realidad ante la que cada día abre sus puertas el Café de las Artes , en la calle García Morato de Santander. El espacio privado, dedicado a las artes escénicas y circenses, ofrece clases, talleres o actuaciones y que recibe apoyos públicos puntuales para sacar adelante su programación. «Ano ser que estemos hablando de propuestas muy comerciales, el espectáculo en vivo es una forma de cultura que no puede ser rentable por sí sola. Para poder pagar los viajes, la estancia, las dietas y el caché de una compañía el público tendría que pagar una entrada carísima », dice Alicia Trueba, responsable del Café de las Artes, para quien eso supondría «limitar» este tipo de propuestas a una minoría: «A mí no me parece justo ni sensato». Posibilitar el desarrollo de actividades, pero también hacer la cultura más accesible, «que no gratuita» como puntualiza Gutiérrez Aragón, sigue siendo la razón de ser de las subvenciones: «La gente ahora mismo, tal y como están las cosas, piensa que las subvenciones sobran mientras haya parados y la Seguridad Social tenga problemas, y aunque antes no había opinión al respecto ahora creen que la subvención es dinero que les quitan a ellos », dice el cineasta y escritor de Torrelavega.
C de cine y de ciencia
No es necesario ser del gremio para percibir resquemor hacia un sector, el cultural, que levanta ampollas en la opinión pública: «Los actores que viven muy bien y que salen en las fotos paseando por las Bahamas extienden esa imagen como si todos fueran así. No es cierto. Hay una visión generalizada de que el creador es un señor rico que vive muy bien o es un bohemio que lo hace por amor al arte, y esa no es la visión exacta de las cosas. En medio del bohemio y el rico hay centenares de obreros de la creación que no son tan visibles y que necesitan el apoyo público para sacar adelante su trabajo en el cine».
Esa intervención a la que alude Gutiérrez Aragón no significa «que se regale el dinero a los artistas» sino que supone la única manera de hacer cine.
También es el apoyo público el único que puede sostener la actividad científica: «Cuando las subvenciones están dadas con criterios de competencia y, sobre todo, cuando está bien fiscalizado, el uso de la subvención es fundamental para que puedan arrancar y ponerse en marcha proyectos, pero deben darse con criterios públicos, conocidos y valuables, y que se controle su uso», explica el investigador de la Universidad de Cantabria, Manuel González Morales.
La ciencia, como la cultura, está siendo vapuleada presupuestariamente con el argumento de la necesidad perentoria de los recursos para otros fines inmediatos como argumento, como si las bases del desarrollo económico del futuro pudieran dejarse para mañana. «Si se quiere que haya cine tiene que haber algún tipo de intervención del Estado», dice Gutiérrez Aragón después de que el Gobierno de Rajoy haya anunciado una rebaja del 12,4% en las ayudas al sector. «España es un país de creación, no tenemos grandes industrias, la Marca España tiene que ser eso; nuestro cine, nuestros creadores, no los aviones ni los coches». De hecho, el sector de la automoción, como la mayoría de los sectores productivos del país, cuenta con intervención del Estado.
Palabra «malísima»
La RAE define la palabra subvención como una ayuda económica, generalmente oficial, para costear o sostener el mantenimiento de una actividad. Es decir, inyectar recursos. «La gente está en contra de las subvenciones pero hay cosas como la música sinfónica, los museos o el Instituto Cervantes que si no estuvieran patrocinadas no existirían», dice Gutiérrez Aragón: «La palabra en sí es malísima, como si fuera dinero que se les quita a los parados».
No es baladí esa mala imagen: «Siguiendo el círculo de corrupción, hay entidades y personas que se han aprovechado de las subvenciones para mantener su pequeño bienestar, sin esforzarse por sacar propuestas de calidad sino más bien cumpliendo con los mínimos requisitos para recibir el dinero», afirma Alicia Trueba, que en 2009 abrió su espacio de artes escénicas alternativas en la periferia de Santander y, en plena crisis, mantiene la actividad con esfuerzo, apoyos puntuales de programas como Cultura Emprende de la Fundación Santander Creativa, o Itinerarte del Gobierno de Cantabria y, sobre todo, del público.
«Vivir al cien por cien de un dinero público que llega con facilidad puede llevaren algunos casos al adormecimiento. Tampoco conviene generalizar. Hay gente que desarrollando proyectos pagados íntegramente con dinero público han realizado un gran trabajo y otros no. Lo que está claro es que la necesidad agudiza el ingenio, pero desde lo público a la cultura tiene que existir siempre, ya sea mediante el apoyo directo o promoviendo un flujo del dinero privado a la cultura a través de una buena ley de mecenazgo », dice Marcos Díez.
«Hay una mala transmisión de la importancia de la cultura. Sin menospreciar lo que hacen, nadie se escandaliza de que se subvencione a los deportistas ni tampoco que con fondos públicos se ayude al sector del automóvil y la venta de coches, que es un sector privado», dice el catedrático de Prehistoria e investigador de la UC, para quien falta «conciencia» acerca de lo que supone « recortar en investigación, en educación y en cultura. Por ejemplo muchos de los que se quejan de los indicadores negativos de baja comprensión lectora que hemos conocido esta semana lo relacionan solo con la educación de las escuelas, pero buena parte es la escasa atención a la cultura que ha existido».
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