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Javier Maderuelo
Viernes, 5 de agosto 2016, 18:08
Sin duda alguna dadá fue el movimiento más radical de las vanguardias, pero no es posible concretar mucho más sobre él, ya que el conjunto de las actividades, manifestaciones y publicaciones que realizaron sus miembros resultan contradictorias y problemáticas. Los propios protagonistas fueron conscientes de ... ello, y eludieron cualquier tipo de definición programática enunciando: Dadá no es nada o Dadá no significa nada, incluso algunos de ellos se manifestaron en determinados momentos como antidadás, lo cual era otra manera de ser dadaísta.
DEL 11 AL 8 DE SEPTIEMBRE
Dadá.
Archivo Lafuente, comisario y producción. Del 11 de agosto al 8 de septiembre. Palacete del Embarcadero de la Autoridad Portuaria. Inauguración, jueves 11, a las 19.30 horas.
Organiza.
Autoridad Portuaria y Archivo con colaboración de la UIMP.
Comisariado.
El historioador del arte Javier Maderuelo.
La única posibilidad de saber qué fue realmente dadá es recurrir a la enumeración y descripción de aquellas acciones y manifestaciones que la historiografía ha calificado de tales, acercándonos, por extensión, a un conjunto heterogéneo de actos, posturas y publicaciones de las que difícilmente podemos destilar un común denominador que haga inequívocamente reconocible la cualidad de dadaísta. Esto se debe a diversas razones. Por un lado, la ausencia de un líder único y claro, como lo tuvo el cubismo con Picasso, el futurismo con Marinetti, o el surrealismo con André Breton, quienes con su obra, sus manifiestos o sus textos teóricos marcaron un camino que otros aceptaron y siguieron, mostrándose conjuntamente en exposiciones o actos públicos.
Esto no quiere decir que en dadá no hubiera personajes con alma de líderes, Hugo Ball, Tristan Tzara, Johannes Baader, Francis Picabia o el propio André Breton. Todos ellos la tuvieron e intentaron ejercer su autoridad en su momento y ciudad, pero no lograron plenamente ofrecer una unidad de criterio entre todos los dadaístas.
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Los movimientos de vanguardia afirmaron sus ideas y delimitaron sus posiciones a través de manifiestos en los que expusieron un programa más o menos claro. El dadaísmo también produjo buena cantidad de textos teóricos y manifiestos explícitos, ahí están, como ejemplo, los siete manifiestos publicados por Tristan Tzara, pero, de ellos, no se destila un programa a seguir, y el resto de los dadaístas no se ajustaron a las ideas que propuso su autor. Esto nos conduce a un segundo problema, la diversidad de los individuos que formaron el movimiento dadá. Ciertamente, todos los movimientos han experimentado el problema de tener que soportar el enorme ego de sus diferentes componentes y han sufrido el choque frontal de sus respectivos intereses, no siempre coincidentes, y con los consiguientes conflictos derivados del liderazgo y la sumisión, pero en el caso dadá hay algunos matices que hacen que estos problemas adquieran perfiles más acusados. En primer lugar, la diferente procedencia de sus miembros, no solo nacional y lingüística sino profesional, lo que hizo que el grupo fuera particularmente heterogéneo. No fue una agrupación de pintores o de poetas que defienden una particular interpretación de sus respectivas disciplinas, proponiendo un nuevo estilo o modo de trabajo, sino que se trató de activistas que desbordaron cualquier tipo de disciplina, llegando a negar o renegar del arte, de cualquier forma de arte, dando así origen a la idea (o al fantasma) del antiarte.
Esta situación pone el dedo en la llaga de su historicidad. Al no tratarse de un estilo que se puede reconocer por sus rasgos formales (como sucede con el cubismo, el expresionismo o la abstracción) y al no haber determinado unos recursos técnicos propios y específicos (como hizo el expresionismo con la aplicación arbitraria del color o el cubismo con la interpretación de la espacialidad), las «obras» dadaístas no son fáciles de reconocer, carecen de características comunes, incluso, a veces, no es fácil aceptarlas como tales obras de arte. Más bien ha sucedido que cada uno de los artistas dadaístas tuvo la libertad de servirse de las formas, los procedimientos, los modelos y los temas que en cada momento le pudieran interesar, resultando particularmente ecléctico el conjunto no solo de las obras, sino de los intereses intelectuales que las sostenían. Otra manera de afrontar el estudio de dadá es intentar deshacer la enrevesada maraña de relaciones personales de amistad y, también, de antipatía que se fue tejiendo entre los dadaístas. Aunque cada uno de ellos estuvo en contacto con otros miembros de alguno de los grupos dadá y participó activamente en sus actos, no todos llegaron a conocerse personalmente. En buena medida, esto se debe a la pluralidad geográfica de los grupos, ubicados en ciudades muy distantes entre ellas, como Zúrich, Nueva York, Berlín, Colonia, Hannover y París. Tal vez, por eso se establecieron infinidad de relaciones epistolares.
A pesar de estas dificultades de aproximación al fenómeno histórico, existió lo que se llamó un «espíritu dadá», pero, como todo ente inmaterial, el espíritu es escurridizo y, como los ectoplasmas, se puede manifestar, o no, en los hechos o en las obras. Ese espíritu dadá e resume en algunos conceptos que enunciaré a título de inventario: provocación, escándalo, irreverencia, subversión e irracionalidad.
La terrible presencia de la guerra en el momento de la fundación de dadá lastró su ideario con manifestaciones antibelicistas y antiburguesas, mientras que la distinta procedencia nacional de los miembros que formaron el primer grupo en Zúrich le dio, desde el principio, un carácter internacionalista y heterogéneo.
Desde el punto de vista filosófico, el dadaísmo rechazó el racionalismo y la lógica funcionalista sobre los que se apoya el pensamiento occidental, situándose contra el absolutismo y apostando por la abstracción y la descomposición del sentido, lo que condujo a valorar el azar y lo impredecible como norma.
Desde el punto de vista artístico, se aprecia una reivindicación de la libertad creadora y de la espontaneidad inventiva, que se materializa en el recurso al primitivismo y a las artes populares, al empleo de lo absurdo, lo grotesco, la ironía y el humor. Sus acciones tomaron un doble sentido: contra el arte, proclamaron una nueva idea, la del «antiarte»; contra la sociedad burguesa, oponiéndose a cualquier forma de utilidad práctica y al principio de racionalidad. La desconfianza generalizada en la que cayeron condujo a un nihilismo más figurado que real, ya que los dadaístas fueron tenazmente activos y beligerantes, llegando a la sublevación política.
Desde el punto de vista formal, recurrieron a la mezcla de géneros y a la superación de los límites convencionales entre las artes. Además, se sirvieron, indistintamente, de técnicas ideadas y desarrolladas en otros ámbitos estilísticos, como el cubismo, el expresionismo, el futurismo y la abstracción. Entre los procedimientos ajenos utilizados, podemos enunciar: la dislocación de las formas, el simultaneísmo y la iconoclasia, que trasformaron y aplicaron tanto al lenguaje poético y plástico como a los propios actos vitales. Surgieron de allí algunos hallazgos propios, como el poema fonético, el lenguaje absurdo, ciertas aplicaciones del collage, los assemblages, determinadas formas del azar, y cierto interés por el movimiento y por el ruido.
Dos procedimientos fueron particularmente reivindicados por los dadaístas: el simultaneísmo y el bruitismo. El primero, el simultaneísmo, hunde sus raíces en la relatividad de la observación que había desarrollado el cubismo, ofreciendo imágenes simultáneas y fragmentadas tomadas desde diferentes puntos de vista, lo cual reclama un sujeto móvil, frente al contemplador estático, valorándose el interés que tenían los futuristas por el movimiento.
El bruitismo (ruidismo) tiene, también, su origen en el futurismo, y se manifiesta en la producción de todo tipo de ruidos, golpes, gritos, risas, sollozos, silbidos y sonidos onomatopéyicos que, a su vez, reclaman una tipografía expresiva, mediante la cual, las palabras explotan en el espacio de la página.
Muchos dadaístas fueron poetas y escritores que se expresaron por medio de palabras tanto impresas como declamadas, recitadas y cantadas en las famosas y características veladas y actuaciones, precedentes de los posteriores happenings y performances. Por su parte, los «artistas plásticos» (más que obras pictóricas o escultóricas) produjeron collages, objetos, ilustraciones, fotografías, estampas y ediciones, a la vez que colaboraron activamente en las acciones y recitales, declamando, actuando, bailando, haciendo música o ruido, en unos actos, las soirées, que protagonizaron junto a los poetas e, indistintamente, con ellos.
Todos, en conjunto, tuvieron una particular pasión por editar revistas, panfletos, manifiestos y proclamas, lo que ha hecho, de estos materiales gráficos, la parte más importante y sustancial de su legado artístico. No solo sabemos de aquellas actuaciones, exposiciones y provocaciones por estos documentos, sino que los propios documentos, con su tipografía, composición, ilustraciones y formas de presentación, se han convertido en las auténticas «obras» del dadaísmo. Mostrar ese universo de publicaciones es el objeto de la exposición que se exhibe este verano en el Palacete del Embarcadero.
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