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efe
Viernes, 16 de septiembre 2016, 19:49
Altamira, considerada la expresión más sublime del arte rupestre paleolítico, arrastra desde siempre una mala salud de hierro, agudizada en el último siglo por intervenciones desafortunadas y visitas masivas: "La cueva es un enfermo crónico, que siempre va a necesitar atención permanente".
Son palabras de ... su nueva directora, Pilar Fatás, una especialista en arte rupestre del Cuerpo de Conservadores de Museos del Estado que apenas lleva dos meses en el cargo, pero que ha desarrollado casi toda su carrera en Altamira, en buena parte como mano derecha de su antecesor, el fallecido Jose Antonio Lasheras.
Fatás pronunció en Gran Canaria una conferencia sobre la gestión de Altamira, dentro del proyecto que ha llevado a su Museo a compartir temporalmente algunas de las joyas de su colección con la Cueva Pintada de Gáldar, que a su vez expone durante estas fechas en Santillana del Mar el legado de la cultura canaria prehispánica.
La directora de Altamira defiende que la situación actual de la cueva y de su famoso techo de los bisontes no puede entenderse sin repasar su historia, pero no la que se remonta a los tiempos de la última glaciación, sino a episodios mucho más recientes: a la explotación que sufrió en los años sesenta y setenta del siglo XX.
Las autoridades de esa época, recuerda, intervinieron en el interior de la cueva (que había quedado sellada por un derrumbe durante 13.000 años, hasta su descubrimiento en 1879 por Marcelino Sanz de Sautuola) para "acondicionarla a las visitas": rebajaron el suelo para que pudiera recorrerse erguido, levantaron muros interiores, rellenaron con cemento grietas, tallaron escaleras... "Literalmente, se urbanizó el interior", resume Pilar Fatás.
Como resultado de todo ello, enfatiza, no solo se cambió para siempre el delicado equilibrio de la cueva que había preservado las pinturas durante milenios en parámetros como la circulación del aire y del agua, sino que se creó una "atracción turística" por la que pasaron solo en 1977 más de 170.000 personas (lo que equivale a más de 450 diarias, sin contar descansos).
Cuando el Ministerio de Cultura de la época se alarmó por el deterioro que estaban sufriendo las pinturas, que se decoloraban y se iban cubriendo por un velo de calcita, tomó por primera vez la decisión de cerrarla al público. Reabrió sus puertas en 1982 con un cupo máximo de 8.000 visitas anuales, con 25 o 40 pases diarios.
Hoy, tras un segundo cierre que duró varios años y una sonada polémica científico-política, Altamira vuelve a permitir visitas a su interior, pero solo de cinco personas a la semana, y por sorteo.
"Realmente, la cueva de Altamira sufre hoy lo que se hizo en el pasado con ella: las visitas masivas y la modificación en su interior. La cueva de Altamira es un enfermo crónico que necesita atención permanente y siempre la va a necesitar. Por mucho que hagamos, está en un equilibrio muy frágil", admite su directora.
Pilar Fatás asegura que, en el nuevo sistema de visitas -que oficialmente tiene carácter experimental, para evaluar la respuesta de las pinturas-, la "cueva, de momento, se mantiene estable".
"Pero hay riesgos", añade. El primero de los problemas lo provoca el agua, porque hay filtraciones naturales y condensación que arrastran parte de los pigmentos, y el segundo proviene de los microorganismos, que proliferan en las condiciones más inesperadas, representan un grave amenaza para cuevas con arte rupestre en todo el mundo y, en Francia, pusieron en jaque a Lascaux.
Por ello, se ha puesto en marcha un plan de conservación preventiva que vigila de forma continua todos los parámetros naturales de la cueva, para detectar cualquier variación peligrosa.
Fatás anima además a visitar su reproducción, la Neocueva, porque quizás no aporte "la emoción" del original, pero sí representa cómo era la gruta, incluso con más fidelidad que la auténtica: recrea al milímetro toda la sala de los bisontes y sus pinturas, sin los muros que se construyeron hace medio siglo, sin el cemento con el que se taparon su grietas y con la boca natural donde habitaban quienes pintaron en sus paredes durante la Prehistoria.
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