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Irma Cuesta Cifuentes
Sábado, 4 de febrero 2017, 06:58
Una hora en el corredor de la muerte basta para marcarle a uno para siempre; para que el miedo se te meta tan dentro que ... resulte imposible quitártelo de encima el resto de tu vida. Por eso es difícil imaginar por lo que han pasado aquellos que han estado esperando meses, incluso años, a que les quiten de enmedio. A Ron Keine, un grandullón de tripa prominente, lo metieron en chirona cuando acababa de cumplir los veinte. Con el dinero que había ganado trabajando unos meses en Ford Motor Co, en el centro de Detroit, el chaval se compró una Harley, salvoconducto que necesitaba para enrolarse en 'The Vagos', una de esas bandas moteras empeñadas en abonar su leyenda con todo tipo de maldades, crimen y narcotráfico incluidos. Recorría Nuevo México con tres colegas cuando fueron detenidos y condenados a muerte por un asesinato que no habían cometido. Ron estuvo dos años en el corredor de la muerte esperando a ser ejecutado. Nueve días antes de que lo mataran, un policía confesó ser el verdadero autor del crimen; unas semanas después, estaba en la calle.
1.429
. personas se han ejecutado en Estados Unidos desde 1976, según el último informe de Amnistía Internacional.
1.634
. fueron víctimas de la pena capital a lo largo de 2015 en todo el mundo sin incluir las cifras de China. En este país, los datos sobre la pena de muerte se tratan como secreto de Estado. Nunca, en los últimos 25 años, habían sido ejecutadas tantas personas.
89%
. Casi nueve de cada diez ejecuciones llevadas a cabo a lo largo de 2015 se llevaron a efecto en solo tres países Irán (977), Pakistán (320) y Arabia Saudí (158). China y Estados Unidos completan el grupo de los cinco principales verdugos del mundo. Ese año EE UU fue el único país de América que aplicó la pena de muerte. Ejecutó a 28 personas e impuso 52 nuevas penas capitales, la cifra más baja desde 1977.
140
. de los estados en los que está dividido el planeta están abiertamente en contra de la pena de muerte, frente a 58 en los que se aplica la pena capital.
20.292
. personas están hoy condenadas a muerte en el mundo.
Aunque han pasado cuarenta años desde entonces, sigue despertándose atormentado por las noches. Cuando la angustia es difícil de soportar, el hombretón de Michigan se levanta de la cama y corre a abrir la ventana. Solo así, sintiendo el aire de la noche en la cara, toma conciencia de que es libre y calma sus miedos.
La de Ron Keine es una de las cuatro historias que los periodistas Álvaro Corcuera y Guillermo Abril eligieron para explicar, en un documental, cómo logra alguien que ha pasado meses, incluso décadas, esperando la muerte como castigo por algo que no hizo, sobreponerse a tanto sufrimiento.
Corcuera (Vitoria, 1979) cuenta que la primera vez que supo de la existencia del más de un centenar de inocentes condenados a morir en los Estados Unidos fue a finales de 2009. Compartir una comida con Juan Menéndez, un tipo que había pasado 18 años en el corredor de la muerte de Florida y que estaba en Madrid promocionando un documental sobre su vida, bastó para que el periodista quedara atrapado en las redes de su historia. Eso, y que Menéndez le dijera: "Si te ha impactado mi experiencia, vente a EE UU la semana que viene. Conocerás a muchos más".
Sin saberlo, el reportero iniciaría ese día un viaje de seis años que acaba de colocarle, junto a su compañero de aventuras Guillermo Abril (Madrid, 1981), a las puertas de un Goya. El Club de los resucitados, rodado en diferentes etapas desde entonces, opta esta noche al premio que otorga la Academia Española de Cine al mejor cortometraje documental. Los periodistas firman un particular diario de esas cuatro vidas que pretenden ser el reflejo de las de los 156 exonerados que hay en Estados Unidos; una suerte de oda a la amistad tejida a base de sinsabores compartidos y un grito de apoyo a quienes, como muchos de los que pertenecen a ese selecto club, reclaman la abolición de la pena de muerte en un país que en el que, desde 1976, se ha ejecutado a 1.429 personas.
Una voz incombustible
Como Ron, Shujaa Graham también se libró por los pelos de morir en una silla eléctrica. A este afroamericano de mirada triste y dulce se le torció la vida cuando todavía era un crío. Shujaa entró en la cárcel atesorando un amplio historial delictivo de poca monta. Luego, estando entre rejas, le acusaron de ser el líder de una revuelta que acabaría con un guardia muerto. Cuando concluyeron que él no era el responsable de la reyerta y dieron por saldada su deuda con la justicia, acumulaba 11 años en prisión y ocho en el corredor de la muerte de San Quintín. Él explica que, bien pensado, la vida no le ha tratado tan mal. Salió de allí casado con Phyllis, una guapísima enfermera blanca y rubia que trabajaba en la mítica cárcel californiana, donde le llevaba burritos a la celda para tratar de aplacar su pena, y con el tiempo se ha convertido en una de las voces que más alto y más claro han hablado en contra de la pena capital.
El chaval que creció recogiendo algodón en Luisiana es hoy un miembro prominente de Witness to Innocence, una asociación que nació en 1998 cuando la Universidad Northwestern de Chicago organizó una conferencia sobre errores judiciales y reunió a 63 inocentes, una veintena de ellos llegados directamente del corredor de la muerte. De aquel encuentro, promovido por la religiosa Helen Prejean (Susan Sarandon le dio vida en la película Pena de muerte), saldría ese increíble club en el que años más tarde se inspirarían Álvaro Corcuera y Guillermo Abril para rodar su película.
Dicen que acudir a sus conferencias, acompañarles en sus viajes, compartir sus frustraciones, sus ataques de ansiedad, sus miedos, pero también sus fiestas, y conocer a sus familias, no solo les ha abierto la puerta a la posibilidad de realizar un buen trabajo, también ha removido sus conciencias. "Han sido extremadamente generosos con nosotros permitiéndonos entrar en sus vidas; dejándonos asistir a esa suerte de milagro que se producía cada vez que se ponían la camiseta azul que llevan cuando se reúnen y que es en realidad coo si se colocaran un traje de Superman que les llena de energía", explica Guillermo asegurando que, desde el primer momento, fueron conscientes de que estaban ante gente excepcional. También que, después de tantos años de relación, si algo han comprendido es que todos los que han conseguido librarse de ese infierno y volver a rehacer sus vidas con cierta normalidad, lo han hecho gracias a las mujeres que han tenido cerca. "Ellas, ya sean esposas, madres o hermanas, han sido su verdadera medicina".
A Greg Wilhoit la vida le dio un vuelco el día que su exmujer apareció brutalmente asesinada. Alguien entró en la que había sido su casa y le cortó el cuello después de violarla y golpearla. De la noche a la mañana, él se convirtió en el principal sospechoso. Hacía dos años que Greg y aquella infeliz habían puesto fin a un matrimonio tormentoso que había comenzado en una clínica de desintoxicación y, cuando la encontraron, todos vieron en él al desalmado capaz de cometer semejante atrocidad. Después de cinco años en el corredor de la muerte del penal de Oklahoma, sus abogados consiguieron que se reabriera el caso y demostrar que la huella de aquel mordisco que la mujer tenía en el pecho y que el jurado consideró una prueba concluyente no había sido cosa suya. En 2014, cuando el documental aún era un proyecto inconexo, Greg murió víctima de una cirrosis. Su padre cuenta Corcuera aún se esfuerza en perdonar al fiscal que metió a su hijo entre rejas.
El primer español
El pasado 6 de junio se cumplieron 15 años desde que Joaquín José Martínez, el primer español que ha logrado recuperar la libertad tras ser condenado a la pena capital, fue declarado por un jurado en Florida "no culpable" del doble asesinato por el que le habían condenado. Martínez recobró la libertad después de pasar cinco años en la cárcel, tres de ellos en el corredor de la muerte. Desde entonces, también él clama con todas sus fuerzas contra la pena capital.
Una elección complicada
"No fue fácil decidirnos. Guillermo y yo hablamos mucho hasta tomar una decisión sobre quiénes de todos aquellos hombres reflejaban mejor la historia de amistad y superación que queríamos contar. Al final los elegimos a ellos porque son muy diferentes, provienen de mundos distintos, tienen ideas políticas diversas por ejemplo, Shujaa es muy de izquierdas y Ron es republicano, pero son el ejemplo perfecto de camaradería y lealtad", explica Álvaro. Han recorrido un largo camino hasta conseguir acabar un trabajo que comenzaron sufragando con sus propios recursos hasta que la productora sevillana La Claqueta, y Amnistía Internacional decidieron sumarse al proyecto y respaldar el rodaje.
Han tenido la suerte que le faltó a Albert Burrell, el cuarto protagonista del documental, cuya historia parece salida de la imaginación de un guionista. A la exmujer de Albert, en medio de la ira provocada por una tensa batalla por la custodia de su hijo, le pareció buena idea acusarlo del doble asesinato que en esos días había tenido lugar en el pueblo de Texas en el que vivían y él, que no sabe ni leer ni escribir y sufre un más que evidente retraso mental, terminó declarándose culpable. El tejano, que hoy vive en paz con su hermana su ángel de la guarda, tiene el récord: 13 años en el corredor de la muerte.
En 2000, cuando los tribunales reconocieron que había habido un error, le abrieron las puertas de la cárcel y le devolvieron al mundo libre con diez dólares y una cazadora como compensación. Lo cuenta Álvaro Corcuera en el reportaje que dio origen a El club de los resucitados y llevó a sus directores a realizar su particular viaje iniciático por los Estados Unidos, de Texas a Washington, y a ser testigos de cómo, a pesar de que las pesadillas y los ataques de ansiedad que en ocasiones les dejan paralizados, los resucitados han sido capaces de rehacer sus vidas con dignidad. Eso sí; desde entonces, muchos de ellos, cada vez que viajan solos o acuden a una cita sin compañía, se afanan en dejar un rastro bien marcado de sus pasos, aterrados por la idea de que vuelva a pasarles lo mismo. Sin duda, es un milagro que no se hayan vuelto locos.
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