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Javier Menéndez Llamazares
Martes, 21 de febrero 2017, 09:28
¿Qué lugar elegiría para pasar un verano eterno si fuera uno de los hombres más ricos del mundo? Pues ese lugar es la Quinta del Amo, una atalaya sobre sobre el Cantábrico en pleno centro de Suances, presidida por un palacete de estilo pintoresquista inglés.
Y es que hay cántabros que nacen donde les da la gana; como Jaime del Amo, que aunque su pasaporte fuera norteamericano había heredado de su padre la querencia por el terruño tanto se implicó con Suances que lo eligió incluso para su descanso eterno, que además dejaría más que patente en la más montañesa de las aventuras cinematográficas de Hollywood: la compañía Cantabria Films.
Concebida como filial de Columbia para el mercado hispanoamericano, del Amo invirtió alguno de los muchos millones de su padre en la producción de dos películas, La vida bohemia en 1937 y un año después Verbena trágica. Ambas pasarían sin pena ni gloria por un mercado que, a pesar de las convulsiones bélicas, por entonces aún se resistía a la industria anglosajona.
Pese a los malos resultados económicos, su acercamiento al mundillo del cine desembocaría en un sonado matrimonio para él, el tercero con una de las estrellas de la RKO, Jane Randolph, una auténtica belleza que antes del cine de terror y serie B había sido una de las primeras pin-ups. Y tanta era su pasión por el séptimo arte, que cuando en 1955 Jane participó en La princesa de Éboli, rodada en Madrid, del Amo alquiló el cine entero de Suances para una proyección privada.
Sus esfuerzos, sin embargo, pronto se alejarían del cine para centrarse en otros dos frentes: el empresarial, con la puesta en marcha del mayor centro comercial de los Estados Unidos durante décadas, el Del Amo Shopping Center, que inauguró el concepto de mall en aquel mercado, y por otro lado la beneficencia, continuando la labor filantrópica que había iniciado su padre.
El amode California
Porque el triunfador, el hombre hecho a sí mismo, el indiano, había sido su padre. Gregorio del Amo era un ambicioso santoñés que después de estudiar medicina decidió hacer las américas, a finales del siglo XIX. Y quiso la fortuna que, como en México no le convalidaban el título, emigrase más al norte, hacia California, donde se casaría nada menos que con la hija del alcalde de Los Ángeles.
Cuando en su inmenso rancho 300 kilómetros cuadrados en los suburbios angelinos empezó a manar petróleo, se convirtió en uno de los hombres más ricos de América. El amo de California. Y un grifo de petrodólares para algunos afortunados: las escuelas de Suances, los primeros pabellones de Valdecilla y la Casa de Maternidad
La educación y la investigación científica serían su auténtica obsesión, que desembocaría en su obra magna, la Del Amo Foundation. Desde allí sufragaría becas a un lado y otro del Atlántico, un seminario en California y el primer colegio mayor de la Ciudad Universitaria madrileña, siempre junto a los Claretianos.
El árbol genealógico de Jaime resulta de lo más intrincado, empezando por las raíces: a pesar de que su hermano Carlos y él fueron adoptados, años más tarde se descubriría que ambos eran en realidad hijos naturales del propio doctor del Amo, al parecer con una sevillana llamada Regina Rojas.
Tras sus estudios, seguiría la estela paterna, como vicecónsul de España en Los Ángeles el cónsul era su padre y como vicepresidente de las compañías familiares. Sin embargo, la alargada sombra del patriarca le depararía una desagradable sorpresa: recibió su herencia en usufructo, pero las propiedades pasarían a los nietos de sus tres matrimonios tendría tres hijos, entre ellos, los dos reporteros André y Tito del Amo, que destaparían en 1966 el escándalo de la bomba de Palomares; según se especuló en su momento, la decisión se habría debido a supuestos problemas con el alcohol, aunque tampoco se pueden descartar diferencias políticas, pues al padre se le suponen simpatías republicanas, mientras que del hijo se rumoreó que había apoyado financieramente al franquismo. A partir de entonces comienza la leyenda, esa historia clásica del rico heredero despreocupado de los negocios y entregado a la buena vida, mientras su patrimonio, en manos de administradores, se va evaporando poco a poco.
Del Amo, no obstante, continuó con la labor filantrópica paterna, aunque no llegó a ver terminada su mayor obra: la reconstrucción del Colegio Mayor de su padre, destruido en la guerra Civil. La muerte le sorprendería en Londres poco antes de su inauguración, y en homenaje la Fundación pondría su nombre al centro.
A Jaimito le recuerdan en Suances como un tipo distinguido y elegante, de unos hiperbólicos dos metros de altura; pero no es de extrañar que en un pueblo cuyo millar de vecinos vivía del campo y de la mar les impresionara aquel dandy que aparecía al principio del verano en su Rolls-Royce, y a veces acompañado de la princesa Soraya.
Discreto y poco dado a la vida social que probablemente había apurado ya de sobra, le recuerdan como accesible y generoso, siempre dispuesto a colaborar en causas benéficas o a ceder su coche para cualquier emergencia médica. Incluso tenía un ahijado en el pueblo, Jaime Alonso, al que costeó los estudios en los mejores colegios de Madrid. Su finca era un pequeño paraíso consagrado a deportes como la equitación, el cricket o el tenis.
Por las tardes, la atlética Jane se escapaba en su deportivo para jugar al golf en Pedreña, mientras los hijos disfrutaban de su inmensa colección de discos. Si su padre había llevado a Suances los años veinte, los nietos traerían los nuevos aires de los cincuenta y los sesenta. En su obituario en ABC, Simón Cabarga resaltaba s carácter altruista con una curiosa anécdota de la que fuera testigo directo: tomando un café en el paseo Pereda escuchó que en la mesa de al lado un joven hablaba de sus anhelos por especializarse en medicina. Tras conversar con él, le acabó ofreciendo allí mismo una beca de su fundación, que disfrutaría en Los Ángeles.
El tiempo se ha mostrado implacable con la memoria de Jaime del Amo; de hecho, aunque su nombre se conserva en el elitista colegio mayor de los claretianos a sus colegiales se les conoce como los jaimitos y en la calle de Suances que lleva a su palacete, ni siquiera tiene una entrada propia en la Wikipedia.
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Ana del Castillo
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