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Elige la vida

Elige la vida

Si hay alguna película a la que le podamos exigir una segunda parte, esa es 'Trainspotting'

David Remartínez

Viernes, 24 de febrero 2017, 13:47

"Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipo de compact disc y abrelatas eléctricos. Elige la salud, colesterol bajo y seguros dentales. Elige pagar hipoteca a interés fijo. Elige un piso piloto. Elige a tus amigos. Elige ropa deportiva y maletas a juego. Elige pagar a plazos el traje de marca en una amplia gama de putos tejidos. Pero, ¿por qué iba a querer hacer algo así? Yo elegí no elegir la vida. Yo elegí otra cosa. Y las razones: no hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?"

Y tú, ¿qué has elegido? Supongamos que viste 'Trainspotting' con 20 años. Hoy tendrás 40. ¿Has optado por la familia, el coche, la hipoteca, el colesterol bajo y "un televisor grande que te cagas", como describía Renton (Ewan McGregor) en su monólogo inicial mientras corría con dos guardias tras de sí? ¿Has elegido tú "la vida", tal y como Renton resumía la biografía convencional del ciudadano medio? ¿Cuando sales de casa por las mañanas todavía escuchas de fondo el bombeante ritmo del Lust for Life de Iggy Pop? ¿O no?

Trainspotting regresa este 24 de febrero con una segunda parte que recupera a sus cuatro descerebrados protagonistas 20 años después. Su tráiler comienza así: "Elige la vida. Elige Facebook, Twitter, Instagram. Y ruega que a alguien, en algún lado, le importe". Quizá vuelvas a verte retratado, aun sin tener nada que ver con ellos. O sí.

La adaptación cinematográfica de la novela de Irvine Welsh se estrenó en 1996 y se convirtió en un fenómeno social, a pesar de no reflejar ningún fenómeno; al menos, de aquella época. La novela contaba las desventuras de un grupo de veinteañeros heroinómanos en el deprimido Glasgow de los años ochenta. La película de Danny Boyle adaptó la historia al Edimburgo de los noventa, y la contó con humor, crudeza y escatología, a un ritmo trepidante, con algunos diálogos memorables, y con un ambiente colorido y cautivador para tratarse... de una película de yonquis. Al fin y al cabo, eso es Trainspotting, catalogada por el British Film Institute como la décima mejor película en la historia del cine británico.

Su argumento, que arranca con el categórico monólogo de Renton, no propone otra alternativa ante la trampa de la madurez que la huida. Renton, el más brillante de esos cuatro inadaptados, el antihéroe inteligente y atractivo con el que te identificas desde su primera zancada, acaba traicionando a sus amigos y escapando con el dinero que han trapicheado vendiendo droga. Y a nosotros, como espectadores, nos parece fenomenal: es libre. O así nos lo parecía con 20 años. ¿Y hoy?

Renton elige el placer propio por encima de todo y de todos, aunque ese disfrute narcótico le destruya, aunque mueran bebés alrededor. La otra opción, la aparentemente obligada por la sociedad para cualquier chaval, no conduce a ninguna felicidad cierta: "Elige morirte de viejo, cagándote y meándote encima en un asilo miserable". Parece un buen estribillo para una canción de los Buzzcocks o de Sex Pistols. Normal que cualquier veinteañero en cualquier parte del mundo se sintiera zarandeado, y apasionado, al escucharlo. Boyle, aupado sobre una banda sonora sensacional, había creado un hit punk.

El club

Hay otra película contemporánea que conecta con Trainspotting en su planteamiento inicial: El Club de la Lucha. Estrenada tres años después, en 1999, también arranca con un monólogo fascinante de su protagonista cuya reflexión resume posteriormente este fraseado de Brad Pitt: "La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos, y poco a poco nos hemos dado cuenta y estamos, muy, muy cabreados".

El club de David Fincher, sin embargo, sí ofrece una alternativa a "la vida". Sus personajes encuentran igualmente la energía, el empuje para superar el hastío, en la autodestrucción; en este caso, fundiéndose a hostias entre ellos. Pero esa primera fase deriva después en la organización de una guerrilla urbana que socava, literalmente, los cimientos de esta sociedad injusta y fagocitadora: Tyler Durden dinamita los edificios de las compañías de tarjetas de crédito, eliminando así los registros contables de la deuda de millones de ciudadanos.

A un veinteañero todavía no le ha dado tiempo a endeudarse, pero a un treintañero, ya lo creo. Y el puñetazo de Fincher le alcanza de cuajo en la cara: No te quejes. Actúa.

Quizá por esa razón (y sin entrar en opiniones estrictamente cinematográficas) El Club de la Lucha no necesiteuna continuidad, mientras que Trainspotting, sí. La adaptación del libro de Chuck Palahniuk concede una respuesta a las incómodas preguntas que le ha encarado al espectador, le guste aquélla o no.

La película británica, por contra, nos deja en ascuas. ¿Qué hace Renton después de cruzar el puente con 16.000 libras esterlinas al hombro y con sus amigos de la infancia dispuestos a partirle la crisma? ¿Sigue eligiendo la heroína ante "la vida"? ¿Sienta la cabeza donde antes había detestado acomodarla? ¿Regresa con aquella adolescente con la que se acuesta a mitad de la historia, y que al final resulta el único personaje sensato? ¿O encuentra otra solución? Nos lo debe.

Hay un segundo aspecto que urge esta puesta al día. El impacto visual que supuso Trainspotting se aminora al verla ahora tras dos décadas donde el cine y la televisión han encallecido tanto los ojos como el estómago de la audiencia. Hoy estamos acostumbrados a escenas que rozan el gore (Tesis, por cierto, se estrenó también en 1996), y a personajes crueles y egoístas cuya bellez maldita les convierte en antihéroes. No somos tan ingenuos ante la pantalla, ni siquiera los veinteañeros.

Lo cual no quita para que nuestro mundo siga igual o peor. Las hipotecas, el coche, la televisión, etcétera... que ya no podemos pagar. La droga, ahora aceptada, porque de la barriobajera heroína hemos pasado a la moderna cocaína, que mola más y se despacha en cualquier garito o evento. Las redes sociales nos fascinan, en efecto, Renton, porque nos hacen sentirnos especiales cuando seguimos siendo carne de cañón. ¿Qué hacemos pues? ¿Sumergirnos de cuerpo entero en el peor retrete de Escocia?

Danny Boyle nos debe una respuesta. Todos los yonquis de heroína de nuestra juventud acabaron muertos o rehabilitados en una vida convencional. El punk no ha muerto: sus ropas e iconos se venden en las franquicias multinacionales de ropa. Así que merecemos conocer si Renton, Spud, Sick Boy y el psicópata de Begbie se las han apañado mejor que nosotros durante estos turbulentos veinte años. Este viernes lo sabremos.

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