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Javier Menéndez Llamazares
Domingo, 2 de abril 2017, 18:34
El novelista y escritor Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) presentará su último libro, Kanada, el próximo jueves, día 6, en la librería Gil de la plaza de Pombo. Tras el éxito internacional de El cielo de Lima (Salto de Página, 2014), que sería traducida al ... inglés, alemán, italiano, portugués y griego, la segunda entrega en la larga distancia del joven narrador llega avalada por las inminentes versiones al holandés y al alemán.
Editada por el sello hispano-mexicano Sexto Piso, Kanada está ambientada inmediatamente después del final de la II Guerra Mundial y presenta a un personaje encerrado en su casa y que parece haber perdido la memoria, aunque poco a poco se irá desvelando que se trata de un superviviente de Auschwitz atrapado en una severa espiral de extrañamiento. Último representante de una saga de profesores universitarios, en lugar de celebrar su liberación se autoimpone un aislamiento que reproduce las duras condiciones sufridas en el cautiverio, y atrapado un dramática lucha contra sus fantasmas interiores.
Aunque en la obra se reivindica un final feliz, éste resulta en cierto modo agridulce. ¿Es tan sencillo borrar el pasado como hacer desaparecer un número tatuado en el antebrazo?
Exacto: es un final redentor y al mismo tiempo terrible, porque demuestra al menos para el protagonista que el ser humano no evoluciona, que vivimos en un eterno retorno cíclico y que las mayores tragedias se repiten una y otra vez, incansablemente, sin dejarnos ninguna lección. En cuanto a los sufrimientos que padecemos, sobre todo cuando son extremos, diría que no se borran nunca, como la psicología no se cansa de demostrar. Sólo podemos transformar ese dolor en otra cosa, algo productivo o fértil, que nos haga recuperar una cierta noción de sentido. Una de esas muchas cosas bellas que se puede hacer con el dolor de nuestro pasado es, por ejemplo, una novela.
Por su biografía, parece un auténtico trotamundos. ¿Tantas vueltas hay que dar para vivir de la literatura?
Cada escritor tiene su receta. Algunos narradores escriben obras brillantes desde ciudades de provincia, sin apenas conexión con otros artistas y otras cosmovisiones; otros, en cambio, necesitan embarcarse en un nomadismo casi permanente. En mi caso es cierto que he vivido en muchos lugares Santander primero, y luego Madrid, Córdoba, Budapest, México DF y ahora Roma y diría que todas estas experiencias han enriquecido mi escritura. Por no mencionar que en varias ocasiones me he desplazado a esas ciudades precisamente en busca de una beca o una subvención que me han permitido seguir escribiendo.
Sabemos que no puede estar sin escribir ¿qué hace Gómez Bárcena en Roma?
Estoy trabajando en una obra de teatro sobre el exilio del poeta latino Ovidio en Tomis (Rumanía); una reflexión sobre los límites de la civilización y la barbarie.
¿Para cuándo una novela ambientada en Cantabria?
Es curioso que me hagas esa pregunta, porque precisamente acabo de decidir que mi próxima novela estará, de hecho, ambientada en Cantabria, en Toñanes.
De su dedicatoria se desprende que trabaja con fichas, en papel. ¿Cómo es, tecnológicamente, su proceso creativo ?
Aunque escribo a ordenador, y así ha sido siempre en mi carrera, es cierto que me gusta trabajar con fichas de papel, que dispongo en el suelo de mi habitación de trabajo y que pintarrajeo, ordeno y mezclo obsesivamente, en busca de trazar ese puente de sentido en medio del caos que es o debería ser toda novela. Cada ficha puede representar múltiples cosas un tema, un personaje o un episodio y son muy útiles para adquirir cierta vista de pájaro sobre el conjunto de la novela que escribo. Esta labor es particularmente útil porque escribo de forma desordenada es decir, no abordo los capítulos en el orden en que el lector los encontrará en el libro, sino que doy permanentes saltos. En este caso, por ejemplo, los últimos capítulos fueron lo primero que escribí.
Los personajes y los escenarios se esconden tras nombres genéricos. ¿La trama pedía un ambiente nebuloso y un recorrido breve?
Exactamente, porque el personaje vive en un estado de perplejidad ante el mundo que le impide percibirlo con normalidad. El paisaje de Kanada es confuso y onírico, porque la mente de su narrador también lo es.
Asombra el extrañamiento del protagonista, como si no quisiera recuperar su propia vida. ¿Qué lleva al profesor de astrofísica a reconstruir su aislamiento una vez liberado del campo de concentración?
Esa es precisamente la esencia de Kanada, y diría que el encierro voluntario del protagonista puede leerse en dos sentidos, uno en clave literal y otra simbólica. En lo que se refiere a la lectura literal, es cierto que muchos supervivientes del Holocausto y de otras tragedias similares son incapaces de reintegrarse a la vida cotidiana, algo que lleva en muchos casos a un aislamiento traumático. En cuanto a la lectura simbólica, creo que en cierto modo el encierro del protagonista de Kanada reproduce la tragedia de las víctimas: ciudadanos perfectamente corrientes que en determinado momento fueron secuestrados por sus propios gobiernos, ante la indiferencia o la complicidad de sus vecinos.
«Nadie aprende nada, nunca», asegura el protagonista. ¿No habrá catarsis, entonces? ¿No servirá de lección la memoria del holocausto?
El personaje sin duda cree que no, y es comprensible que sea así. Acaba de vivir una experiencia límite, tras la cual es muy difícil, casi imposible, recuperar el sentido y la confianza en el género humano. En cuanto a mí, al contrario que mi personaje, estoy convencido de que la memoria es vital para evitar que el Holocausto se repita. Por otro lado, estoy también convencido de que a menudo esta tarea fracasa o está a punto de fracasar. La construcción del muro de Trump un muro no sé si físico pero cuanto menos sí ideológico y simbólico tiene algo de este concepto de separación de los puros y los impuros que está en el ADN de Auschwitz.
Hay destellos de humor negrísimo; por ejemplo, en la toponimia improvisada: Mexiko, Kanada ¿Queda lugar para la ironía en el peor de los infiernos?
Creo que sí. Y no sólo en la literatura, sino a menudo y de forma más terrible en la propia realidad. Los nazis demostraron, de hecho, un cierto humor durante la construcción y diseño de Auschwitz, así como los propios prisioneros a la hora de bautizar algunas de sus dependencias. El sobradamente conocido letrero que presidía la puerta del campo «El trabajo te hará libre» estaba destinado a convencer a los prisioneros de que se encontraban realmente en un campo de trabajo, pero era al mismo tiempo una especie de chiste interno liberarse a través del trabajo era, de hecho, morir tras esfuerzos sobrehumanos. La avenida que conducía a las cámaras y los crematorios era la avenida del Cielo, un nombre que escondía una franqueza casi literal, pues el cielo era la única vía de escape que tenían las víctimas, a través del humo de las chimeneas. La sección del campo más precaria era Mexiko, mientras que la más rica era Kanada, un país que para los europeos de la época era una suerte de Jauja. Los testimonios también nos hablan de chistes que los propios presos se contaban en los barracones, tal vez porque entendían que el humor era la única manera de recuperar cierta lucidez en un mundo que había perdido por completo la cordura. Por cierto que algunos de esos chistes eran particularmente crueles: sospecho que si los contara en mi cuenta de Twitter, aunque fuera por un afán histórico o antropológico, algún vigilante de la moral mal entendida podría caer en la tentación de denunciarme.
De Lima a Centroeuropa media una distancia comparable a la que existe entre el modernismo y el holocausto. ¿Cómo afronta un cambio de registro tan drástico para su segunda novela? Sobre todo, cuando su anterior novela ha generado enormes expectativas.
Estoy convencido de que pensar demasiado en las expectativas que generan tus libros es peligroso, un ejercicio que nos condena a la prudencia excesiva y el conservadurismo: en definitiva, algo que nos aleja del arte, que se basa precisamente en el riesgo y la ruptura de expectativas. Es cierto que El cielo de Lima gozó de una buena acogida, pero creo que habría sido un error tratar de repetir la fórmula. Lo que me interesa de la literatura es precisamente lo que tiene de campo de pruebas, de laboratorio en el que ensayar y descubrir lo que el propio autor ignora. He aprendido mucho durante la escritura de Kanada y me he visto obligado a afrontar nuevos desafíos: es precisamente ese aprendizaje y ese desafío el que para mí dan sentido a mi trabajo.
Por temática, por estructura y por estilo, Kanada hará las delicias de la crítica y puede optar a grandes premios, pero también es una novela compleja; ¿qué acogida espera de los lectores?
Espero que se dejen arrastrar sin hacer preguntas a un escenario tal vez desconcertante en las primeras páginas: quiero pensar que en el conjunto de la novela encontrarán todas las respuestas.
En su primera novela partía de una anécdota real que literaturizaba. ¿En esta predomina la ficción o hay alguna base real?
En este caso el personaje y la situación concreta es inventada, pero recoge un conflicto y unas secuelas psicológicas que son compatibles con el regreso a casa de millones de supervivientes, tanto en el contexto de la II Guerra Mundial como en otros conflictos.
Con esta novela cambia de escudería, y además aparecerá en varias lenguas casi simultáneamente. ¿Hay sitio en el mercado editorial para los nuevos narradores españoles? ¿Hay futuro más allá de la independencia?
Algunos autores jóvenes españoles están ya publicando en grandes sellos: Sergio del Molino, Iván Repila, Elvira Navarro Aunque hay una congestión de autores y generaciones que pelean por un espacio exiguo, siempre es posible infiltrarse. Sin embargo, aparte de sus evidentes ventajas, publicar en una gran editorial también apareja ciertos inconvenientes, pues nos obliga a apelar a un público mayor y conseguir un número mayor de ventas. Existen autores excelentes que han pasado por editoriales de peso y se han visto obligados a retroceder un paso porque, a pesar de su calidad, las cuentas no salían. En ese sentido, las editoriales independientes suponen una cierta garantía de libertad creativa, aunque por supuesto proporcionan una repercusión y unas ventas menores.
Desvela en el epílogo que Kanada era un proyecto más de entre las muchas novelas hipotéticas que tenía en un cuaderno. ¿Qué sucederá con las otras ideas? ¿Verán la luz?
Ojalá pudiera decirle que sí, pero estoy casi convencido de lo contrario. Creo que las ideas tienen un momento óptimo para germinar y desarrollarse: si se deja esperar demasiado tiempo y cuánto es ese demasiado tiempo es, por otra parte, un misterio el brote se agosta y la novela muere. Por lo menos así lo vivo yo.
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