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Emilio del Río (Logroño, 1963) busca en la versión digital de 'Locos por los clásicos' que almacena en su móvil las virtudes que Tito Livio atribuyó hace dos milenios a los políticos de bien. No quiere olvidar ninguna. Y mientras busca, reafirma una y otra ... vez la vigencia de los clásicos y la necesidad de que empapen los currículos escolares.
Del Río es un entusiasta. Se siente en una «misión pedagógica» en favor de las humanidades en un país «en desventaja» respecto a Europa por su pobre enseñanza del latín, el griego o la cultura clásica. Escribe libros -'Locos por los clásicos', 'Latin Lovers', 'Calamares a la romana'- y no duda en ponerse la toga para hablar del mundo antiguo en las redes. O en la radio, donde su podcast 'Locos por los clásicos' es uno de los más escuchados de RNE. Doctor en Filología, profesor universitario, merecedor de la Cruz de Alfonso X el Sabio y expolítico en su tierra con el PP -«Hice mío el principio de los clásicos de dedicar una parte de la vida a las cosas comunes»-, ha revolucionado el 'Aula Ortega y Gasset' de la UIMP con sus clases. Empezamos la entrevista: «Hola, corazones latinos».
-Es un divulgador nato. ¿Los investigadores son ya conscientes del poder de difundir la ciencia?
-Es que es fundamental. Si investigamos, que lo hacemos, y no lo contamos, ¿de qué sirve lo que se hace? Somos lo que comunicamos. Y la universidad tiene que ser eso: investigación, pero también divulgación de calidad; hacer llegar fuera de los ámbitos universitarios el conocimiento. Todo eso nos hace mejores.
-Ha abrazado las redes sociales con naturalidad, humor y ese 'pensamiento twitter' que usted atribuye a Séneca.
-Algunos me presentan como el 'latinista tuitero' [ríe]. Antes de que existieran las redes sociales, dos mil años antes de Twitter, los clásicos ya tenían ese pensamiento, o también mentalidad de Instagram. Concentrar el pensamiento en unos cuantos caracteres: eso debe ser compatible con argumentar y leer en profundidad. Son cosas complementarias. Tenemos que ser capaces de trasladar de forma condensada lo que queremos decir y ser capaces de sacar brillo a las ideas, que eso, etimológicamente, quiere decir argumentar. ¡Qué bonito!
-¿Logra llegar al público joven?
-Esa es la clave: enganchar sobre todo a los jóvenes a través de las redes sociales... o de la radio. En la sección 'Las palabras vuelan' de RNE participan cientos de institutos y colegios de toda España. Hay que usar los canales en los que se mueven los jóvenes para hacerles llegar el conocimiento, y, a partir de ahí, profundizar. Y más en nuestro país, donde las humanidades clásicas no están en el sistema de enseñanza. En Alemania, Inglaterra, Francia y no digamos Italia se estudia más latín y griego que en España. Aquí hay mayor necesidad de hacerles llegar a los jóvenes ese conocimiento porque no lo tienen en el sistema educativo y eso es una desventaja de España. El gran reto es que haya un acuerdo político para volver a poner las humanidades clásicas en el sistema educativo y ponernos al nivel de los grandes países de Europa.
-Entonces, ¿las humanidades no están bien representadas en las aulas, están siempre al filo del cambio normativo?
-Vamos por detrás de los grandes países de Europa.
-¿Y qué ha percibido en la UIMP: hay interés, hay vocaciones?
-Hay muchísimo interés por las humanidades. Algunos van a estudiar clásicas, aunque no se trata de que todo el mundo lo haga. No todo el país tiene que estudiar filología clásica, pero en ESO y Bachillerato había que tener un par de años de cultura clásica, latín y algo de griego. Eso nos permite conocernos mejor a nosotros mismos, el mundo que nos rodea, ser más críticos y, por tanto, más libres. Eso es la libertad: la capacidad que tiene cada uno de decidir por sí mismo. Veo unas ganas extraordinarias de aprender y de tener una mirada que se salga de su especialidad. y las humanidades ofrecen esa mirada.
-Se describe su podcast y su libro 'Locos por los clásicos' como una viaje en primera a la Roma y Grecia clásicas. ¿Cómo empezó ese viaje?
-Tiene que ver con la idea de transmitir, en clave de humor y actualidad, las obras de los grandes autores de Grecia y Roma. Porque los clásicos son de una radical modernidad. Cuando Tucídides habla de los peligros de la democracia -'fake news', populistas, demagogos- parece que estás leyendo el periódico del día, y hace 2.500 años de este historiador. O cuando Tito Livio habla de las cualidades que tiene que tener un político: piedad, virtud, justicia, clemencia, libertad, concordia, moderación, modestia, disciplina... Eso es absolutamente imprescindible y está de total actualidad. O cuando Plinio, hace dos mil años, dice que hay que limitar los gastos en las campañas electorales porque son el comienzo de la corrupción ¡Literalmente! ¿Hay algo de más actualidad que los clásicos? Y te ayudan para la vida: Epicteto, Séneca o Marco Aurelio escriben manuales de autoayuda de la buena, y dan respuestas a la grandes preguntas: ¿qué es la vida? ¿y la amistad?
-Las virtudes de Tito Livio ¿las aprecia en algún político actual?
-Más que esto, nos vendría muy bien a los ciudadanos que los líderes políticos leyeran a los clásicos porque se empaparían de estos valores. Todos. Necesitamos que los mejores estén en política para dirigir las cosas comunes. Necesitamos políticos bien formados, preparados, y que lean a los clásicos.
-¿Podemos hacer una reflexión crítica del presente a partir del mundo clásico?
-Y solo a partir del mundo clásico. Si no, nos estamos perdiendo.
-Es decir, si tomamos la democracia ateniense podemos hacer una lectura de nuestro sistema.
-¡Y la república romana! Y lo frágil que es la democracia. ¿Quién nos iba a decir que unos tipos iban a asaltar el Capitolio de EE UU? La humanidad deja de votar en la Roma clásica y tarda 1.700 años en volver a hacerlo. Que la democracia es frágil nos lo enseñan los clásicos. También el carpe diem: hay que vivir la vida, buscar el lado positivo, trabajar, disfrutar... Fíjate Cicerón cuando reivindica la amistad: ahora nos hemos dado cuenta con la pandemia de la importancia de los amigos, de tocarnos... y Cicerón escribe que, sin amistad, la vida no vale nada.
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