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PILAR G. RUIZ
Santander.
Martes, 3 de enero 2023, 01:00
«Ahora comenzamos». Así resume Carlos Peguero, actor, dramaturgo y formador de actores, el estreno de la primera obra de ActuaLab, un proyecto cuya dirección pilota, con Beatriz Gándara como mano derecha, y que cumple tres premisas como método y actitud: lentitud, delicadeza y profundidad.
'Take Away' es la primera criatura alumbrada tras catorce meses de intenso trabajo. Trabajo de mesa, trabajo en escena, por capas, ensayos semanales que han ido disolviendo las vicisitudes que no han dejado de aparecer. «Incluso en el último ensayo se han generado reflexiones nuevas», explica Gándara. Convertido en la sala de estar de un domicilio cualquiera, con unos personajes comunes y una historia que interpela a quienes ocupan el lado opuesto, El Café de las Artes acogió el estreno de la obra.
'Take Away' es ansiedad, prisa, no mirar, no resolver. Es la mirada a lo propio. La falta de reflexión. La apariencia impoluta que oculta preguntas. La obra se centra en Clara y Álvaro, joven matrimonio que amanece un domingo para disfrutar de su aniversario, de la familia y de una esperada visita. Una jornada aparentemente perfecta. O no. La idea básica que plantean es: «La expectativa rompe el flujo».
El título y la conclusión. Todo es «para llevar» porque «ya ni cocinamos», explica el director. Pero el poso de la obra es todo lo contrario a una degustación urgente de productos precocinados. Aquí hay artesanía, permutabilidad y, ante todo, diálogo.
El público es un elemento irrenunciable en la concepción de cada una de esas capas creativas que utilizan como metáfora. No como asistente pasivo, sino como participante. «Hablar de ti mismo y de tu paja mental, no nos interesa. Queremos que se establezca una conversación», defiende el dramaturgo. Aplican la denominación de «espectador». Piensan en sus reacciones desde sus propias experiencias, poniéndose en su lugar. «El a ver qué pasa es lo que nos atrae», detalla el escenógrafo, Emmanuel Gimeno.
Salpimentan su exposición con menciones a Chéjov, la huida de lo panfletario y el «no juicio». Un creador que solo pretendía plantar un trozo de realidad y que el espectador sacara sus propias conclusiones, como ellos. «No tratamos de plasmar lo bueno o lo malo, porque todo está lleno de matices y el teatro siempre te invita a la comprensión del otro y del ser humano, de la empatía», matiza Gándara. También resuenan ecos de Ibsen, que en 'Casa de Muñecas' lanza la pregunta: ¿tú qué harías? No saben si el sucesivo público va a aplaudir pero están seguros de que se generarán preguntas como esa.
ActuaLab es, según sus palabras, «una ameba» en proceso continuo de cambio. «Las fórmulas estaban claras desde hace años, pero no había capacidades». Unos esbozos de capacidades que terminan dibujando necesidades. «La gran carencia artística que vemos en Cantabria es contar con un espacio que sea un centro de investigación común donde promover y favorecer lo que yo sé, con lo que tú sabes, con lo que sabe el que más sabe», expone Peguero. Más que un Palacio de Festivales «infravalorado, a mi modo de ver», dice, porque «un actor no se saca un título y ya es actor; lo crucial es seguir formándose».
Formación, formación y formación. Un mantra que todos los miembros de la compañía repiten y aplican. El dramaturgo valenciano ha pasado casi una década dando clase, reciclándose. La actriz cántabra ha hecho lo propio, «desde el principio de los tiempos». Cuando sus caminos se han cruzado para desarrollar esa búsqueda continua desde una perspectiva común, ha nacido el proyecto que acaba de trasladarse a los escenarios. Llevan años investigando en torno al teatro social. Desde el principio, quieren establecer una reflexión y para llegar a eso, hace falta un proceso de investigación acerca de aquello de lo que se quiere hablar y cómo se quiere contar. El fondo y la forma.
El equipo de ActuaLab lo forman ocho personas que han pasado este año y pico trabajando, con un grado de implicación «absoluto» y «sin ver un duro», con la confianza por bandera. Igor Sánchez, Nieves Pérez, Iván González de Riancho, Cristina Dávila y Raquel Palomera son los intérpretes del montaje, con iluminación de Martín Antolínez. «Los actores nos han hecho comprender a nosotros muchas cosas. Han aportado mucho», dice Gándara. «Es un equipo generoso», añade Peguero.
Este es su primer proyecto profesional conjunto que responde a un ciclo completo de iniciación, investigación central y depuración. «Los alumnos nunca dejarán de serlo y nosotros tampoco», matiza el valenciano. Puede que el año que viene se estrene otra obra con parte de este elenco o no. Puede que sea la obra de un dramaturgo que esté en proceso de formación o un iluminador. Todo responde a la conjunción necesaria y apetecible. Al empeño en la misión común. En ese empeño incluyen organizar talleres en los que participen formadores de fuera, que se abrirán también a gente del mundo del teatro de Cantabria. No solo actores; iluminación, caracterización, escenografía, atrezzo, música... El plan, tras el estreno, es girar la obra, primero por la comunidad y más adelante por salas nacionales. Crecer. Porque como remarca Peguero: «Si un actor trabaja con la idea de que la obra ya está terminada, se puede pegar un tiro».
El teatro es, para este formato en permanente latencia, un encuentro y una posibilidad. La falta de escucha , la ausencia de empatía, la imposibilidad de plantear una conversación que no genere una confrontación «se respira por todas partes». «Hay mucha belleza efectista, pero en el día a día, una gran crudeza», lamenta Gimeno. Para combatirlo, este trabajo busca convertirse en ese pueblo en el que los vecinos aún se saludan al verse por la calle. Porque, como celebra Gándara: «El teatro es la herramienta que permite cambiar todo eso y nos tiene enganchados».
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