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La huella de lo que representó la imprenta Bedia la definió con reveladora ilustración en El Diario, hace poco más de dos décadas, el hoy olvidado escritor, poeta y editor Manuel Arce: «Mano de oro de la tipografía poética». De la revista 'La isla de ... los ratones' a la Colección 'La sirena del Pisueña'; de 'Peña Labra' a 'La Ortiga'; de El Gato Verde a Colofón del año, de la Escuela de Altamira a publicaciones de la UIMP, pasando por los Premios del Consejo Social de la Universidad de Cantabria o publicaciones de la Fundación Gerardo Diego, más todo tipo de catálogos de exposiciones o publicaciones ad hoc, destinadas a conmemoraciones o actos relevantes, formaron parte hasta hace pocos años de la profusa y activa labor abordada por el taller de Arte Gráficas santanderino. Es imposible trazar o recorrer una historia cultural de Santander y Cantabria, especialmente la que parte de los años 50 y se extiende durante seis décadas, sin compilar, citar, valorar y subrayar el ingente número de publicaciones, nombres e hitos vinculados de un modo u otro al histórico taller. Pero lo importante, ahora que se ha conocido la próxima despedida de Bedia Artes Gráficas, no radica en la cantidad ya de por sí significativa, sino en el sello y el estilo, en la forma de acompañar con personalidad a las publicaciones literarias y poéticas, sobre todo, de la vida editorial que afloraron en el tiempo en la ciudad.
La imprenta, fundada en 1948 por los hermanos Joaquín y Gonzalo en la Travesía de África, ha mantenido su estela de la mano de Carmen Bedia. Su jubilación –al margen, o pendiente, de un posible traspaso de la sede, ubicada en los últimos años en San Martín del Pino, Peñacastillo– conlleva una reivindicación de su significación histórica. Y también plantea una obligación, la de proyectar una gran muestra bibliográfica que deje patente esa huella del histórico taller, tal como ya ha reivindicado el escritor Luis Salcines, artífice entre otras de la colección 'A la sombra de los días', también ligada a la última etapa de Bedia. Junto al citado Arce, nombres de creadores e intelectuales como Pablo Beltrán de Heredia y Pity Cantalapiedra constituyen los referentes imprescindibles en el discurrir del taller.
El galerista de Sur a la hora de narrar los momentos fundacionales de la revista 'La Isla de los Ratones', la gran aventura poética de sus veinte años, recordaba a sus «inesperados compañeros de viaje»: Joaquín y Gonzalo Bedia. «Los tres éramos entonces filatélicos. Creíamos en un mundo sin fronteras y en la ciudadanía universal. La utopía de ellos era el esperanto como lengua común a todos los hombres. A Joaquín, el esperanto, le servía para cartearse con innumerables corresponsales y enriquecer su colección de sellos. Yo tenía otra idea del 'ciudadano del mundo': creía en la poesía como lenguaje de comunicación humana. Una mañana del mes de diciembre de 1974, Joaquín vino a verme: él y su hermano –que era tipógrafo– habían comprado una Boston. Una Boston manual, barata y a plazos. Querían montar una imprenta y me ofrecían sus servicios por si necesitaba tarjetas de visita. Quise saber si con aquella Boston se podía imprimir una revista. Me dijo que sí y le expliqué el proyecto de publicación con el cual soñaba desde hacía meses. Aquella misma noche nos reuníamos los tres en torno a la mesa de comedor de la familia Bedia y hablábamos del proyecto de revista. La Boston de mano la habían instalado en una pequeña despensa».
Tras dar con el nombre de la revista durante una tertulia, a las siete de la mañana del día siguiente Arce estaba ya en casa de los Bedia: «Necesitaba verles antes de que fueran a trabajar: les llevaba el flamante título y los datos necesarios para que Gonzalo, aquel mismo día, pudiera componer el texto del boleto de suscripción. Primer impreso que se iba a imprimir en la Boston».
Antecedente
En ese libro de constante latido histórico que es 'Desde el borde de la memoria', de Aurelio García Cantalapiedra, éste hace hincapié, en muchos de sus escritos, «en la larga tradición santanderina y el buen hacer en el campo de la tipografía». Y cita dos antecedentes , el de la revista 'Carmen' de Gerardo Diego que los talleres Aldus imprimieron en 1927 y la Revista de Santander de los años 30. Y a continuación refiere cómo en el mundo apasionante de las ediciones, casi dos décadas después, asoma «bajo la severa vigilancia de Beltrán de Heredia» el taller de los Hermanos Bedia que, a partir de ahí, tomaron «la antorcha de las bellas publicaciones en Santander»
En el nuevo siglo destaca, desde 2005, a partir de la publicación del texto de Elena Diego, 'La amistad en el grupo del 27' (Adrede, 1) que sirvió de obsequio en la inauguración de la sede de la Fundación del poeta Gerardo Diego en la calle Gravina, la colaboración de esta institución con la imprenta Bedia. Un vínculo plasmado en sus materiales de difusión (invitaciones y folletos) y publicaciones de producción propia, destacando entre estas algunos de los facsímiles de publicaciones y documentos históricos, especialidad del taller impresor. Además, en coedición con la editorial madrileña Ollero y Ramos, la Fundación publicó la bibliografía: 'La imprenta Bedia (Santander, 1948-2004): una aproximación a sus impresos', a cargo de los bibliotecarios de la Menéndez Pelayo Rosa Fernández y Andrés del Rey.
Esa bibliografía hasta 2004, de la forma más exhaustiva posible, recoge la producción de la Imprenta Bedia que tanta importancia ha tenido y tiene en la vida cultural de Santander desde mediados del siglo pasado. Como refiere Andrea Puente, directora de la Fundación, «un instrumento fundamental para el conocimiento de la poesía española de gran parte del siglo XX». Es, además, «una fuente importante para adentrarse en otros géneros literarios y para el conocimiento de temas locales muy variados relacionados con Cantabria». En la biblioteca personal de Gerardo Diego se conserva, además, un conjunto de publicaciones poéticas salidas de la imprenta santanderina, siempre destacando por su belleza, caso de 'Pido la paz y la palabra 'de Blas de Otero. Torrelavega: Cantalapiedra, 1955; 'Antigua casa madrileña' de Vicente Aleixandre. Santander, 1961; o 'Preludio, aria y coda a Gabriel Fauré', una de las ediciones más bonitas de Gerardo Diego, cuidada por Beltrán de Heredia. En el año 2000 Gonzalo Bedia (Joaquín, que se había desvinculado antes, murió en 1981) recibió un homenaje del mundo de la cultura. Para Cantalapiedra siempre fueron clave «las buenas cualidades tipográficas de la imprenta, que atrajeron hacia ella, numerosas colecciones de revistas y de libros».
El Premio Príncipe de Asturias Ricardo Gullón al hablar de la labor de la imprenta en la conferencia que leyera en la Fundación Botín en 1989, calificó a los Bedia y sus operarios de «artesanos ejemplares».
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