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Desde este viernes Santander es una ciudad un poco más triste. Porque desde el 26 de mayo ya nunca más estará Marcos, el del Rvbicon. O sí; muy presente, pero con Vicente González Marcos (Salamanca, 1965-Santander, 2023) se marcha uno de los últimos resistentes ... de Sol Cultural. El Rvbicon abrió hoy -como desde 1986, todos los días-, pero entre el trasiego de gente ajena a lo que ocurría, estaba vacío. Al eje de gravedad del jazz en Cantabria y el rincón de las tertulias, le falta su patriarca. Quien se alió con Moncho en los tiempos en que mantener vivo el Ruvi fue un ejercicio de supervivencia. Quien le ofreció cabo de playa y después tomó el testigo para preservar ese mano a mano, ese empeño de Marcos y Moncho que se llamó Sol Cultural. Esa asociación que puso cabeza abajo la burguesita Santander con los Javi Vila, los Víctor Lorenzo, los Miguel Meca, los Cristina Samaniego y tantos otros que le siguieron en esa aventura.
Marquitos, como en los últimos tiempos le llamaban en ocasiones para que respondiera con una falsa protesta -fingiendo que le molestaba cuando en realidad era un guiño- no nació en Santander, sino en Salamanca. Pero los azares de la vida le trajeron a la capital cántabra y a los cuatro días ya era de aquí.
Allí, en tierra charra, había sido camarero y después socio del Rivendel, un mito de la noche y la cultura salmantina, como después lo ha sido, y lo es, el Rvbicon en Santander. No abrió ninguno de los dos y de los dos hizo bandera, llevando la cultura; la cultura de barrio y la difícil, que es en cierto modo la cultura de verdad.
Con Moncho, y después cuando se quedó solo en el puente en plena tormenta, hizo de su local una sala de referencia del jazz español. Se ufanaba de que Carles Benavent y Jorge Pardo tocaran juntos en el Rvbicon. Llegó a perder dinero por defender ese oasis cultural. Y le molestaba que se refirieran al Rvbicon (a ese Rvbicon a quien él no puso nombre pero que le encantaba) como sala. «Es un bar; no una sala», reivindicaba. Era cultura para todos e incluso costó convencerle de que cobrara entrada; prefería que más gente disfrutara.
Porque con Vicente, A.K.A. Marcos, se va el paradigma de la cultura, pero también de la generosidad que abominaba de esa etiqueta de gestor cultural y reivindicaba la esencia de lo que creía. Que abordó el compromiso, el cultural pero también el político, y convirtió el Rvbicon en casa de acogida resistente.
«A partir de las diez de la mañana, podremos decirle hasta luego a nuestro amigo en el tanatorio de Nereo, en La Albericia. Besos y abrazos», decía el mensaje de uno de los más íntimos de la cuadrilla. En medio de la infinita tristeza, incluso un puñado de quienes tomaban cervezas anoche - en el convencimiento de que era una más cuando en realidad era afectivamente el fin de una era- tal vez se anime a despedirle al conocer la noticia.
El murmullo de desolación que recorría anoche Santander, entre la atmósfera clásica del fin de semana y una fauna cultural que siempre encontró abrigo en el Rvbicon de Marquitos, como antes en el de Moncho, puede dar fe de ello. No fue solo eso. A ratos divertido, abjuraba: «¡No soy un gestor cultural!», en respuesta a provocaciones entre cómplices y maliciosas. Siempre le gustó jugar a la contra.
Cuando Sol Cultural echó el cierre hace unos meses, ya se barruntaba que el maldito cáncer amenazaba con ganar. Y eso que lo enfrentó. Y mucho. El final del camino de la asociación es, pese al desconsuelo, una suerte de homenaje a uno de sus pilares: sin él era un poco menos posible. Santander, con el Rvbicon y Sol Cultural, y Salamanca, sin el Rivendel, se quedan huérfanas. Se quedan sin un buen tipo. Como decía su admirado Serrat, en el bar le echan de menos. Y vaya si le echan de menos. Y no solo en el bar. Buen viaje, Marquitos.
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