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El poeta y el pensador, el hombre que maneja las palabras y el filósofo asoman entrelazados en la 'postdata sonora' de su último libro. Tras dos epígrafes o secciones generales y diez grandes capítulos, la confesión de su autor revela la esencia de su escritura: « ... La historia de este libro es también la historia de las canciones que se nombran (y de las que no) que atraviesan ciertos conceptos, a veces tímidamente, a veces destruyendo todo a su paso, a veces empujando la propia escritura. Porque escribir es también una cuestión de tiempos personales, de pausas y sonidos que aparecen, se cruzan y se retuercen». Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976) publica estos días 'Un lugar sin límites', 'Música, nihilismo y políticas del desastre en tiempos del amanecer neoliberal', que supone su décimo ensayo y certifica su profundización y edificación crítica de lo cultural, político y social, convertido ya en uno de los máximos pensadores actuales. En este caso, a medio camino entre el ensayo y la crítica cultural y «entre la crónica de tiempos pasados y tiempos presentes», se adentra y revisita «el momento en el que el punk, el rock, el disco y el incipiente pop plantaron batalla frente al neoliberalismo que emergía en el horizonte».
El contexto es el siguiente: En 1976, mientras Milton Friedman recoge el Premio Nobel de Economía por sus logros en los campos del análisis del consumo y la teoría monetaria, el punk expande su mensaje de disonancia «empujando los límites de lo decible hacia espacios hasta entonces poco conocidos». En ese mismo momento bandas como Iron Maiden comienzan a generar imaginarios extraños que canalizan algunas tendencias sociales; las pistas de baile exploran nuevas formas de relación cultural, y el espíritu nihilista de Iggy Pop flota en el ambiente. La década de 1970 es «la década del extrañamiento, en la que el sueño económico de la posguerra se deshace provocando la aparición en el horizonte de una 'nueva' forma de revisar la construcción de la vida cotidiana: el neoliberalismo».
En paralelo a este proceso, y en dirección opuesta, existe una búsqueda de respuestas a nivel cultural. Respuestas que no pretenden salvar nada, sino ahondar en la miseria de ese mismo tiempo. «Ahí aparecen el punk y otros movimientos que pronto son devorados por el mercado. Pero ¿desde dónde se nos ha contado esta historia de derrotas? ¿Hemos aceptado que la historia de nuestras derrotas culturales sea narrada por la maquinaria neoliberal?».
En este paisaje, Santamaría empuja a plantarse y pensar otras formas de narrar una década, «la de los setenta, en cuya estela seguimos, en un intento radical y novedoso de explorar este periodo donde cultura y política se cruzan a través de la música».
El también pensador y sociólogo César Rendueles considera que Santamaría, «ha escrito más que un ensayo la banda sonora punk de todas las experiencias de ruptura que la contrarreforma neoliberal no consiguió sofocar».
En realidad, una reconstrucción, desde la filosofía y la estética, de «una sensibilidad compartida por varias generaciones, construida en torno a la exploración de posibilidades sociales cegadas por una normatividad mercantil asfixiante». Santamaría, profesor de Teoría del Arte en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Salamanca, es autor, entre otros títulos, de 'El idilio americano. Ensayos sobre la estética de lo sublime' (2005), 'Paradojas de lo cool. Arte, literatura, política' (2016) y, el mas reciente, 'Políticas de lo sensible. Líneas románticas y crítica cultural' (Akal, 2020).
El punto de partida de su nuevo ensayo destaca la década de los 70, el momento en el que, al parecer, «una explosión silenciosa en lo económico y en lo político se desató, y nuestra situación actual no es otra cosa que un incesante revolver en las huellas putrefactas de ese animal que salió de su jaula en esa década».
A su juicio, «el triunfo político del neoliberalismo implicó un desplazamiento radical de prácticas y expectativas».
Por contra, esa década , subraya, «nos ofrece la posibilidad de seguir la trayectoria de la cultura como espacio disruptivo en medio de todo ese avance viscoso y fantasmático del neoliberalismo».
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