Alberto Zurrón presenta en la librería Gil 'Sexo, libros y extravagancias'

Franz Kafka tenía tan buen corazón que, trabajando en una compañía de seguros, cuando le llegó una demanda de un obrero que había perdido una pierna en un accidente y vio lo mal redactada que estaba, le dio dinero en secreto para que contratase al mejor abogado de Praga. Por supuesto, Kafka perdió el juicio. Oscar Wilde, preso en la cárcel de Reading, pagó anónimamente la fianza de tres niños condenados por robar conejos. Los perros de Antón Chéjov se llamaban Bromuro y Quinina. En 1900, Juan Ramón Jiménez escribía por carta a un amigo que los literatos madrileños se dividían «en dos ejércitos: uno de canallas y otro de maricas».

Estas son tan solo algunas de los centenares de curiosidades, secretos y anécdotas recopiladas por el abogado y escritor Alberto Zurrón (Gijón, 1968) en su ensayo 'Sexo, libros y extravagancias. La historia salvaje de los grandes escritores', que presentará esta tarde en Santander, en la Librería Gil de la plaza de Pombo a partir de las 19 horas. Estará acompañado por el poeta e historiador Juan Antonio González Fuentes, director general de Cultura del Gobierno de Cantabria.

Se trata de una obra necesariamente fragmentaria, en la que todo se sucede muy deprisa. En un tono ameno y directo, sin pretensiones académicas, Zurrón cuenta sin recato ni pelos en la lengua todo aquello que, normalmente, se omite en los manuales de historia de la literatura. Esa letra pequeña que se escapa de las versiones oficiales pero que, en realidad, suele ser lo que más interesa a los lectores. Esa visión desde dentro que incluye desde secretos de alcoba, vicios tan inconfesables como imposibles de ocultar, enemistades manifiestas con disputas tan públicas como desternillantes, los celos y envidias entre autores o las infamias y pequeñas miserias que producen la ambición y el dinero, hasta encomiables actos de generosidad o valentía, que no solo de vanidad y afán de protagonismo están hechos los escritores.

«Los escritores siempre han viajado de dentro para fuera con una maleta de doble fondo: en la parte descubierta, la naturalidad, para pasar desapercibidos; en la oculta, la singularidad, la personalidad de contrabando», explica Zurrón. La selección de autores, necesariamente subjetiva, recoge por supuesto las preferencias del compilador, aunque la nómina no podría resultar más deslumbrante. Así, podremos descubrir, por ejemplo, cómo algunos escritores han lidiado con la fama no deseada -a Hermann Hesse, por ejemplo, le pusieron una estafeta de correos para él solo-, la obsesión por el sexo de autores como James Joyce, el gusto de André Gide por los efebos, la complicada primera de vez de Virginia Woolf, los problemas con el alcohol de Edgar Allan Poe o la insoportable bordería del joven Baudelaire en su primer encuentro con Paul Verlaine. Hay sitio, cómo no, en esta compilación temática, para la egolatría, la pobreza, los matrimonios por interés, la misantropía, las filias y fobias y, por supuesto, las innumerables manías y rarezas de estos grandes autores. Todo lo que siempre intentaron ocultar y que Zurrón consigue poner aquí al descubierto.

Y es que el empeño de Zurrón es bastante ambicioso: «Solo he tratado de convertir la tierra baldía de Eliot en la arboleda perdida de Alberti, llevando de la mano al lector para enseñarle que la muerte no es lo que parece a poco que uno se parezca a todos los libros que lleva dentro». Eso sí, que ningún autor se ponga nervioso: «Ninguno de ellos está ya entre nosotros», advierte en una nota final. Y menos mal, porque tal y como están las cosas en estos tiempos, lo mismo le caía una lluvia de demandas.

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